Los hongos visionarios y sus referentes culturales (1/4)

in hongos •  7 years ago  (edited)

«El primer encuentro entre los homínidos y los hongos que contienen psilocibina puede datarse antes de la domesticación del ganado en África, hace más de un millón de años. Durante este período de un millón de años, los hongos no sólo se recogían y comían sino que posiblemente alcanzaron el estatus de culto. La domesticación del ganado, un gran paso en la evolución cultural humana, al acercar tanto el ganado a los humanos, trajo también consigo un mayor contacto con los hongos, debido a que éstos sólo crecen entre los excrementos del ganado. A causa de ello, la codependencia intraespecífica humano-hongo aumentó y mejoró. Fue en esta época cuando nació el ritual religioso y se crearon los calendarios y la magia natural.

»Poco después, los humanos tuvieron conocimiento de los hongos "visionarios" de las praderas africanas y, del mismo modo que las hormigas cortahojas, nos volvimos también especies dominantes en nuestra área, y también aprendimos formas de "mantener a la población a buen recaudo en refugios subterráneos". En nuestro caso, estos refugios fueron ciudades valladas» (McKenna, T. 1992. El manjar de los dioses. Barcelona: Paidós, p. 45).

Traviesos, juguetones, enigmáticos maestros que transmiten su asignatura alienígena por el ingrávido sendero del humor más inocente, libre de prejuicios programados, los hongos mágicos se han erigido como objeto de reverencia desde los albores de la humanidad. El vestigio más antiguo de su uso es un mural con más de ocho mil años de antigüedad, descubierto en el desierto de Tassili (Argelia), que representa este tipo de delicias visionarias.

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Imágenes rupestres halladas en el desierto de Tassili. 6000-8000 a. C.

Los faraones del antiguo Egipto convirtieron el consumo de hongos en privilegio exclusivo de la clase dirigente. Los celtas denominaban a estos seres «hijos de una noche», mientras que los antiguos griegos los consideraban alimento de los dioses. De la Grecia clásica se conserva un bajorrelieve procedente de Farsalia que muestra a Deméter, diosa madre, y Perséfone, su hija, reina del inframundo, sosteniendo un hongo. Las dos diosas eran las figuras principales de los misterios de Eleusis. Allí, quienes se sometían a la iniciación, de carácter secreto, recibían una bendición espiritual en forma de visión inefable que les mostraba cómo vivir más allá de esta vida. Deméter, dadora de vida y dispensadora de muerte cíclica, constituye útero y tumba, al igual que la Pachamama de los indígenas americanos. Su hija, Perséfone, encarna la doncella del renacimiento y la regeneración, identificada con la luna, la primavera, las serpientes y el mundo subterráneo. Ambas viven juntas manteniendo los ciclos de la vida cósmica. A medida que madura, la hija se aleja de la madre y recorre distintos lugares, haciendo florecer cuanto encuentra en su camino. Un día, unos lamentos la atraen hasta el mundo subterráneo de los muertos, quienes, al ver la luz, detienen sus gemidos. Perséfone se queda a vivir con ellos, convirtiéndose en su reina y sacerdotisa, y ofreciéndoles el fruto del árbol de la vida. Su estancia allí representa el otoño: la naturaleza se despoja de lo viejo en espera de lo nuevo, el mismo proceso que atraviesan las almas de los difuntos, a las cuales Perséfone inicia para su ingreso en otra forma de vida. Ante la ausencia de su hija, Deméter se repliega asumiendo el rostro de Hécate, diosa invernal, una anciana sabia, oculta en las raíces y las hierbas curativas, bajo la tierra, dentro de las cuevas, donde la vida se refugia hasta completar su ciclo. El retraimiento de la madre y el descenso de la hija al inframundo manifiestan a la dispensadora de muerte y renacimiento, resguardando en lo profundo de su ser divino y de cada ser vivo la llama de la vida en estado de latencia.

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Perséfone y Deméter, 470 a. C.

En una vasija griega procedente del sur de Italia y fechada en el tercer cuarto del siglo IV a. C., Perseo corta con una hoz la cabeza de la gorgona Medusa, que descansa junto a un árbol, en una escena presidida por hongos. De hecho, el mito de Perseo parece describir el ritual mágico de recolección de un hongo visionario. En el mito, cuando el héroe se dirigía al territorio de Tirinto, sació su sed con el líquido de una seta (en griego, mykes). En agradecimiento, fundó allí su nueva acrópolis, Micenas. Resulta probable, por tanto, que la civilización micénica comenzara con un viaje de setas, uno de los ingredientes principales de la ambrosía de Dionisio.

