Hace miles y miles de años, el sol, aburrido de vivir sin compañía, decidió casarse.
La hora de formar una familia y sentar la cabeza había llegado y para celebrarlo organizó una fiesta multitudinaria a la que invitó a los animales de la tierra.
¡La idea entusiasmó a todos! La hormiguita, el elefante, la ballena… ¡Ningún animal quería faltar a la cita y corrieron a ponerse guapos para ser los primeros en llegar!
Bueno, esto no es del todo cierto… Hubo uno que en cuanto se enteró de la noticia salió pitando a esconderse bajo su cama muerto de miedo. Se trataba de pequeño erizo blanco de hocico marrón.
Sus vecinos, indignados y bastante sorprendidos por su actitud, fueron en su busca para convencerlo de que no podía hacerle ese feo al gran sol.
La rana le dijo:
– Amigo, tienes que ir a la boda ¡El sol te ha invitado y no puedes faltar!
El tigre también le instigó:
– El sol se pondrá muy triste si no vas. Vivimos gracias a la luz y al calor que nos da ¡No acudir a su enlace es de muy mala educación!
Los conejos, las cebras, los buitres… Todos se acercaron a hablar con el erizo testarudo que, ante tanta insistencia, aceptó.
– ¡Vale, vale, dejadme en paz! ¡Os prometo que iré!
Antes de formalizar el casamiento tuvo lugar el banquete nupcial que el sol había organizado con mucha ilusión. Los animales fueron llegando y, emocionados, se sentaron a la mesa para degustar deliciosas viandas y los mejores vinos del mundo.
El sol estaba, nunca mejor dicho, radiante, y los invitados parecían disfrutar de lo lindo. El único que seguía compungido era el erizo, que no quiso probar ni una miga de pan. De hecho, nada más llegar, corrió a un rincón y pensando que nadie lo veía, se puso a roer una piedra.
El novio, que estaba muy atento a todo, se dio cuenta y se acercó a él.
– Amigo erizo ¿puedo saber qué haces ahí solito comiendo una piedra? He mandado preparar una comida riquísima para todos vosotros y no entiendo por qué no participas de mi fiesta con todos los demás ¿Hay algo que no es de tu agrado?
El erizo dejó de mordisquear el guijarro y le miró con carita pesarosa.
– Señor, perdone, pero es que le confieso que estoy preocupadísimo.
El sol puso cara de sorpresa.
– Vaya… ¿Y por qué estás preocupado?
El animalito habló con mucha sinceridad.
– Es que desde que anunció su boda no dejo de pensar en las consecuencias. Usted nos da calor, un calor maravilloso para vivir en la tierra, pero si se casa y tiene varios hijos soles, moriremos abrasados ¡Los seres vivos del planeta tierra no podremos soportar el calor de varios soles a la vez! No crecerá la hierba y los árboles se secarán. También se evaporarán los ríos, los mares… y nuestro hermoso planeta se convertirá en un desierto.
Entonces, el erizo bajó la cabecita apenado y masculló:
– Por eso como piedras, para ir acostumbrándome a lo que me espera si es que logro sobrevivir.
El sol se quedó callado y absorto en sus pensamientos. El erizo tenía mucha razón y le hacía replantearse su decisión ¡No podía arriesgarse a destruir tanta vida y tanta belleza!
Caminó hasta colocarse en medio del banquete, dio una palmada para pedir silencio y habló ante todos los congregados.
– Quiero deciros algo muy importante. He tenido una conversación con mi amigo el erizo y acabo de decidir que ya no voy a casarme ¡La boda queda anulada!
El silencio se apoderó de la sala. Todos los animales mostraron una gran tristeza y algunos demasiado sensibles, como los gatitos y los cervatillos, comenzaron a llorar.
El sol, muy seguro del paso que había dado, continuó su discurso.
– Sé que os entristece, pero pensadlo bien: sería peligroso para todos vosotros que yo me casara y tuviera varios hijos, pues la luz y el calor que desprenderíamos sería incompatible con la vida en la Tierra. Creedme que es lo mejor para todos ¡Doy por terminada la celebración! Por favor, regresen a sus hogares.
Todos los presentes, que se lo estaban pasando fenomenal, miraron al erizo con odio ¡Por su culpa se habían quedado sin la mejor fiesta de su vida!
La fauna al completo se levantó para darle su merecido por traidor, pero el erizo, que de tonto no tenía un pelo, se ocultó y nadie consiguió encontrarlo. Tras dos horas de infortunada búsqueda, las especies abandonaron el lugar y se fueron a dormir a sus casas.
Cuando ya no quedaba ni un alma en el salón, el erizo salió de su escondite y se topó de frente con el sol.
– Me temo que tus amigos están enfadados contigo, pero yo te estoy muy agradecido por el buen consejo que me diste. Voy a regalarte algo que te vendrá muy bien a partir de ahora ¡Toma, póntelas, a ver qué tal te sientan!
El sol le entregó unas púas largas y afiladas para colocar sobre la espalda.
– Cuando alguien se meta contigo ya no necesitarás ocultarte; podrás enroscarte formando un ovillo y las púas te protegerán.
– Muchas gracias, es un regalo maravilloso ¡Hasta pronto, señor!
El erizo regresó a su casa sintiéndose más guapo y sobre todo, más seguro. Desde ese día, como bien sabes, luce un cuerpo lleno de pinchos.
El sol, por su parte, continuó con su vida en soledad hasta hoy, pero jamás se arrepintió de haber tomado aquella inteligente y generosa decisión.