El ludópata

in humor •  7 years ago  (edited)

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Rómulo —ludópata, de profesión contador, mayor de edad, casado y domiciliado en la ciudad de Caracas, en pleno uso de sus facultades— llegaba a su casa. Lo de casado es circunstancial porque estaba atravesando un amargo proceso de divorcio, al cual lo llevó su ludopatía.

Rómulo dilapidaba su sueldo en garitos y en el hipódromo, lo cual hizo que su esposa abandonara el hogar común con su prole de tres y se fuera a vivir con su madre en Charallave mientras avanzaba lo del divorcio. Esta vez estaba sobrio, no porque hubiese abandonado del todo la dipsomanía, sino que no tenía dineros. Los amigos que pululaban como moscas cuando afluía, le rehuían ahora que escaseaba, y no encontraba quien le invitara una copa.

Decía yo que llegaba Rómulo a su fría y oscura casa, tanteando las llaves y pasando algún trabajo para abrir la puerta en la oscuridad. La casa estaba en tinieblas porque le habían cortado el suministro de electricidad por falta de pago. Rómulo estaba insolvente tanto económicamente como moralmente. Durante la separación de su esposa tuvo un romance con una compañera de su oficina. Y este sobredicho romance había terminado causando un agriamiento del ambiente laboral.

Rómulo entra al lúgubre tugurio en el que se había convertido su hogar. Ya no correteaban niños por los sesenta metros cuadrados de apartamento. Ya no se oía el televisor a todo volumen con programas del estilo de “El Show de Cristina” o “Laura en América”. Ya no había comida caliente esperándolo.

Al entrar, de repente, desde un rincón oscuro donde se unían el techo y la pared, surgió una luz, mortecina primero y brillante después. Se formó un haz de luz, como los que alumbran en los teatros a los actores. Espantose Rómulo y no supo qué pensar. En el haz de luz se veían flotar miles de partículas de polvo ambiental. Espantose Rómulo aún más cuando una voz gutural y estentórea, que parecía venir de todas partes y de ninguna, vocalizó lo siguiente:

—¡Rómulo! —dijo la voz sobrenatural— ¡métele todo al diez en la sexta! ¿oiste bien? ¡Apuéstalo todo al diez en la sexta!

Rómulo estaba aterrado. Tropezó con una mesa. Cayó al piso. Y hasta allí lo siguió la luz que lo enfocaba como una gran linterna. La voz atronadora y fantasmal volvió a hablar, esta vez con un tono más benevolente:

—¡No temas, Rómulo! —habló la voz, ahora conciliadora— ¡métele todo al diez en la sexta! ¡Apuéstalo todo al diez en la sexta! ¿oíste bien?

El haz de luz se hizo de repente delgado como un hilo y luego desapareció del todo dejando a Rómulo en la total oscuridad. Rómulo se asomó al balcón y miró hacia los apartamentos vecinos. Seguramente debieron haber escuchado la atronadora voz del más allá. Pero no. Todo el vecindario estaba tranquilo, cotidiano, normal. Parecía obvio que sólo él había escuchado y visto lo que escuchó y vio. No pudo Rómulo achacarle el extraño fenómeno a un delirium tremens porque estaba más sobrio que un neurocirujano de guardia. Por instantes pensó estar loco, pero no había antecedentes en su familia y él mismo jamás había experimentado nada ni remotamente similar. Siempre había pasado sin tropiezos cuanto test psicológico o psicotécnico se le había cruzado por el frente. Además, como dije, estaba sobrio. No consumía drogas. Su único vicio era el juego: el truco, las apuestas, los casinos y últimamente el hipódromo.

No sólo era adicto a la adrenalina producida por el riesgo de apostar, sino que el ambiente festivo del hipódromo lo hacía sentir en otro mundo. Un mundo más colorido, con más clase. Podía, vicariamente y por momentos, sentir lo que sentían los dueños de caballos de carrera que asistían a los palcos de lujo con sus encopetadas y hermosas amantes. La emoción de las carreras lo absorbía y perdía la noción del tiempo y también la noción de cuánto le quedaba en la cuenta.

—¡Una voz de otro mundo me acaba de dar un dato del cinco y seis! —analizó Rómulo—. ¡Ésta es, sin duda, la señal que estaba esperando! —concluyó—. ¡No puedo desaprovechar esta oportunidad!

