“Uno se embarca hacia tierras lejanas, indaga la naturaleza, ansía el conocimiento de los hombres, inventa seres de ficción, busca a Dios. Después se comprende que el fantasma que se perseguía era Uno-Mismo.”
En este libro, Ernesto Sábato, no sólo identifica la “deshumanización de la humanidad” en función de ese alud que es el modernismo y la masificación, sino que cronológicamente puntea una génesis del desarraigo del hombre a su propia esencia; un “viraje” (como llama él) que originó nuestra civilización a partir de la época de las Cruzadas. Es allí donde señala Sábato la nueva “concepción del hombre y su destino”. En adelante, entre el derrumbe del Imperio Romano y el despertar del siglo XII, el hombre deja de sumergirse en los valores espirituales de una vida consagrada prioritariamente a Dios para emigrar en un “despertar” que sobrevendrá en lo que define como una “embriaguez racionalista”.
Ese despertar del ensueño del Medioevo, en el que se redescubre el mundo y el hombre natural, abre paso a una nueva cosmovisión impulsada por la época renacentista, inducido el hombre en esa hora histórica a modificar sus expresiones, percepciones y manifestaciones. En adelante, se traza entonces un fundamento de mundo moderno basado en la ciudad y la sociedad más allá de los límites feudales. El hombre canjea su primitiva intención naturalista en un mundo lleno de árboles, bestias y flores, por una intervención abstracta con ínfulas de progreso. El maquinismo. El avance científico. El dinero y la razón.
Este libro esboza la coyuntura entre el mundo antiguo y el moderno. En el primero el hombre buscaba adaptarse según las leyes de la naturaleza y su cualidad proveedora; en el segundo, el hombre busca su dominio y el beneficio individual. Crecen las fuerzas de la reacción y el deseo de modificar todo, de intervenir lo que antes situaba al hombre y a su pasividad.
Ante esta solapada deshumanización, Sábato, transciende al instinto con la intención puesta en la construcción de puentes, en la creación y reconocimiento en obras de belleza en medio de un mundo bárbaro y hostil.
“El reino del hombre no es el estrecho y angustioso territorio de su propio yo, ni el abstracto dominio de la colectividad, sino esa tierra intermedia en que suele acontecer el amor, la amistad, la comprensión, la piedad. Sólo el reconocimiento de este principio nos permitirá fundar comunidades auténticas, no máquinas sociales.”
¡Bravo Sábato!