Quien no conozca el ritmo de “La Cola” en Venezuela se expone a la exclusión social. Entrar en ese mundo hace aproximadamente dos años no era complicado. A cada día de la semana correspondía un número de cédula de identidad nacional o número de pasaporte. Dado que mi documento de identidad finalizaba en 1 y a los días lunes correspondían los números 0 y 1, todo estaba dicho. Ése era mi día. De manera que deambulaba por la ciudad en la mañana o la tarde en busca de una cola para adquirir los productos de primera necesidad y siempre regresaba a casa con la meta cumplida y con un arsenal de relatos orales referidos a historias familiares, matrimonios, nacimientos, bautizos, comuniones, divorcios, defunciones, sueños rotos, amores, desamores, triunfos y fracasos y una que otra protesta por la crisis social y política del país que siempre culminaba en anécdotas referidas a la manera como vivíamos hace 20 años “cuando éramos felices y no lo sabíamos”. Pero, al cabo de un tiempo, se hizo más difícil el recorrido dado que los productos no llegaban y se perdía medio día en la infructífera búsqueda. Terminé por comprar siempre a los revendedores con sobreprecio.
Con el paso del tiempo la inflación venció el bolsillo de los venezolanos; para muchos la compra con sobreprecio no era ya una opción puesto que los sueldos no alcanzaban para cubrir las necesidades de la carencia de productos. Quise volver a la dinámica de “La Cola” y un buen día (lunes) me incorporé a un grupo de damas que hacían fila en uno de los supermercados cercanos a mi domicilio. De manera tranquila y confiada, se me ocurrió preguntar a una joven madre a qué número correspondía el día, sólo para verificar. La mirada inquisidora de la joven dama atravesó mi pecho en castigo por aquella osadía. Mirándome de arriba hacia abajo casi gritó:
-“¿Mija, en qué mundo vives tú?, ¿Tú no eres de aquí o qué?, ¿No revisaste la copia?
Confundida y extraviada entre aquel cúmulo de mujeres que me miraban como a una extranjera me arriesgué a preguntar:
-¿Cuál copia?
Por supuesto la mirada inquisidora no tardó en atravesar nuevamente mi pecho como puñal tras la risa entrecortada de otras damas que oían la conversación. La chica sacó del bolsillo de su pantalón una hoja doblada diciendo:
-“Anda a la fotocopiadora y copia eso”.
La fotocopia a la que refería era una hoja que detallaba los números de cédula de identidad correspondientes a todos los establecimientos de venta de víveres en un perímetro de 10 cuadras partiendo del lugar donde estábamos. Los números eran rotativos y respondían a una lógica nada congruente; de modo que, no había forma de tener claro cuál sería el orden de la semana siguiente. Era un sistema creado para evitar que una misma persona comprara varias veces un producto el mismo día y luego revendiera la mercancía a precios elevados; esta comunidad de revendedores eran los llamados “bachaqueros”; en consecuencia, aquella organización era denominada por los ciudadanos “antibachaque(r)o”.
Compungida y algo avergonzada volví a casa al percatarme de que no podría comprar ese día atendiendo a mi número de cédula sino que debía esperar hasta el miércoles y la semana siguiente debía localizar al creador del sistema de numeración para fotocopiar nuevamente el orden de la subsiguiente semana y así consecutivamente cada semana. Era un verdadero infierno puesto que tenía que decidir entre asistir a mi lugar de trabajo o vivir al ritmo que me imponía “La Cola” en la más rotunda espera y zozobra -siempre al acecho y casi en modo de casería- tras el organizador de aquella red cultural de accionar cotidiano en la cual se había convertido “La Cola”. Era un auténtico fenómeno social que exigía al ciudadano común reprogramar su mente hacia el nuevo significado del sistema de compra-venta en Venezuela para mantenerse al día con el modo de vida que imponía este nuevo fenómeno.
Continuará…