Luego de una inquieta noche, Rómulo hizo varias diligencias. Se endeudó con peligrosos prestamistas. Vendió algunas joyas de su difunta abuela. Remató un PlayStation 3. Puso al límite la única tarjeta de crédito que le quedaba y empeñó a precio vil un par de relojes que había comprado cuando se podía comprar relojes. En su rafia desmedida logró reunir una cantidad de dinero que no pensaba que podía reunir y que lo ponía peligrosamente al borde de perder el apartamento que no era suyo sino de su mujer e hijos.

Montó Rómulo en el metro con rumbo al hipódromo. Caminó con premura hacia las taquillas. Observó las pantallas llenas de anuncios. Tropezó con gentes. Finalmente llegó a las taquillas de apuestas con una caja de zapatos llena de efectivo en billetes de alta denominación. Faltaban pocos minutos para la sexta y última carrera del día, en la cual corría el caballo número diez, una yegua llamada “Salvapatria”.

—Todo esto al número diez, “Salvapatria” —dijo al hombre del mostrador, quien tomó el dinero, tecleó automáticamente en una máquina y le expidió un comprobante de apuesta, todo ello sin levantar la mirada—.

Ya todo estaba en marcha, la voz de ultratumba le dijo que apostara todo el dinero del que pudiera disponer al caballo número diez en la sexta carrera. Y así hizo.

Comenzó la carrera. Un entusiasta narrador se escucha por los parlantes. El ritmo es frenético. La multitud ruge. Los caballos pasan frente a la tribuna en una nube de polvo. Se escuchan gritos y arengas, papeles vuelan por pos aires. “Salvapatria” tiene una partida mediocre. “Pretty Woman” y “Top Gun”, los animales identificados con los números ocho y tres respectivamente, se disputan la punta en un toma y daca emocionante. En los altoparlantes se menciona incansablemente a “Pretty Woman” y “Top Gun”. La multitud ruge. Puños al aire. Emoción trepidante. Rómulo escucha y observa con terror que “Salvapatria” no está ni siquiera entre los cinco primeros.

Luego de un par de minutos que parecieron eternos se escucha finalmente la llegada en primer lugar de “Pretty Woman”, seguida de “Top Gun” y a metros de distancia “Donkey Jote” en tercer lugar. El narrador, con voz más calmada, recita el nombre del resto de los animales que van cruzando la meta, entre ellos el de “Salvapatria”, que llegó en penúltimo lugar.

Una oleada de diferentes sensaciones, todas malas, pasaron por la mente y el cuerpo de Rómulo. Había apostado todo a “Salvapatria”, el número diez, siguiendo el concejo de una voz sobrenatural. No podía creerlo.... Todas sus esperanzas se esfumaron.

Un par de horas más tarde Rómulo llega de nuevo a su casa oscura. Le cuesta un poco abrir la puerta, sobres de cuentas por pagar metidos debajo de la puerta la estorbaban.

Pasa a la sala, cuando de repente, desde un rincón oscuro donde se unían el techo y la pared, surgió una luz mortecina primero y brillante después. Se formó un haz de luz, como los que alumbran en los teatros a los actores. Parecía que “el ente” del más allá lo estaba esperando. Espantose Rómulo y no supo qué pensar. En el haz de luz se veían flotar miles de partículas de polvo ambiental. Alumbrole el haz de luz. Espantose Rómulo cuando una voz gutural y estentórea, que parecía venir de todas partes y de ninguna, vocalizó lo siguiente:

—¡Rómulo! ¡Perdimos!

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Fuente de la imagen.

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Muy divertido y bien escrito, @sansoncarrasco. Con el espíritu de Mark Twain, me parece. Lo reenvié (ya me entiendes) para ver si se hace más visible, que lo merece. Saludos.

Que bueno que lo haya disfrutado. Gracias por apoyar. ¿Qué mayor contento para un escritor que ser leído?

Excelentemente bien adornado.

Opino que tienes mucho talento y no deberías dejarte amilanar
por la poca apreciación que han tenido tus recientes creaciones.

Keep on writing.
Keep on dreaming.

Gracias por el comentario. Me alegra que te haya gustado. Seguiré escribiendo. Ojalá más gente me lea.

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Siempre tan inesperado resultado ja ja ja. Me encanto, muy bien narrado.

:) Gracias voy bien entonces. Seguiré escribiendo humor. Le recomiendo mis críticas de cine, tienen mucho humor. Gracias por leerme.

Si puede recomiende su lectura, que muy poca gente lo ha leído. Gracias lectora!.