Noche de disparos y plumas

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Fotografia de William Muñoz La Cruz

A las tres de la madrugada del 15 de mayo, 13 presos del centro penitenciario de Santa María fueron sorprendidos y abatidos al tratar de huir de la cárcel a través de un túnel. Los reos salieron a la altura del gallinero de la finca “El Progreso”, adyacente al centro, en el sector El Morichal del estado Guárico.
Marcelino Gómez de 52 años y propietario de la finca informó detalladamente cómo se había percatado de que algo extraordinario iba a ocurrir: el hombre despertó sobresaltado al escuchar ruidos extraños en la oscuridad, luego observó aterrado cómo desde el piso del almacén algodonero sucumbían desde la tierra, como zombis, hombres extraños de ropaje blanco y de rayas negras.
Es importante destacar que este campesino heroico, desde hace seis meses vive en el depósito de algodón, o en el gallinero, debido a problemas familiares, por sugerencia del entrevistado, preferimos no profundizar en detalles.
Gómez, al principio, al comenzar a sentir que la tierra temblaba levemente bajo sus pies, según él, no se asustó. Trepó sobre una terraza que sirve como depósito, tomó su celular y se comunicó con los cuerpos policiales para informar del acontecimiento. Después, cautelosamente, se escondió en una enorme caja de madera y de esta forma logró ser testigo de toda una aventura de cine traída a su hogar circunstancial.
Una camioneta con los focos apagados se estacionó lentamente frente al corral espantando gallinas y polluelos. Los reos atentos esperaban alguna indicación del chofer rescatista. Cuando por fin hizo la señal, salieron del cuarto oscuro del algodón y se introdujeron rápidamente al gallinero. Ya en ese momento se encontraban cerca del lugar y bien camuflados, una docena de policías fuertemente armados que aguardaban el momento preciso para actuar en contra de los prófugos antisociales.
El sargento Leoncio Chacón, encargado de la maniobra, ordenó esperar la salida de todos los evadidos hasta que se “enconchasen” en el gallinero. De pronto uno de los prófugos, identificado después como Emilio Mora, alias “El Curí”, subió cautelosamente al techo del rancho avícola con la intención de informar a la camioneta de que ya todos los bandidos estaban preparados y esperándolo.
Cosa extraña: en la cabeza de Emilio se podía observar un copito de algodón sujetado inexplicablemente en su gorra de reo. De pronto un mal paso hizo caer al hombre estrellándose de cabeza estrepitosamente contra el piso de tierra. Revelaría el médico forense, luego del análisis correspondiente, que su muerte fue inmediata a causa de traumatismo cerebral.
Al momento de la caída del primer aventurero prófugo, los presentes quedaron absortos al ver como el cacho de algodón adherido en la gorra del reo quedó flotando, vagando y perdiéndose por los montes llaneros en la oscuridad de la noche.
Al ver lo que acontecía, el grupo de bandidos corrió hacia el vehículo de rescate desde el corral alborotando a todas las gallinas. Un cacareo abrumador e incontrolable rompió con el silencio y la concentración de los uniformados.
El vehículo de transporte se encontraba lejos con las luces apagadas, el motor encendido y acelerado, quizás por el nerviosismo del conductor. Era una camioneta Ford Apache color verde sin placas, con el vidrio trasero roto y en un costado un letrero blanco que decía “año 1958, se vende barata”.
Desde el borde del camino se escuchó el grito ¡alto! del sargento Roberto Chacón, los prófugos utilizaron sus armas no vacilando en responder a los agentes que los enfrentaban. Fue entonces cuando la policía respondió batiéndose a tiros aproximadamente por 10 minutos, tiempo interminable para los protagonistas de los hechos.
Al terminar el suceso, una quietud cobijó la noche guariqueña, hombres y muchas aves de corral cayeron fulminados por el fuego. En total fueron 13 los delincuentes abatidos y tres policías levemente heridos.
Las aves que se salvaron se perdieron en la noche llevando su cacareo muy lejos del desastre. La dueña de la casa, Rufina Londoño, quien no le dirigió la palabra a su marido Marcelino, a pesar de que él también corrió peligro, al ver como las gallinas sobrevivientes se perdían en el horizonte corrió tras ellas también absorbida por la oscuridad a las cuatro y media de la madrugada.
En los alrededores del gallinero, en plena oscuridad y ante un silencio tenebroso, un estallido estruendoso sorprendió a todos: era el desesperado cacarear de un ave que corría por todos lados tropezándose con cualquier cosa. Esta nueva situación hacía imposible reaccionar, meditar y tomar acciones ante lo acontecido.
Todos afirmaron en aquel momento: los policías, algunos vecinos curiosos y Marcelino Gómez, que no había otra explicación para que aquella ave de plumas desordenadas actuara de esa forma.
Todos coincidieron al unísono, “La gallina está loca”.

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