Amor incondicional: Conmovedora historia entre un perro y su dueño en la búsqueda de paz y esperanza

in hive-193637 •  last year 

Eutanasia y renacimiento.

Un adiós doloroso pero lleno de amor.

Para mí, la relación de amor incondicional entre mi mascota y yo trasciende la barrera del tiempo. Lo afirmo porque llegado el momento de despedirnos para siempre, la idea de asistir a su partida no admite ningún consuelo.

Estoy consciente que, en su paso por la vida, mi querido perro me dejará por ley natural mucho antes que yo, aunque siempre evito pensar en ello, percibo que enfrentar ese instante resulta una de las pruebas más difíciles de afrontar.

Por las pruebas que nos depara la vida mi precioso perrito, de repente, se enfermó. Noté tristeza en su mirada y su cuerpo debilitado, apenas podía moverse, asistía a un momento deplorable que también me hacía sufrir.

No dudé en llevarlo al veterinario, esperando encontrar una solución para su angustia. Pero el diagnóstico que recibí fue devastador: mi compañero de los últimos años padecía una enfermedad terminal en una etapa avanzada, con pocas esperanzas de sobrevivir.

Envuelto en esa angustia insoportable para los dos, pregunté si había alguna opción para un tratamiento efectivo, pero la respuesta que recibí fue inevitable: solo quedaba la eutanasia y debía consumarse al siguiente día.

Tuve que aceptar aquella dolorosa realidad. Luego supe a través de otras personas que tuvieron experiencias similares, que algunos dueños de mascotas, enfrentados a esa misma circunstancia, no resisten acompañar a sus fieles compañeros en ese último viaje, dejándolos solos con el veterinario.

Puedo imaginarme con bastante certeza lo que pasa con nuestro querido perrito momentos antes de su partida. El desdichado pasa sus últimos momentos sólo y en el desespero, moviendo su cabecita de un lado a otro, tratando de encontrar a su dueño. El no puede entender lo que está haciendo allí, en una habitación fría donde apenas alcanza ver a personas extrañas. Al tener conciencia de esto decidí sacar fuerzas y acompañar a mi perro en aquel momento irremediable, hablarle, susurrar palabras conocidas para él y mimarlo hasta que su corazoncito dejara de latir.

Nos regresamos a casa, mi perrito y yo pasamos la tarde juntos, como siempre solíamos hacer. Aunque su debilidad era evidente, él aún encontraba fuerzas para mover su cola y mostrarme su afecto, lamía mi mano esforzándose para mostrarme una y otra vez su amor incondicional.

Sin darnos cuenta el tiempo pasó y la mañana llegó más rápido que nunca. Con un nudo en el estómago, cargué a mi fiel amigo en mis brazos y lo coloqué con cuidado dentro del taxi de recogida. En el trayecto hacia la clínica, mis pensamientos iban desde el miedo de perderlo y el deseo de que encontrara paz con su último suspiro. Mis manos temblaban, pero me repetía a mí mismo que debía ser fuerte por su bien.

Al llegar crucé sin prisa la puerta de la clínica, el ambiente se me antojó frío y sobrecogedor. Mi perrito se aferraba a mí como presintiendo que algo estaba por suceder, adiviné en su mirada confusión y miedo y solo hallaba algún sosiego con mi presencia a su lado. Al acercarnos a la sala de espera, mi perrito temblaba a cada paso, pero me aseguré de mantenerlo cerca, acariciando su cabeza y susurrando palabras de aliento.

Y finalmente, llegó aquel mal momento en que el veterinario nos llamó, era nuestro turno. Mi perrito, aún tembloroso, se resistía a separarse de mí. Mi corazón se apretaba y por un instante pensé que no resistía, pero me mantuve firme a su lado. Como si me entendiera dije mis últimas palabras, tal como se le habla a un humano, le aseguré que todo estaría bien, y que siempre lo recordaría y que era el mejor compañero que siempre quise tener en esta vida.

Todo fue muy rápido, le aplicaron la inyección letal. No hubo agonía en mi perrito, su cuerpo se fue relajando poco a poco, liberando sus dolores y encontrando la paz. La tristeza inundaba mi alma, pero encontré fuerzas para estar junto a él hasta su último suspiro.

Sin ningún consuelo dejé atrás la clínica lo más pronto que pude, un vacío inmenso me consumía por dentro, ya la ausencia de mi perrito era abrumadora. Caminé sin rumbo con los ojos llenos de lágrimas, sabía que nunca más sentiría su suave pelaje bajo mis dedos ni escucharía su inconfundible y alegre ladrido de bienvenida. Convencido estoy que siempre recordaré a mi perrito como el ser especial que fue: un amigo fiel, mi incondicional, mi compañero leal.

Con el paso del tiempo, me resigné a su ausencia física. El dolor inicial se transformó en melancolía, y nuestros mejores momentos juntos, se convirtieron en tesoros que guardo en lo más profundo de mi alma.

Y llegó el momento de tomar una determinación, sabía que una forma de honrar la memoria de mi perro era abrir las puertas de mi hogar y mi corazón a otro cachorro, algún necesitado que trajera de vuelta el absoluto cariño que mi extinto perro me brindó.

Algo me decía que hoy debía pasar por el refugio canino de la localidad; allí encontré a un pequeño cachorro que fue abandonado por sus dueños, flacucho y descuidado, con sus ojos llenos de tristeza me miró de una forma como implorando ayuda.

Al instante supe porque estaba allí, aquel cachorrito era el indicado para pasar a formar parte de mi vida. Me lo llevé a casa, le puse un nombre y le di un hogar. Poco a poco fue llenando los espacios vacíos con sus travesuras y su cariño desbordante. Lo alimenté y cuidé de su salud y a medida que nuestros lazos se fortalecían, sentí que había una fuerte conexión muy especial, con mi anterior compañero, era como un legado de amor que llegó con mi nuevo amigo.

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(Todas las imágenes son cortesía de pixabay y modificadas por mí con photoshop.)

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Saludos amigo @leganet, veo que te gusta mucho la escritura, este relato sobre la despedida de una mascota está bastante conmovedor y algunas personas podrían identificarse con ello.

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