Giovanna volvía caminando presurosa por las calles de aquel barrio caro, que ni era ni siquiera tan caro como el de ella, correctamente cerrado, 4 cuadras más adelante. Se detuvo, se puso a pensar con su pulgar rozándole el labio inferior, y decidió caminar todavía un poco más, desviándose del camino. Y caminó y caminó observando la realidad de un país que ella soñaba cambiar. Y pensando otras idioteces que en ocasiones eran interrumpidas por gritos de caminantes varios, obreros o vecinos:
— Eh, nena, con ese ojete, vení a cagar a mi casa! JAJA.
U otro dulce señor que le miró con cariño paternal las tetas mientras se manoseaba la verga debajo del pantalón:
— Uh, venite a merendar leche, princesa! Jaja.
Gio escuchaba, se sonrojaba y sonreía, y seguía caminando, sin temor, pues ella creía que la gente era buena, si se la trataba bien. Dulce putita soñadora. Un poco la intranquilizó sentirse extraviada luego de caminar tanto, pero enseguida, gracias a su iPhone, pudo ubicarse y tomó el camino correcto.
Giovanna se detuvo al notar algo muy peculear en la callejuela junto a ella: había un hombre, un hombre de mediana edad con rostro muy gentil pero a la vez triste, mirando de pie a la pared, el hombre estaba en remera y… nada más, descalzo y, con su verga tiesa completamente erecta. Gio nunca habìa visto algo así, es decir, se la había mamado a su profe de religión (pues no prestaba atención en clase... él había dicho) y al noviecito que tenía, pero esas pijas, eran diminutas comparadas con esta.
Gio se quedó de pie observando ese hombre y su verga, esa verga que casi podía notar como latía. Gio tragó saliva, sintió la conchita encenderse y sintió el llamado divino de servir al prójimo, recordó las líneas del buen samaritano y… Gio caminó decidida en dirección al señor con la verga tiesa, se arrodilló frente a él y dulcemente le dijo al señor:
— Señor, no puede tener su verga tan dura, déjeme ordeñársela, por favor.
El tipejo no entendió que estaba pasando y mirando alrededor buscando a un cómplice le dijo a la niña, sin dejar de acercárse a ella:
— Qué querés, nena? Te estás riendo de mí?
— Quiero su verga y su leche, señor. Quiero cuidarlo — dijo Gio mientras se quitaba la camisita de colegiala, y luego el corpiño blanco, dejando sus tetas de dulces y rosados pezones desnudos. Tiró la ropa al sucio suelo y esperó verga en su boca, abriéndola ante el señor.
El tipejo no dudó ni un instante y se abalanzó a meterle la pija en esa tierna boquita, y así, mientras la miraba a los ojos y le escupía la carita, le rellenó la boquita de sucia y sabrosa pija. Gio succionó como la más profesional puta, se dejó culear bien la garganta y saboreó bien ese trozo de carne malholiente y para ella, delicioso. Gio mamó la verga con mucha dulzura y putéz; Gio incluso, instintivamente, le lamió los huevos al señor, para gran alegría de éste, mientras le acariaba la carita y tomaba el pelo a la estudiante buena samaritana, y bien puta chupapija.
Gio mamó tan dulcemente la verga, que prontamente supo recibir una abundante ración de semen en la garganta y en su boca. Gio tragó todo e incluso recogió con su lengua todo rastro de lechita caliente que haya quedado en esa pija. Gio tragó todo, el señor se cayó sentado contra la pared y así él escuchó la dulce voz de la jovencita mientras se vestía con la ropa de colegiala que había dejado tirada:
— Gracias, señor, qué rica pija y leche me dió.— Gio miró la hora en su iPhone y salió apresurada hacia su casa, así de correctamente alimentada.
El tipejo miraría como la jovencita se iba, deseando esa colita adolescente con mucha intensidad, y teniendo otra erección antes de dejar de verla a ella, bien alimentada y apresurada.
Gio llegaría a casa y también extrañaría a esa verga tiesa que la había cuidado esa tarde.