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Perseo y Medusa, jarrón griego, s. IV a. C.

Algunas teorías afirman que el maná mencionado en la Biblia (Éxodo, 16:14) podría constituir una sustancia enteógena, e incluso ciertos autores han sugerido similitudes con el hongo psilocybe. Además, se han descubierto motivos artísticos que señalan la presencia de un uso de estos hongos en Kerala (India) y en la Europa medieval. Se trata, pues, de una de las sustancias visionarias que más ha influido en la cultura humana, responsable para algunos de la génesis de las religiones.

El segundo de los salterios ingleses asociados a Canterbury, el llamado Salterio de Eadwine (1150 d. C.), contiene varias ilustraciones con referencias fúngicas y visionarias: la historia de Adán y Eva, el sermón en la montaña de los hongos… Desde Jesucristo tentado por un chamán-demonio sobre un campo de setas de colores hasta imágenes que sugieren que el propio profeta constituía el sacramento, que Jesús era un hongo. El libro se completaba con sendos tratados de numerología y quiromancia.

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Salterio de Eadwine, 1150 d. C.

En América, los relatos de los primeros conquistadores europeos y las reliquias, frescos y alfarería rescatados de la memoria de los abuelos indígenas a lo largo de todo el antiguo territorio maya (donde se han hallado figuras de piedra en forma de hongo del año 1000 a. C. al 500 d. C.) revelan que la ingestión de los «niños de luz» constituía un sacramento importante en los ritos religiosos de diversas culturas mesoamericanas, desde el valle de México hasta el istmo de Tehuantepec.

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Ejemplo de representación de hongos en las culturas precolombinas.

Los primeros hallazgos escritos pertenecen al siglo XVI, cuando autores como Fray Bernardino de Sahagún, Francisco Hernández o Jacinto de la Serna describían el efecto embriagador que producía la ingestión del teonanácatl, «carne de los dioses», y las extrañas alucinaciones, los sueños multicolores, visiones demoníacas, accesos de hilaridad, excitación erótica, sopor y bienestar que producía la ingestión de estas setas durante los ágapes celebrados en la vida comunitaria. El doctor Francisco Hernández, médico del rey de España, menciona tres tipos de hongos narcóticos venerados. Después de describir los venenosos, afirma que:

«Otros, cuando se comen, no causan la muerte sino la locura que en muchas ocasiones es permanente; su síntoma es una especie de risa incontrolable. […] Existen otros que, sin inducir a risa, producen visiones de todo tipo, tales como guerras e imágenes de demonios. Hay otros que son muy apreciados por los príncipes en sus fiestas y banquetes. Se procuran en vigilias imponentes y terribles que duran toda la noche» (Schultes, R. E. y Hofmann, A. 1993. Plantas de los dioses. Orígenes del uso de los alucinógenos. México: FCE, p. 145-146).

Fray Diego Durán, en su Historia de las Indias de Nueva España e islas de la tierra firme, relata las ceremonias celebradas con motivo de la consagración de Moctezuma II, el último emperador azteca:

«Se dio a comer a los forasteros hongos silvestres, con el fin de que pudieran embriagarse; después de lo cual les indujeron a la danza. Terminado el sacrificio, con los peldaños del templo y el patio bañados en sangre humana, se dirigieron todos a comer hongos crudos, alimento que les hacía perder la razón y les dejaba a todos en peor estado que si hubieran bebido mucho vino. Se encontraban embriagados y privados de la razón, hasta tal punto que se suicidaban y gracias al poder de esos hongos, tenían visiones y se les revelaba el porvenir. El diablo les animaba mientras se encontraban en estado de embriaguez» (Durán, D. 1967. Historia de las Indias de Nueva España e islas de tierra firme. México: Editorial Porrúa. En: Rey Bueno, M. 2008. Historia de las hierbas mágicas y medicinales. Madrid: Ediciones Nowtilus, p. 159).

