Sobre la Identidad, de Milan Kundera

in laidentidad •  7 years ago  (edited)

Esta novela es un parpadeo lánguido, el cual nos pudiera dar la sensación de una ceguera inducida, más aun, voluntaria. Leer este libro es hurgar dentro de un biombo lleno de silencios… Kundera nos sorprende nuevamente con una audacia única, que nos muestra el desespero disfrazado de mutismo y aislamiento.

La redacción de Kundera va girando mientras su ficción poco a poco se vuelve una centrífuga que nos muestra el alejamiento del eje Chantal/Jean-Marc. En esta centrífuga su relación gira para tratar de mezclar aceite y vinagre, y en constante movimiento, a veces perpetuo, ambos líquidos pudiesen aparentar ser uno solo, con todo aquello de ambos mundos. Si esa fuerza se detiene, ocurre lo que ocurre con el aceite y el vinagre. La centrífuga de Chantal y Jean-Marc se ha detenido, aislando a cada uno pero dentro del mismo vaso…

En esta novela el argumento repta mostrándonos el peso que deviene en estos personajes a razón de sentirse, en ocasiones, distintos dentro de su propia intención de apego. Ese argumento nos hunde en sus mundos internos, los cuales, nunca terminan de abrirse. Se solapan tal vez, pero no se abren, se enfrentan. Esta historia es un cubo de cristal a punto de caerse, a punto de quebrarse. ¡Kundera es puro vértigo! Kundera moldea el silencio y le da volumen, convirtiéndolo en susurro. La sensación previa de un vacío que nos atañe como especie, un vacío momentáneo, transitorio, coyuntural, que significa tanto y tan poco; que significa cambio, hastío y una consecuente transformación. No es mera subjetividad; esa articulación es estructurada mediante una suerte de nodos, que usa Kundera afincando su trazo, para dar forma a una geometría que entrelaza y superpone sus aristas: las aristas de la vida. Aristas que no son sus personajes, sino lo que viven, lo que experimentan, lo que sienten y muy sobretodo lo que callan.

Me atrevo a decir que los personajes de Kundera piensan mucho más de lo que hablan. Son celosos de sus figuraciones, y las confiesan al lector a través del puente que es Kundera mismo. ¿Puede la lectura volverse una abstracción? ¿Puede un autor alcanzar a burlar las reglas de la concordancia en sus escritos…? Tal vez el checo se apoye en sus cajas chinas para no hacernos perder en nuestro propio ensimismamiento…

Leer La Identidad es fundirnos en Chantal y Jean-Marc. La habilidad del autor nos persuade hasta conducirnos al vórtice de su ficción, girando en esa centrífuga que nos muestra un erotismo filosófico, un inconsciente embebido en concupiscencia y existencialismo, en un sentimiento impreciso de querer-no-dejar-de-ser.

Esta novela bien podría llamarse Simulacro de una mujer amada. Esta mujer es Chantal, a quien el peso de los años le han sobrevenido en inseguridad, en duda. En lo más recóndito de su naturaleza femenina ella ya no se siente deseada. La mujer es un elemento (entre otras figuraciones) sensual, y su condición femenina siempre la ha definido como un ser imanador de miradas. Este es el punto de inflexión en La Identidad. Chantal siente que los ojos masculinos ya no la miran; ya no despierta sensaciones; siente que una parte de ella desaparece y deja de existir. Su subconsciente le juega el recuerdo de un pasado que ya no es. Sus sueños le tocan la puerta pero ella está encerrada, sin poder abrir; siente que ha perdido la llave de su propia imagen.

Chantal y Jean-Marc se quieren, pero los años han pasado y el presente se presta difuso, distinto. En esta historia se remarca que la imagen de años anteriores se “va borrando”, diezmando así la identidad. ¿Cómo éramos antes?, ¿cómo somos ahora?, ¿cómo seremos después?. Esta tríada acecha toda relación, y se manifiesta más bien con un silente cambio climático. Como un aleatorio cambio estacional… Una fresca primavera, un cálido verano, un seco otoño, un gélido invierno…

Chantal camina por una playa y nadie le mira. Su condición imanadora de miradas ha mermado. Siente y entiende que su imagen ya no atrae como antes. Su corazón pertenece a Jean-Marc, pero su esencia no acepta el dejar de sentirse mirada. Es un boleto que ha perdido. Un boleto bien guardado que nunca sabría si lo usaría de nuevo, pero ahora, perdido, ya no significa una opción, mucho menos una convicción. No es la fealdad lo que le ocurre a Chantal. No es la vejez. Es la sensación de perder la identidad que le caracterizaba, aquella que despertaba miradas en los demás y ahora le arrebata la vida sumiéndola en inseguridad.

