Los hechos narrados a continuación corresponden a cierta tergiversación en la rutina, una distorsión de la cotidianidad. Sobre este asunto me hablaba el compañero y víctima de lo acontecido, el Mediocampista cordobés del Deportivo Gambeta, Manteca Pisciotta, quizá uno de los futbolistas más analíticos y sobrios que conocí. Manteca era un buen tipo, en la radio le llamaron “boliviano” y para mí era un gusto entrevistarlo porque narraba el partido recién disputado con una precisión y análisis en las jugadas que reflejaban el orden mental del jugador más silencioso del equipo. Lo cierto es que fui participe de dos momentos que seguramente recordará; el penalti que erró al minuto 86, en un partido empatado ante Orinoco FC, de una instancia decisiva del Torneo de Ascenso, y el día que fue retenido por la policía venezolana gracias al servidor que escribe.
En aquellos días adquirí la costumbre de tomar el aventón de regreso a casa con el Manteca, situación que al comienzo hacía en ocasiones necesarias, pero luego no faltaba el día en que me iba con él para hablar de fútbol. Los entrenadores del club comenzaron a ejecutar una serie de entrenamientos en la playa, sin partidos oficiales, durante dos semanas. A las cinco de la mañana desperté, fumé un porro y partí a la playa, el entrenamiento comenzaba a las seis. El día parecía sumido en una bruma azul que acercaba el cielo a mi rostro. Tomé un bote para cruzar a la playa. Pensé en el estigma social que existía para no construir un puente en el lugar, porque conectaría a la zona más pobre de la ciudad con la más costosa. Al otro lado tomé un bus del cual me bajé sin pagar porque se me olvidó, y así llegué a Playa Los Canales de Lechería.
El entrenamiento transcurrió como siempre. Los tipos corrían de un lado al otro, aumentando y disminuyendo la velocidad, también se perseguían entre ellos. Fui interrumpido cuando miraba la masa de agua furiosa, de un color azul que irradiaba electricidad y contrastaba con el horizonte negro que forman las islas adyacentes a la bahía de Pozuelos. Tomé algunas fotos y entrevisté al Preparador Físico, mente detrás de la ejecución hecha por los atletas. Tenía ganas de dormir. Tomé el aventón con Manteca, varios jugadores también subieron a la camioneta porque se dirigían al bote que cruza hacia el lado de la ciudad donde yo también vivo, pero casualmente me dirigía en dirección contraria y luego lo lamenté. En el camino encontramos un control policial, el uniformado con un peinado extraño empuñaba una escopeta que superaba su estatura, miró hacia la camioneta donde yo ocupaba el puesto de copiloto y nos permitió continuar. Los muchachos conversaban indiferentes, yo contaba los tres policías que estaban en el lugar. Continuamos, dejamos a los muchachos y al retornar, el policía de la escopeta gigante dio la orden de estacionarnos al lado derecho de la carretera.
Nos bajamos del vehículo después de la orden, el argentino se disponía a entregar su documentación cuando el policía de la escopeta venía sin ella y me dijo:
-Tú ven acá. Pasa y abre el bolso- acto seguido entramos a una casilla policial que estaba en la entrada del estacionamiento de un centro comercial. Pensé en la moña que estaba guardada en mi cartera pero como vestía el uniforme del equipo de fútbol y mi carnet de Jefe de Prensa, asumí que me dejarían ir. Pero no fue así. El policía de la escopeta sabía que yo tenía hierba porque empezó a buscar en mi bolso de forma desesperada, abriendo los cuadernos, registrando los compartimientos y por último ordenándome sacar lo que tenía en los bolsillos de los pantalones. Le enseñé mi billetera y saqué todos los elementos que había allí, a excepción de la hierba. Pero el policía insistió en tocar la cartera y cuando quiso arrebatármela de la mano, tomé la hierba y me la llevé a la boca. El policía intentó ahorcarme para que no pudiese tragármela pero logré mi objetivo y acto seguido el policía me propinó dos golpes en la cara, como para intentar noquearme. Acto seguido me sentaron y llamaron al futbolista para amenazarlo pero mis primeras palabras fueron en protección del personaje extranjero, los policías le ordenaron que no llamara a nadie por teléfono. En ese momento supe que la negociación quedaba en mis manos.
