Los vecinos extramuros de la M-30 Sur, componemos una diáspora de gente lejana a nuestro país de origen. Somos amigos, amantes, camaradas y antiguos amantes. Cuando llegué, llevaban años viviendo en estos barrios, algunos estaban a cientos de kilómetros de sus ciudades de origen. Vienen de la costa africana, de las tierras andinas, o ciudades orientales. Hablan chino, rumano, árabe, francés. Pueden tener una fiesta próxima, un aniversario, el cumpleaños de un amigo, o el día de su santo patrón, y en todas estás tácitamente incluido. Somos católicos, judíos, musulmanes, o ateos. Nunca entendí bien cómo tiene sentido este apretujamiento.
Mis vecinos están ahí cuando necesito a alguien con quien hablar, o llorar en algún hombro, escucharlos contar historias increíbles de como llegaron, o sus historias mínimas de supervivencia.
Tenemos grupos vecinales de vigilancia nocturna que van armados hasta los dientes, y grupos un poco más discretos, para el turno diurno. Formamos las guardias urbanas vecinales, caminamos como si estuviéramos paseando, si no eres de la zona, no podrías adivinar quienes somos. En muchos casos, hacemos labores cotidianas como las compras o llevar a los niños al cole, sobre todo asistir a los que están en apuro. Es parte de nuestra dinámica del barrio.
Hay grupos especializados en las zonas de los límites, que por supuesto son las más conflictivas. Por la M-30, el peligro viene de las redadas de los funcionarios, y cerca de la M-40, de las redadas pandilleras. Siempre somos los mismos vecinos que rotamos el sector para pasar desapercibidos.
En mi caso, junto a Adel, asistimos a Carla. Somos el contacto estrecho entre ella y los grupos de vigilancia de la zona con la M-30 y la M-40.