Mirando aquella vieja fotografía de 1924 recuerdo que existo por situaciones fortuitas, en las que yo en ningún caso hubiera podido intervenir. Veintiséis años antes que el fotógrafo itinerante, con su cámara fotográfica de cajón, entrase a la casa de comercio La Competidora, para hacer esa fotografía, mi abuelo Héctor Rafael Cordido estuvo frente a un pelotón de fusilamiento por un caballo bayo cabos negros, que él mantuvo escondido y a salvo, de las apropiaciones llevadas a cabo por las mesnadas de la llamada Revolución Liberal Restauradora, cuando ocuparon Guama, comandadas por Juan Vicente Gómez, en su paso hacia La Victoria, para la batalla final contra el gobierno central y entrar triunfantes a Caracas.
Papápavo, como solíamos llamarle por amor desde niños, después de escuchar fervorosamente el rosario que nos obligaba a oír en nuestras vacaciones guameñas, transmitido por la Radio Nacional de Venezuela, se me quedó mirando y repentinamente se levantó de la silla y me llevó frente a aquella foto familiar.
-Clemencia, tu abuela, me urgió para hacernos esta fotografía, porque veinticinco años antes de hacérnosla, estuvieron a punto de matarme por culpa mía y de un caballo bayo cabos negros, que se llevó el general Gómez.
Guardó silencio y continuó:
Venían triunfantes esos hombres que habían invadido por el Táchira, siguiendo al General Cipriano Castro; a la fuerza habían reclutado a campesinos y pisatarios, flacos, descalzos, débiles por el paludismo y la falta de quinina para curarla, dejando a su paso viudas, huérfanos, robos, violaciones, ensañados contra los pobladores menos pudientes; los más avispados se escondían en las montañas cuando pasaban todas esas revoluciones.
Tímidamente pregunté:¿Faustino Parra, era de esa época? Porque…
Con un adusto gesto no me dejó continuar.Ponga atención, negro, y no se me distraiga del cuento, métase esto en la cabeza, la gente oye primero y pregunta después…
Una prudencia espesa me invadióNecesitados de plata los jefes de las tropas liberales se reunieron con los comerciantes y todas las gentes de bien, que hacían vida en el pueblo… incluido el padre Borges, que era el párroco de aquí.
Posó su mano pesada y callosa de ochenta años, que todavía trabajaba la agricultura, sobre mi cabeza y recordando con dificultad, por su arterioesclerosis, continuó como si me necesitase de testigo de sus recuerdos:La gente cree que aquí había tranquilidad, pero no es verdad… Aquí pasaba todos los días una carreta y se recogían, cada mañana, dos o tres cadáveres, muertos “por quítame esta paja” o por asesinato simplemente; éramos, dicen, un reposado y apacible país de campesinos, lleno de memorias habladas, fantasmas y aparecidos… después te contaré la historia de Faustino Parra.
Se sentó en su cama de hierro y con un gesto me indicó el piso para que me sentara.Volviendo al cuento del caballo, por el que casi me fusilan… Entre los que se reunieron con los jefes de las tropas, que habían establecido aquí sus cuarteles, estaba tu tío abuelo Herminio y de hallaba a punto de llegar a un acuerdo con Gómez… En ese momento la tropa que ya había entrado a mi negocio… La Competidora y cuando estaban registrando los cuartos, oyeron el relincho del caballo… que yo había escondido, ensillado con todos los aperos de lujo, en el cuarto de la sal… Porque tenía la intención de irme hasta Yaritagua para comprometerme con tu abuela Clemencia Wohnsiedler Morán, nieta del General José Trinidad Morán que fue un héroe de la Independencia… Bueno esa es otra historia… lo cierto es que descubrieron el caballo y lo amarraron en el árbol de uva de playa que está en el patio empedrado de al lado, donde llevaban a las bestias
Hizo silencio y moviendo nerviosamente sus dedos, acariciando el pulgar con los restantes, evocando el recuerdo continuó:A empujones me llevaron hasta donde estaba el potro…
En ese momento llegó uno de los soldados, descalzo y con mis polainas puestas en las espinillas de las piernas … Ese lo recuerdo clarito, un cipote negro, lo llamaban coronel Sotillo, muy jugador de gallos… para entonces yo criaba gallos de pelea… Bueno… me dijo: “Yo solo iba a llevarme algunos gallos pero vamos a tener que fusilarlo” Iba a protestar pero me acordé de la Virgen de las Mercedes y preferí callarme… “Avísele al general Gómez que tenemos un bayo cabos negros de muy buena alzada y que me de la autorización pa`fusilar al que lo tenía escondido, porque es material de guerra… Dile, por si acaso, que se llama Héctor Cordido”
Una sonrisa se asomó entre la barba de “Papápavo”.Cuando regresó el mandadero se acercó a Sotillo y le dijo algo en secreto… Después el coronel Sotillo me presentó saludo militar y dijo: “Don Héctor Cordido mi general Gómez lo requiere en su presencia con caballo y todo”
Desconcertado le pregunté¿Qué pasó, Papápavo?
Sonrió mirando sus botines:Herminio, era un hombre muy inteligente, un leoncito afeitado, cuando llegó el mensajero con la nueva estaba a punto de llegar a un acuerdo de dinero con el General Gómez… este le preguntó si me conocía. Y Herminio le respondió “sí, es mi hermano y por cierto le guardó un caballo bayo cabos negros para que usted lo monte”…
Miró la fotografía agradecidoCuando llegué estaba diciéndole a Gómez: “general no hace falta ningún recibo, si ustedes ganan y no me quieren pagar de nada vale el papel, en cambio su palabra es un documento”
Ya no existe la entrada de las bestias para el patio empedrado de La Competidora, ni el árbol de uva de playa…. No importa… tampoco el abuelo está acá. La fotografía de 1924 sigue en la vieja casa de Guama, ninguno de los fotografiados existe, ahora son nuestros recuerdos y debemos contarlos porque los hemos vivido.
Nos plasmamos en nuestras memorias y fantasías.