Recuerdo ese diciembre como si fuera ayer. En la foto están mis queridos nietos: Bárbara con un año sentada en las piernas de Victoria Valentina, al lado de Victoria está Jorge César, luego Alejandro Antonio, después Nazareth, y al lado de Sofía Isabela. Esa imagen fue tomada hace muchos años, en uno de esos maravillosos diciembres en los que todos mis nietos se reunían en mi casa. Siempre he esperado con ansias la llegada de diciembre, no solo por las festividades, sino porque es la única época del año en la que puedo ver a todos mis nietos juntos. Cada uno de ellos tiene su propia vida, sus propias responsabilidades, y no siempre es fácil reunirlos a todos en un mismo lugar. Pero en diciembre, la magia de la Navidad y el amor familiar logran lo imposible.
Lamentablemente, las veces que pueden venir a Bolívar son muy pocas. La distancia y los compromisos diarios dificultan que podamos vernos con la frecuencia que desearía. Ojalá vivieran más cerca, para poder consentirlos como tanto me gusta. Me encantaría prepararles sus arepas dulces favoritas, esas que todos disfrutan tanto. Esos días de diciembre, la casa estaba llena de risas, juegos y el aroma de las hallacas y el pan de jamón. Los niños corrían por todos lados, y yo, a mis 75 años, me sentía rejuvenecida al verlos tan felices. Esa foto es un tesoro para mí, un recordatorio de los momentos felices que hemos compartido y del amor que nos une como familia.
Aunque los años pasen y los niños crezcan, siempre llevaré en mi corazón esos maravillosos diciembres en los que todos mis nietos se reunían en mi casa. Los recuerdos de esos días son mi mayor tesoro, y espero que ellos también atesoren esos momentos. Porque no importa la distancia, el amor de abuela siempre los acompañará, y cada diciembre, aunque estemos lejos, en mi corazón siempre estarán todos juntos, riendo y disfrutando de nuestras tradiciones.