Por G. J. Villegas
Partimos desde mi casa a un lugar bastante oculto para nuestros gustos en la vereda 49 del complejo de viviendas Kanson II, allí teníamos un amigo que solía ayudarnos a determinar cuándo alguna prueba fotográfica era genuina y cuándo un montaje.Nos recibió con gusto como siempre, haciendo gala de su actitud cooperadora, y al entrar le mostré la nota que recibí del repartidor.
—¿Exactamente qué quieres que haga con esto? ¿Sabes que aún me debes dinero por el último favor que te hice? Ambos me deben dinero. El favor consiste en atenderlos con prontitud cuando vienen aquí, pero deben pagar por mi trabajo —dijo enojado entreabriendo la puerta.
Charles sacó su placa y se la mostró con seriedad. Un truco que funcionaba algunas veces, pero otras era un fiasco.
—¿Crees que eso me asusta? Voy a dejarlos afuera y esperaré a que traigan una orden para registrar mi casa. Aprovechen y me traen dinero también ¿Qué les parece?
—¡Richard, cálmate! Hemos venido a pagarte ¿Por qué nos tratas de esa forma? Somos amigos ¿Recuerdas? —le dije conciliadoramente.
—¿En serio? ¿Amigos? Te pedí que me presentaras a la periodista de eventos con la que trabajas y solo me dijiste que no estaba disponible. No creo que los amigos hagan eso.
—¿De eso se trata? ¿Estás molesto por una mujer? —preguntó Charles mirándome como si yo fuera culpable.
—Escucha Richard —dije buscando en mi bolsillo— aquí tienes 10 dólares, eso paga lo que te debo, además traje pizza, déjanos entrar por favor, solo tú puedes ayudarnos ahora.
Se quedó mirando el dinero y la pizza, los tomó y luego abrió la puerta.
—Sabía que serías razonable. Con respecto a la periodista, digamos que no es el mejor momento para hablarle de ti —indiqué sentándome en su sillón.
—¿Por qué? ¿Está atravesando una ruptura o algo parecido? —inquirió entusiasmado.
—Digamos que tu casamentero tuvo la delicadeza de criticar su trabajo sobre la boda del hijo del alcalde de una manera poco ortodoxa —intervino Charles sirviéndose un whisky.
—Solo le di un comentario constructivo —repliqué.
—Dijiste que su redacción era absurda y banal.
—Me correspondía hacerle la observación porque estaba ayudando con la revisión.
—¡Le rompiste el borrador en su cara!
—Reconozco que eso si fue excesivo. Pero debo decir a mi favor que ese día estaba muy estresado.
—Entonces mejor digo adiós a mi oportunidad de conocerla gracias al señor “diplomático” —agregó Richard mordiendo un trozo de pizza.
—No desfallezcas, hay muchos peces en el mar — le dije irónicamente.
—¿Qué significa esta nota? —preguntó mirándonos a Charles y a mí.
—¿Crees que puedas recabar algún dato útil si examinas el papel y la escritura con tus artefactos? —pregunto Charles.
—Quizá, pero solo después de comer.
Charles bebió su trago, y se acercó para preguntarme sobre el significado del escrito. Era claro para mí que un gran peligro se cernía sobre mi cabeza, pero ahora me preguntaba si Charles y Richard podrían estar en riesgo al intentar ayudarme. Era obvio que las personas que procuraban mi fin tenían cierto control y capacidad de monitorearme. Este asunto debía resolverlo cuanto antes, pues comenzaba a sentir que me llevaban la delantera y eso no me era nada agradable.
—En la historia del matrimonio accidentado en el desierto, yo represento a la esposa muerta. Quedarme solo con los coyotes será un riesgo para mí, es decir, que no debo ir solo a nuestro encuentro esta noche —expliqué a mi amigo el policía.
—Asumo entonces que es seguro que tendrás una especie de “accidente” que evitará que te encuentres con la mujer de la llamada anónima y que te expondrá ante los “coyotes” —indicó Charles dando en el clavo.
—¡Exacto!
—Pero este aviso nos pone un paso adelante de ellos. Sé lo que debemos hacer para sacar ventaja de la situación —aseguró Charles.
Me quedé pensando en mis apuntes sobre sobre mi investigación del caso, repasando los acontecimientos del atraco en el banco donde casi pierdo la vida, recordando cada palabra de aquella llamada en el café de Joe, y entonces se me ocurrió una idea poco convencional para resolver mi cita con la dama.
—Charles —dije pausadamente— tengo una idea, pero no va a gustarte para nada.
—Casi nunca me gustan tus ideas —replicó sin vacilar.
Continuará…
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Muy bien amigo, el placer de leerte!
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