Ni toda su sabiduría, ni toda su experiencia, ni toda su valentía lo habían preparado para enfrentar algo de ese tipo.
No era el rencor lo que lo impulsaba, era el hambre prolongada, producto de una sequía, lo que lo llevaba a merodear por la madriguera del hombre. Su propia naturaleza le indicaba que mejor era apartarse. Pero las contantes punzadas en su estómago le hacían olvidar el olor a pólvora y a sangre mezclada con miedo que percibiera en muchas oportunidades cuando era un cachorro.
Ahora el hombre estaba viejo. Sus fuerzas mermadas por los años y por una enfermedad en los huesos, hacían que sus dedos apenas pudieran estirarse. Era una presa fácil, un objetivo más que cazar en aquella desolada montaña.
La noche fue el amparo perfecto para su fechoría, colándose por los sembradíos resecos, entre cadáveres de un maizal que no prosperó y entre yerbajos espinosos que ocultaban nidos de ratas.
La luna brillaba con fuerza, el cielo ausente de nubes, parecía iluminar el escenario de una matanza.
Dentro de la cabaña, cobijado con mantas bajo los efectos de un té de menta, yace en un sillón el hombre, presumiendo su edad, con una respiración fatigada y los ojos oscurecidos por el cansancio. Su oído todavía da señales de vida, alcanzando apercibir el crepitar de la leña y la inquietud de las gallinas.
Muy cerca está el tigre, ya puede oler su presa y saborear su victoria. Sube la loma donde se almacena el forraje, confundiendo sus rayas con la chatarra de viejas herramientas oxidadas, dejadas a la intemperie hace mucho tiempo. Hace gala de su rugido, solo por la soberbia de anunciar su logro, de dar a conocer a viva voz que finalmente destruirá al envejecido hombre.
Una chispa en la oscuridad sobresalta el campo maizal como una estrella que explota con fuerza. Aves levantan el vuelo apresuradamente para huir del conocido estruendo. Una bala de plomo le atraviesa el corazón al tigre. Este se cae derribado haciendo un sordo rugido de dolor.
Ciertamente el hombre es prisionero de los años, pero su rifle sigue tan joven como siempre, y su puntería es la única habilidad que el tiempo no ha podido quitarle. Lástima para el tigre, que conoce de cacería pero no de armas. La noche se tiñe de conmoción y prorrumpe en lágrimas dejando caer la lluvia que mantuvo retenida por meses... lágrimas para llorar la pérdida de un gran cazador.
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Muchas gracias, se que implica un gran esfuerzo hacer ese trabajo de curación, en especial con tantos buenos trabajos que se presentan a diario en la plataforma, por eso en verdad agradezco el impulso y el tiempo que tomaste para leer mi escrito, un gran saludo para ti.
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