La ubicación que tomó cada policía en la comisaría, determinó el resultado de la negociación. El de la escopeta nunca se sentó; tomó mi celular y lo guardó en su bolsillo, al igual que mi primer billete de diez mil bolívares, para decirme que lo que él podía tomar lo que quisiera, mientras encendía un cigarrillo y salía de la casilla para entrar a intervalos de 5 minutos. Al intentar desbloquear el celular, lo bloqueó y dijo que ya no me pertenecía. Apareció uno que tenía el peinado de Daddy Yankee y me insultaba pero era el más receptivo, a él le ofrecí 30 mil Bolívares, me dijo que mínimo 40. Salió de la comisaría, supongo que a reunirse con el enano de la escopeta, y regresó junto a él a los cinco minutos ordenándome que fuese a la parte trasera de la comisaría. Abrí una puerta y aparecí en un dormitorio.
-Quítate los zapatos- dijo el más furioso e intranquilo mientras sacaba mí celular de su bolsillo. Me quité los zapatos. No había nada.
-¿Cómo vamos a hacer?- preguntó el menos alterado, Daddy Yankee.
-Tengo 35 mil bolívares en mi cuenta, puedo pasarla en un punto de venta o transferirles pero necesito salir de esto.- Dije.
- ¿Y el celular?- preguntó el furioso mientras encendía un cigarrillo.
- Miren eso es lo que tengo. Soy un Periodista, no he cobrado. El celular me lo he comprado con sacrificio y esa cámara es del equipo. No me hagan perder el trabajo, no me estoy metiendo con nadie. Por ahí hay gente que anda haciendo lo malo y les resuelven. Tampoco me jodan-. Dije, jugándome la última carta.
- Ahorita vamos al frente a pasar la tarjeta en un punto de venta- Sentenció el furioso mientras fumaba. Regresamos al salón principal de la comisaría. Manteca miraba por la ventana de la comisaría, no lo había visto tan pensativo alguna vez. Intenté hacerle señas de que todo estaba controlado pero advertí la presencia de un nuevo policía. Usaba un reloj brillante y no hablaba, revisaba mis cosas lentamente, página por página, bolsillo por bolsillo.
-¿Tú eres escritor?- Me preguntó.
-Si. Periodista- dije
-Y sinvergüenza también. Se tragó la droga frente a nosotros.- dijo Daddy Yankee detrás de mí.
Crucé la avenida junto al policía furioso, como si estuviésemos dando un paseo. Fuimos a una panadería donde los empleados parecían estar advertidos a la llegada de la autoridad junto al aprehendido. Hice una compra fantasma por 35 mil bolívares (todo lo que había en mi cuenta bancaria) y el policía adquirió más cigarrillos. Cruzamos la avenida.
-Tu eres loco. Si fuesen otros policías te meten preso. Tienes que hablar claro y decir lo que llevas. Después se trabaja relajado-. Dijo el policía repentinamente. A mí me preocupaba el celular.
Me ordenaron buscar mis cosas. El policía silencioso las revisaba. Guardaba mis pertenencias cuando el policía furioso me dijo:
-Si no te vas en un minuto, te vas a quedar en esta mierda-
Tomé mis cosas rápidamente.
-¿Y el celular? Le pregunté.
Me miró en silencio. Lo intentó desbloquear nuevamente. El celular no respondía. Tal vez pensó que estaba dañado. Me lo devolvió. Manteca ya estaba en la camioneta.
Con respecto a Manteca, el asunto no pasó a mayores. Mientras comentábamos el mal episodio descubrí que los policías me habían robado los auriculares del celular y una batería de la cámara. Necesitados o robando por malicia, no lo sé. Pero lo cierto es que el trabajo de los policías tiene como fundamento esta minería basada en el terror, denominada extorsión o matraqueo. El policía venezolano es una delincuencia uniformada que religiosamente obedece a la anarquía. Es así como transcurren los encuentros ante la ley en Venezuela. El dinero lo resuelve todo.
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