Estaba frente al estrado, una habitación oscura donde al frente tres enormes figuras detrás del estrado me veían fijamente, murmurando entre ellos palabras que no comprendía, pero que por alguna razón, entendía perfectamente.
Aquella habitación eran solo dos luces, una sobre mí, y otra muy tenue que apenas dejaba ver las siluetas sombrías que me estaban sentenciando.
No podía moverme, estaba amarrado a una silla de tal forma que mis extremidades se encontraban totalmente inhibidas, mis codos, mis muñecas, mis rodillas y hasta mi cabeza, se encontraban fijamente sujetados por correas de cuero y alambres.
Mis parpados no podían cerrarse, sentía como si los hubieran engrapado para que no pudiera cerrarlos. Quería abogar por mi defensa, una alternativa de salvación, pero esto era imposible, mis labios estaban totalmente sellados.
Aquel grupo de jueces seguía dialogando, sus palabras eran precisas y fuertes. En aquel idioma extraño y chasqueado, murmuraban como debía ser castigado por mis crímenes, se dialogaban entre la tortura, la muerte o ambas.
Sentí tranquilidad cuando pude entender a uno de ellos decir “compasión, que pueda defender su palabra”; esa era mi esperanza, podía decir algo, sabía que podía llegar a un acuerdo y salvarme.
No había sido tan grave, mi “error” por así llamarlo, no merecía un mal castigo. Trate de moverme, de llamar su atención con la esperanza de ser escuchado y liberado.
Pero me era imposible, mi cuerpo estaba tan bien sujetado que incluso tratar de respirar más de la cuenta me era un trabajo difícil. Un fuerte martilleo se escuchó, las tres entidades mostraron entrar en acuerdo sobre cuál sería mi destino.
Me miraron fijamente por un instante, sin decir nada, estáticos. Repentinamente la luz que permitía notarlos se apagó.
Sentí algo caer sobre mi brazo.
Rápidamente voltee la mirada para saber de qué se trataba, era un pequeño insecto, del tamaño de una uva; pronto otro cayo a su lado, una cucaracha…
En ese momento lo había entendido, era obvio lo que seguía; el pánico empezó a envolverme, luchaba desesperadamente por poder moverme. Poco a poco podía sentir como iban cayendo sobre mí más insectos, de todos los tipos, y tamaños, empezaban a caer sobre todo mi cuerpo y a cubrirlo, no paso mucho hasta que sentí la primera picadura, alguno de esos insectos pico fuertemente mi brazo, seguidamente las punzantes patas de varios de ellos empezaban a irritar mi tacto, empezaban a morderme y picarme.
Los insectos seguían cayendo, a medida que caían más, era mayor su disputa, empezaban a ser más agresivos y violentos con mi cuerpo, empezaban a pelear entre ellos mientras desgarraban mi piel, empezaba a sentir como mis brazos empezaban a gotear sangre sobre la madera de la silla, podía escuchar el escarbar y graznar de los insectos en mi cuerpo, en mi cabello y en mis oídos, estaban empezando a subir por mi cuello, el dolor era insoportable, me desgarraba la piel forcejeando las ataduras de cuero y alambre que me sentenciaban a ese tormento.
Un pesado objeto cayó sobre mis pies, alterando a los insectos que empezaron a dispersarse lejos de mí, baje la mirada, vi una pesada tira de escamas y patas arácnidas en mi pierna.
Un fuerte dolor se generaba en mi pecho, ante el pánico, mi respiración había enloquecido y el impedimento para respirar por parte de las ataduras empezaba a costearme un pulso peligroso. Pero nada comparado con lo que sabía que estaba en mi pierna.
Hace años, había visto uno en la sabana, eran capaces de comer murciélagos, verán, en mi país existe una extraña especie de insecto, habita en cuevas y en proporción con muchos de su familia, es descomunal.
Aquel ciempiés empezó a moverse por mi pierna, caminando como espiral, empezó a subir por el resguardo de la silla hasta mi brazo, poco a poco empezaba a recorrerlo, acercándose cada vez más, de forma lenta y relajada, a mi cabeza; ya no lo soportaba, el dolor en mis parpados y en las áreas amarradas a la silla, debido a la fuerza con la que obligaba a mis músculos a tratar de escapar era incluso más pasable que seguir viendo como lentamente se acercaba a mí.
Pero no era lo peor, mientras subía pasivamente por mi pecho, sentía algo en mi tobillo, estaban volviendo, aquellos insectos estaban empezando a subir por mi pierna, solamente que esta vez, no perdieron tiempo en empezar a lastimarme.
Sin embargo, no me preocupaban ellos, me preocupaba él; sentía como sus patas empezaban a rodear mi cuello, empezaba subir por mi barbilla, empezando a apartar su cabeza de mi rostro, como una serpiente que desprende del suelo parte de su cuerpo para mirar.
Se colocó frente a mi ojo izquierdo, podía ver su horrible rostro de insecto a escasos centímetros de mi pupila, lo peor era ver su lindo añadido, dos babeantes y putrefactas pinzas que salían de su boca, podía notar como al bastardo se le hacía agua la boca de sólo ver mi ojo, lo deseaba, lo iba a tener.
Las pinzas de su boca empezaron a abrirse lentamente, era irreal, su mandíbula se abría en tres, se expandía de forma absurda mostrando una hilera de dientes internos que llevaban a un fondo negro absoluto. Aquella mandíbula creció hasta ser del tamaño de mi ojo.
Se abalanzó sobre mí.
Desperté.
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