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La historia de la humanidad nos enseña que los países salen a flote una vez que pasan por períodos catastróficos, como, por ejemplo, guerras, dictaduras atroces, invasiones externas e incluso por eventos cataclísmicos naturales. Venezuela no podrá escapar del mismo fenómeno. Lo más lógico es que todo el último cuarto de siglo de mera destrucción le sirva de escarmiento a los habitantes del país. Aquí casi todo ha sido destruido a costa de que se impuso un sistema político fracasado. Los que han cacaraqueado y aún insisten en hablar de una "heroica revolución", lo único que han logrado es el enriquecimiento personal y el de su grupo de allegados, pero a las grandes mayoría lo que les ha tocado es la mera miseria.
La economía de un país no puede prosperar jamás ante un régimen inquisidor que, en vez de estimular a los que producen, al contrario, los amenaza y los castiga. Eso lo que hace es espantar a los que persiguen el progreso y como resultado muchos terminan abandonando el país para irse a trabajar a otros países. A su vez, la desaparición progresiva de las empresas lo que crea es más desempleo y, en consecuencia, el flujo migratorio es permanente.
Lo otro es que la que más deja al país es la población joven, precisamente la de mayor capacidad física para el trabajo. Es decir que, el país se empobrece porque la economía se desploma a la vez que el capital humano disminuye porque se marcha hacia otras latitudes.
Se dice que el cambio político está a las puertas, pero creo que el país nunca volverá a ser el mismo, porque es necesario superar muchas malas costumbres, y una de ellas es la cultura de ver al estado como una madre que le pone todo en las manos a su malcriado querubín. Por lo tanto, hay que cumplir el mandato que dice: "Ganarás el pan con el sudor de tu rostro".
Por acá en América Latina hemos visto surgir de las cenizas a ciertos países como Chile, Uruguay, Panamá y El Salvador. Entonces, ¿será que nosotros no podemos? Claro que sí se puede, pero es hora de ya no estar repitiendo los mismos errores. El pueblo se equivocó como nunca cuando hace 25 años eligió a los menos indicados. De modo que, si con esta triste situación no se ha aprendido, lo que quedará de Venezuela será su puro nombre.
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