¿A quién se le ocurre conservar a su perro disecado? Pues, a la abuela Mónica. Brutus, era un perro negro de esos pequeños y peludos (yo no sé de razas de perros, así que no me pregunten más), aunque ya al final de su vida su pelo se estaba tornando gris. Fue su fiel compañero durante 25 años (yo ni sabía que un perro pudiera llegar a vivir tanto), pero un día simplemente dejó de respirar. La abuela Mónica se gastó sus ahorros con un taxidermista para conservarlo y lo llevaba con ella a todos lados.
Desde niño me aterrorizó su mirada de vidrio, sus ojos parecían seguirme mientras caminaba por la casa. La abuela lo sentaba en la mesa frente a mi, mientras yo hacía la tarea y decía: "voy donde la vecina, pero Brutus me dirá si te portas mal". Y a mis 8 años yo temblaba sintiendo la mirada vigilante de Brutus. Hace ya más de 20 años de eso y aun así su mirada me eriza la piel, quizá por eso llevo más de 10 años sin pisar esta casa, pero la abuela ha muerto y aunque ella hubiera querido la enterraran con Brutus, los de la funeraria lo han considerado inapropiado.
Cuando mamá me pidió me hiciera cargo de las cosas de la abuela, sentí una emoción extraña; primero el recuerdo del miedo que sentí de niño, la incomodidad de pisar aquella casa y luego creció en mi el deseo de por fin saldar cuentas y deshacerme de los ojos de mis pesadillas.
Desde el fuego me mira, quizá son ideas mías, pero siento que me ve con rabia. Esos ojos de vidrio que nunca fueron fríos ni muertos, que siempre lo hicieron parecer vigilante y siniestro, reflejan las llamas; mientras me quito un peso de encima recuerdo mi infancia y me pregunto nuevamente: ¿A quién se le ocurre conservar un perro muerto por más de 30 años?