Jean-Marc le siente distinta. Evidentemente la actitud de Chantal es otra, y en un desesperado arrebato de frases e interrogaciones ella le confiesa:

“Los hombres ya no se vuelven para mirarme.”

Jean-Marc busca salvarla recordándole que él ¡sí la mira!, sin embargo, eso no es suficiente para Chantal, quien no se halla entre semejante torbellino emocional. Kundera traza, no diálogos, sino alargados epitafios, en una urdimbre que forma y deforma al personaje según lo que va pensando.

“Chantal se siente a salvo, porque la voz de Jean-Marc es la voz del amor, la voz cuya existencia había olvidado en aquellos momentos de desconcierto, la voz del amor que la acaricia y la relaja pero para la que todavía no está preparada; como si esa voz llegara de lejos, de demasiado lejos; tendrá que escucharla aun durante bastante tiempo para poder creer en ella.”

Chantal, aislada en Jean-Marc, vio perder su femínea condición, propia de tiempos pasados. Jean-Marc imagina en este pretérito la historia de su cuerpo como la transformación de una figura “traslúcida, luego transparente, luego invisible, que se pasea por las calles como una pequeña nada ambulante…”.

¡Kundera declara que la mirada del amor es la mirada del aislamiento! Ciertamente el compromiso requiere un repliegue. El convenio exige desapego a lo anterior, y apego a lo ulterior.

El desespero le acontece a Chantal, pero, en lo sucesivo, una luz al final del túnel se ha encendido para ella. Un admirador secreto ha empezado a dejar cartas en su buzón de correspondencia, diciéndole que la sigue, que la espía; apareciendo misteriosamente para “insuflar su antiguo aspecto perdido, su identidad perdida”.

En paralelo el autor resalta a través de las figuraciones de Jean-Marc los trazos perdidos de la identidad a razón de la memoria y la amistad. Lo que se deja atrás. Así siente nostalgia de sí mismo y de su ser querido, aun teniéndole enfrente. Así muta la identidad bajo la conceptualización de Kundera.

“Recordar el propio pasado, llevarlo siempre consigo, es tal vez la condición necesaria para conservar, como suele decirse, la integridad del propio yo. Para que el yo no se encoja, para que conserve su volumen, hay que regar los recuerdos como a las flores y, para regarlos, hay que mantener regularmente el contacto con los testigos del pasado, es decir, con los amigos. (…) Porque la amistad vaciada de su antiguo contenido se ha convertido hoy en un pacto de mutua atención o, a lo sumo, en un pacto de cortesía…”

Por esa razón en La Identidad se resalta que entre parpadeos evocamos el olvido y que en la mirada se posa la realidad, la del presente. Lo que miramos es lo que verdaderamente acontece en nuestra proximidad, y en los espacios negros de párpados caídos también soñamos, vulnerables, a merced del extraño cineasta que es el inconsciente.

Así pues, entre páginas, se plantea la idea de la existencia enfrentada al tiempo. En una historia que bordea lo fantástico, lo onírico; la concepción de la identidad como una sensación, que pudiese bien variar o perpetuar.

Ardua labor la de llegar a conocerse uno mismo. Difícil también saber identificar realmente la esencia del -otro- en la pareja. Kundera señala, como inquisidor, ¡el simulacro!. Un simulacro que se brinda en la espontaneidad de la adaptación, y en esa adaptación puede que algo o mucho de nuestra identidad se haya desvanecido.

“…y toda la relación de los dos está cimentada sobre el acuerdo tácito de que nunca hablarían de aquella desigualdad.”

La Identidad, un drama en persecución. Una sensación de desprendimiento casi inevitable y de un aferro inducido. Un desvanecimiento que juega insidiosamente con lo real y lo fantástico.

¡Bravo Kundera!La Identidad.jpg

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