Qué triste es experimentar y estar sintiendo la misma desazón que siente hoy cada venezolano arrinconado por la inseguridad, la inflación, la escasez y la falta de alimentos. Parece que nos arrebataron la esperanza, parece que nos confiscaron la felicidad personal y el honor colectivos. Andamos al garete como barcos sin velas y sin timón y la tripulación muriendo de inanición.
Nos ranchificaron el país y nos esclerosaron la sangre aguerrida Caribe. Estamos entrampados y sufriendo del síndrome de Estocolmo. Estos corruptos y redomados delincuentes nos roban la dignidad, nos secuestran, nos someten con el malandraje que como los camisas negras del fascismo sometieron a Italia.
Nos permiten comer de los mendrugos que les sobran de sus ostentosos bacanales, nos impiden soñar, nos han convertido a Venezuela en un pobre y menesteroso territorio, y nosotros los amamos, como si nos estuvieran haciéndonos el favor de perdonarnos la vida.
Estamos viviendo como los países africanos donde lo cotidiano es la hambruna y el llanto asomado a los ojos de los niños y ancianos.
Ya estamos a punto del estatus de refugiados dentro de nuestra propia nación. Estamos a un tris de sentirnos en una balsa en el Triángulo de Las Bermudas, sin comida, sin agua potable, entre el inclemente sol y las noches estrelladas, pero rodeado de tiburones.
Y ante esta lamentable situación qué estamos haciendo para sacudirnos esta maldita plaga que propaga endemias, que nos mata a plomo o de hambruna, que nos niega el acceso a los medicamentos en las farmacias y en los centros dispensadores de salud nos ofertan el panorama de una situación de guerra, en medio de hospitales de campaña y en un permanente código negro por la falta de insumos médicos y farmacológicos.
Produce una profunda tristeza ver a venezolanos arrastrar su dignidad ante unos mendrugo de pan, que mas que solucionar los problemas alimentarios lo que hacen es profundizar las humillaciones a un pueblo acostumbrado a defender su dignidad y su autoestima. Es una afrenta a la venezolanidad aniquilar la rebeldía y el albedrío de una nación, a cambio de mitigar el hambre. Pareciera que el propósito es enterrar el espíritu caribe, aquel del "sólo nosotros somos hombres, los demás son esclavos".
Estamos abandonados a la buena de Dios por un régimen de ineficaces e inefables, de delincuentes e insensibles que han traicionado el legado de Simón Bolívar.
Estamos navegando por un río infectado de caimanes y monstruos desconocidos que amenazan con extinguir a una nación que fue próspera y hoy está en ruinas como si la hubiese arrasado el caballo de Atila.
Tenemos que tomar las calles antes que nos las llenen de alambradas y ni siquiera podamos salir a disfrutar la luminosidad del sol.