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Cuando era adolescente tuve la oportunidad de pasar por muchas situaciones como todo joven, fue prácticamente una búsqueda infinita. No encontraba mi camino, pero en esa época de mi vida siempre fui muy insistente. Al comienzo trabajé como mesonero en toda fiesta que salía de la familia y amistades, luego incursioné como ayudante en una carpintería de un familiar, allí aprendí muchas cosas acerca del trato de la madera para darle diferente forma a los acabados. Una tarde trabajando unas puertas para un cliente, un amigo se me acercó para invitarme a ganar buen dinero en una empresa de ventas de multipropiedad llamada RM. Las iniciales Rojas Mendoza. Solo pensé en ese momento, que no tenía nada que perder. Allí habían tres rangos en la cadena de empleados, los promotores, los vendedores y los gerentes de ventas.
Fue en agosto del año 1993 cuando fuimos llevados todos los promotores al Complejo Turístico "Cayo Azul", en la vía Cumaná Carúpano a 50 minutos de Cumaná, una costa con kilómetros de playas bellísimas del Estado Sucre. Al llegar nos dieron una charla de como atraer los clientes con ciertos perfiles con apariencia para gastar un buen dinero en turismo en el Oriente del país. Debíamos convencer a los turistas que transitaban por esa avenida, invitarlos a conocer el Complejo, y los vendedores harían el resto. En verdad era sencillo, (Pensaba yo), teníamos que detener los automóviles más costosos con una alcabala improvisada en la vía, y hacerlos pasar a toda costa.
Cayo Azul
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En el primer día no logré que ningún carro entrara. Esa noche llegué algo frustrado a casa porque por cada vehículo que ingresaba al recinto obtenías una comisión, aun si no se vendía la acción en la sala de ventas. Pensé que el segundo día sería mejor, el tercero y cuarto, pero la tendencia no cambiaba. Y observando como todos los demás promotores lograban su cometido, era aun más frustrante.
La temporada de vacaciones duraría 25 días, y estaba seguro de que en todos esos días de agosto, no podía irme en blanco, siempre he sido muy optimista, aunque ya estaba dudando de mi poder de convencimiento. Ya faltando cuatro días, y con ganas de lanzarme para que un auto me atropellara, o sencillamente no regresar a ese lugar jamás, recordé los pergaminos de "El vendedor más grande del mundo", mi libro favorito, y me dije si hoy no logro al menos que entre un carro, me retiro del Complejo sin mirar hacía ningún lado.
Era viernes de la cuarta semana de agosto, faltaban tres días para terminar las vacaciones y me encontraba en medio de una de las carreteras más peligrosas del estado Sucre, bajo un intenso sol con al menos 39 grados, la cara quemada como un tizón de leña cerca de la 1:00 de la tarde, cuando a lo lejos se acercaba una cava de pescado con una familia que venían lentamente. Era una pareja muy joven con un niño de al menos cuatro años, el vehículo se detuvo delante de mi. Al instante recordé que en la charla del primer día nos pidieron evitar detener este tipo de transporte, por no poseer el perfil para invertir en un lugar así. Éramos 15 promotores y 14 vendedores, todos habían logrado llevar su cliente para mostrarle el lugar, y fue así como logré llevar al recorrido de muestra del Complejo Cayo Azul a mi primera familia. Todos me veían de reojo y yo noté como se reían de mi por el perfil de la familia, además el chofer había tenido problemas con el motor y su camisa estaba muy sucia de grasa.
Se acostumbraba llevar a los clientes hasta un punto dónde era recibido por un vendedor, pero en ese momento todos estaban ocupados con sus clientes. Creo que el universo conspiró de buena manera para que se pudieran dar las cosas. 15 promotores y 14 vendedores trabajamos ese día. Uno de los vendedores no asistió y por eso me vi obligado a mostrarle el lugar y explicarle la razón por la cual les hice pasar. Todo de una manera muy natural y sin actuar como un vendedor porque sencillamente no lo era, creo que eso me ayudó mucho a ser sincero con esa familia, ya que ese no era mi rol dentro de la cadena de empleados. Después del recorrido los senté en el área de ventas y tomé una carpeta de presentación, ya les había mostrado la villa, la piscina, el área de la playa, el bar y el resto
de los espacios, para luego hablarles del precio de la acción, inmediatamente el sr. Aníbal me dijo que estaban buscando un lugar dónde invertir por esta zona de Venezuela, y fue así como les di la bienvenida a los nuevos propietarios con un aplauso. Dos horas después estaban llegando al lugar cuatro vehículos que venían en caravana, desde la capital, ellos se dirigían para una playa llamada Pui Puy cerca de Carúpano. Todos compraron una acción, y fue la mejor venta de toda la temporada, fue cuando me di cuenta que podía ser vendedor de multipropiedad.
Aprendí que no debemos rendirnos jamás, aunque les digo que tres semanas antes de toda esta historia había leído el libro "El Vendedor más grande del Mundo" una historia maravillosa que en el momento más crucial, me dio las fuerzas para regresar ese día en el que tuve mucho éxito. Amo este libro y siempre se lo he recomendado a todos mis amigos y conocidos, en verdad es mi libro favorito.
Og Mandino
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