Encuentro con el diablo
Francisco era un joven de mala fama. A pesar de que su padre fue una persona muy respetada en el pueblo, él era considerado un tipo indeseable y vulgar; que siempre ocasionaba problemas a su angustiada madre. Era muy común encontrarlo a altas horas de la noche en cantinas de mala muerte, acompañado por personas de dudosa reputación. Derrochando el poco dinero que había quedado para él y su madre en bebidas, mujeres y apuestas.
Uno de tantos días salió de su casa, no sin antes recibir las advertencias de su ya muy cansada madre -incapaz de controlarlo-, de que debería tener cuidado con sus noches de farra, puesto que un día podría aparecérsele el diablo. Francisco ante esta advertencia, simplemente sonrió, pareciéndole infantil y absurda, y azotando la puerta de la entrada salió de la casa pensando en lo mucho que se divertiría esa noche.
Llegó a una cantina, y sentándose en una mesa con otros hombres, comenzaron a jugar cartas. Pasó el tiempo rápidamente, entre partidas y copas. Cuando Francisco había ganado varias manos, como nunca antes había ocurrido, los hombres decidieron retirarse antes que perder lo poco que les quedaba. Francisco, bastante pasado de copas y con su bolsillo lleno de dinero, -pero no satisfecho con todo lo que había ganado esa noche-, comenzó a retar a los ya muy pocos ebrios que quedaban en la cantina. Pero nadie le hacía caso. Así que lanzando maldiciones decidió regresar a su casa.
Caminaba tambaleándose mareado, y tratando torpemente de tararear alguna canción por una calle empedrada, hundida en penumbras y un sepulcral silencio. Entonces la voz de su madre recordándole la advertencia que le había dado antes de salir de su casa, resonó en su cabeza: -“…ten cuidado porque en una de esas se te puede aparecer el diablo”-. Francisco comenzó a reír estruendosamente, diciendo para sí mismo que el diablo no existía; que era un invento para asustar a los niños, exclamando palabras altisonantes ofendiendo y retando al demonio para que se le hiciera presente.
Mientras Francisco caminaba todavía alcoholizado, escuchó los lastimeros aullidos de los perros alrededor. Un fuerte y frió viento comenzó a correr por todo el pueblo, agitando las ramas de los arboles. Francisco sintió un escalofrió recorrer todo su cuerpo. Más aún cuando percibió un penetrante olor a azufre. Su sorpresa se hizo mayor, cuando comenzó a escuchar el crujir de una vieja carreta, y los cascos de dos caballos, que pasaban a su lado.
La visión no sería extraña en el lugar ni la época, pero hasta para Francisco fue muy poco común. La misteriosa carreta daba la impresión de ser muy vieja; la madera y las ruedas se veían bastante desgastadas y de un color inusualmente oscuro. Los caballos, -ambos de color negro- eran cadavéricos y de aspecto lúgubre. Pero lo más impresionante era el conductor de esa misteriosa carreta: un hombre corpulento, vestido totalmente de negro con un pequeño sombrero que cubría sus ojos. Francisco sentía miedo por aquella carreta y su ocupante, pero no podía dejar de mirarla; observó que las manos que llevaban las riendas de los caballos eran huesudas y con unas uñas muy largas. Levantó la mirada para observar el rostro de aquel hombre, y como sí él sintiera la mirada de Francisco, también volteó a mirarlo.
Francisco sintió desfallecer al haber visto ese rostro, y jamás pudo describirlo, puesto que cada ocasión que llegaba a este punto de la historia, la angustia y el temor lo invadían. Lo único que se puede decir es que después de haber protagonizado esta historia, juró a su madre alejarse de todos los vicios.