En la urbe, mecánicos sentimientos se atraviesan, no logro distinguir de dónde salen. Gente que camina como loca, de un lado a otro, sin pestañear, sin discernir si vienen o si van, en medio de soliloquios de mentes perdidas que no entienden el día a día, y que por más que se esfuercen, no saben interpretar.
No hay paralelos con otras situaciones, es una nueva dimensión, es un comienzo y la mitad del camino. Hablan y hablan por sus celulares mientras cruzan los semáforos, se reunen con amigos a socializar, pero terminan absortos en sus celulares, sin apenas hablarse, sin mirarse siquiera.
Las mentes se ven disueltas en universos digitales, las personas viven sus vidas en lugares virtuales, muy dispersos. En un lugar muy distante no entienden que están, y no saben, no huelen, no oyen, no sienten; si tuvieran que mirarse al espejo y hacer una introspección profunda, se aterrarían, no sabrían qué hacer. Dicen ser humanos, pero cada vez se comportan como auténticos autómatas; dicen querer relacionarse, creen que lo hacen, pero ni siquiera están cerca de lograrlo, y mucho menos de entender que están fallando en algo; pero todavía más graves es, que están aún más lejos de entender en qué están fallando.
Carros por doquier, motos, ciclistas, peatones, en las calles de papel, en las junglas de concreto, y en lugares transitados que reunen millones de historias, se ven cada día nuevas escenas, pero las más emocionantes, son del pasado; un pasado sin gente robótica, un pasado con gente que hablaba, que socializaba, que se entendía.
Los celulares, las computadoras, los gps, no existían, y el mundo era un lugar incompleto, más primitivo, más esencial. Pero en lo primigenio de la condición, se saludaban, reflexionaban, filosofaban, aprendían, se conectaban. No es simple comparación, es acotación, es darse cuenta; la situación no era mejor, ni peor, simplemente era un escenario diferente.
No espero que nadie me entienda en mis reflexiones, tampoco espero que sea del gusto de nadie; son solo pensamientos entre humatanas de un cigarro que fumo mientras pienso en lo que es y no es, en lo que podría ser, lo que nunca debió ser y lo que es y será; nada más que reflexiones, una crítica mirada poética solitaria de un análista nocturno.