Los monjes franciscanos que acompañaron a Hernán Cortes durante la conquista de México denunciaron la comunión demoníaca que practicaban los aztecas. En su Historia de los indios de la Nueva España, Fray Toribio de Benavente (Motolinía) describe una antigua ceremonia con teonanácatl:

«[…] tenían otra manera de embriaguez que los hacía más crueles, era con unos hongos o setas pequeñas, […] de allí a poco rato veían mil visiones y en especial culebras; y como salían fuera de todo sentido, parecíales que las piernas y el cuerpo tenían lleno de gusanos que los comían vivos, y así medio rabiando se salían fuera de casa, deseando que alguno los matase, y con esta bestial embriaguez y trabajo que sentían, acontecía alguna vez ahorcarse, y también eran contra los otros más crueles. A estos hongos llámanles en su lengua teonanácatl, que quiere decir carne de Dios o del demonio que ellos adoraban y de la dicha manera con aquel amargo manjar, su cruel dios los comulgaba. […] Algunos cantaban, otros lloraban porque estaban ebrios. Los había que estaban sin voz; se sentaban como absortos, en la pieza en que se reunían. Unos creían morir y lloraban en su alucinación; otros se veían comidos por una fiera; otros se figuraban que hacían preso a un enemigo en la pelea; éste que sería rico; aquél que tendría muchos esclavos... Pasada la embriaguez platicaban entre sí de sus alucinaciones» (Benavente de Motolinía, T. 2007. Historia de los indios de Nueva España. Barcelona: Linkgua, p. 33).

Se supone que la potente mezcla de psicoactivos provocaba algún tipo de catarsis. El bebedor relataba sus conflictos y confesaba todos sus delitos, sintiéndose posteriormente muy aliviado. De éste y otros relatos se desprende que, en la época precolombina, los hongos sagrados se consumían en ceremonias públicas, costumbre muy difundida y festejada hasta que los alargados brazos de la Inquisición se dedicaron a perseguir aquellas prácticas profanas, condenadas desde entonces a la clandestinidad.

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Dibujo mexicano del siglo XVI.

Se especula que estos seres podrían haber formado parte de la farmacopea de las brujas europeas y las tradiciones paganas durante la Edad Media, aunque no se dispone de documentos concluyentes que prueben tales hipótesis, excepto, quizás, el hallazgo de un par de medallones y la expresión en euskera con que se conoce a estos hijos del trueno, sorgin zorrotz (literalmente, «bruja picuda»).

La tempestad, última obra teatral de Shakespeare, escrita en 1611, refleja de forma evidente los conocimientos mágicos, psicológicos y filosóficos del autor. En ella se presentan los hechizos de Próspero, rey de una isla desolada —un territorio libre en que los hombres pueden comenzar de nuevo—. Sus poderes mágicos, procedentes de duendes cuyo pasatiempo consiste en hacer brotar setas en la noche, despiertan tempestades, abren las tumbas y manipulan a los hombres. El mago, que tiene la vida de todos sus enemigos en sus manos, decide sin embargo perdonar a quienes le traicionaron e intentaron asesinarlo.

La persecución cristiana del teonanácatl se inició en 1656. Debido a su ignorancia, a su vocación católica monoteísta y a sus pretensiones de conquista, los invasores prohibieron, junto con el culto a los antiguos dioses mesoamericanos, el consumo de las «plantas diabólicas del Nuevo Mundo». Ese año aparece una guía para misioneros que ataca la idolatría indígena, incluyendo la ingestión de hongos. Los escritos que condenan al teonanácatl van acompañados de ilustraciones que lo denuncian. En una de ellas aparece el diablo incitando a un indio a comer hongos; en otra, el diablo danza sobre ellos (Brau, J. L. 1973. Historia de las drogas. Barcelona: Bruguera). Así describía el culto proscrito un clérigo del Santo Oficio:

«Para recogerlos, los sacerdotes y viejos, distinguidos como ministros para este engaño, van a las colinas y pasan casi toda la noche dando sermones y rezando supersticiosamente. Al amanecer, cuando empieza a soplar cierta brisa que ellos conocen, salen en su búsqueda, atribuyéndoles divinidad. Cuando se comen o beben, causan intoxicación, privan de sus sentidos a aquellos que los ingieren y les hacen creer mil absurdos».

Tras esos primeros escritos de los viajeros españoles, se produjo un silencio sepulcral: los hongos se volvieron invisibles y su consumo se mantuvo en secreto durante siglos, sin dejar rastro, o sin que hasta el momento se haya encontrado evidencia alguna. Lo que sí podemos asegurar es que estos encapuchados geniecillos de pícaros quehaceres han pervivido a pesar de las afrentas recibidas por el ser humano, permitiendo a algunos pueblos amerindios conservar su identidad frente al etnocidio invasor.

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Este artículo fue publicado originalmente en el siguiente libro:

BOUSO, José Carlos (Ed.). Psilocibes. Motril: Ultrarradio, 2013. 256 p.

Continúa en:
Los hongos visionarios y sus referentes culturales (2/4)

Hongos visionarios en el cine from Alter Consciens on Vimeo.

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