En torno a tópicos de moralidad, justicia, gobernanza y estado podemos incluir una temática interesante y por demás valiosa de los últimos años.
En nuestros países y de muchos otros lugares plantean el enfoque llamado en el sector público, que se llama la meritocracia, o que no es otra cosa que el poder regular según el mérito o la capacidad de que cada uno de alguna manera logra tener.
Sin embargo, y aquí empezamos los diversos tipos de análisis, como muchos pueden ver esa tesis, en un principio pareciese justa. Pero la tesis de la meritocracia, en tanto es una forma de logros como orden igualitario y de justa accesibilidad a posiciones decisivas, y la superación de los trabajos en el sector de los estados o el ámbito público; no cuando menos con posibilidades de éxito, genera que esta cuestión muestre como en la época de pandemia las realidades más negativas del sector salud en muchos países como el Perú y conllevado a ello los soportes y auxilios necesarios en torno a ello.
La realidad nos ha mostrado, con la contundencia suficiente, que hay inevitables dudas de esa agenda esperanzadora. Porque es más que nada una esperanza y nos lleva a actitudes de buena fe, que se desdicen con la praxis gubernamental y al parecer, los factores decisorios no necesariamente están vinculados con el talento humano como una única variable, sino que son la dependencia con diferentes grados y porcentajes de valores a un conjunto de elementos étnicos, socioeconómicos, educativos, genotípicos, habilidades políticas, etc.
Es decir, el talento por sí solo, es insuficiente para que se obtenga posiciones relevantes que influyan positivamente en la sociedad tan compleja y convulsionada como la actual.
Por ejemplo: es como en el fútbol, tener 1 o 2 excelentes jugadores no garantiza que el equipo sea bueno, es más, podría no tener esos grandes jugadores y lograr algo más complicado aún: ser un verdadero equipo de fútbol.
Por eso es que en la actualidad en los diferentes campos se busca una sinergia, necesaria y productiva pero que no genere rivalidades tóxicas ni una visión utilitarista que atente contra el sentido de persona y del valor de la misma.
Para que un individuo sin privilegios y sin abundancia de recursos familiares asuma un puesto clave en la cadena de producción tiene que trazar una estrategia sumamente eficiente y de hábiles negociaciones para rodear o, cuando menos, minimizar ciertas barreras estructurales que traspasan nuestro país: el racismo, el clasismo, la argolla, el nepotismo y la falta de oportunidades educativas para impulsarlos.
Es decir, este individuo con muchas limitaciones, no puede competir contra otro que lo supere en todos los otros campos; porque para que fuese así, el desnivel individual sería gigantes y debería notarse por sus compañeros o superiores.
De ese modo, lo que cuesta para un individuo común que apele solo a su brillante talento será muy larga y con altas probabilidades de fracaso. Ergo, puede o tiene que recurrir a herramientas extrameritocráticas. O que no se sujetan a la simple meritocracia, por ello es que a la vez, enfrentarse a los profundos estereotipos que están instalados aún en las mentes más retrógradas, pero que ansíamos superarnos todos.
Eso nos indica que la meritocracia en sí misma es inexistente en tanto que requiere de habilidades paralelas y de condiciones mentales muy resistentes para que pueda ser reconocido y, principalmente, ubicado en lugares expectantes. Esto situación es sumamente perjudicial para el país en todos los sectores. O sea es una buena idea pero que debe conllevar a diversos tipos de prácticas para que se desarrolle ese modelo y por tanto es algo así como en el modelo del equipo de fútbol, determinadas posiciones son o requieren preparación especializada y en en general también a la par los jugadores entrenan juntos.
O sea es una dimensión híbrida. Y allí puede comenzar el enfoque de meritocracia híbrida. O enfoque múltiple.
En primer lugar, impide que aquellos con mayor capacidad intelectual y destrezas para resolver problemas complejos logren impactar y transformar para bien las situaciones; y, a la par, genera que, ante esas brechas, sean los más astutos y, muchas veces, sin escrúpulos quienes ocupen los espacios determinantes.
En la esfera pública es más notoria y evidente esta situación, más allá de la tendencia ideológica de quien gobierne temporalmente; a nivel privado, es más sutil, ya que son los resultados y la rentabilidad lo que suelen importar, es porque las entidades más productivas y eficientes van eliminando esas taras sociales y hacen de la atracción del talento su propio modo de existir como organización. Las que no la hacen avanzan más lentamente, son erráticas y van rumbo a desaparecer.
Entonces, asumir que los méritos por sí solos son suficientes es una ilusión que nos está costando muy caro como sociedad. Genera una expectativa que no se cumple, salvo excepciones en las organizaciones más avanzadas. La sombría paradoja es que si justamente no creemos en el mérito con ética como prioridad, más allá de los orígenes sociales y las condiciones de privilegios previos, nuestro país seguirá dando tumbos y las entidades públicas serán solo un botín para intereses subalternos.
Igualmente la meritocracia busca luchar contra la corrupción, pero ambas pueden no lograr su cometido si no siguen procedimientos para atacar la esencia de los sujetos susceptibles a la no-excelencia y a ser corrompidos. De muchas formas explícitas e implícitas.
El mayo valor es la búsqueda de excelencia como nos han enseñado, pero para que ello se pueda dar en el tiempo y mantenerse lo más incorruptible posible, se debe lograr generosidad, empatía y solidaridad como trinomios de las fortaleza de la excelencia y sea el freno regulador de excesos o el acelerador de viajes lentos.
La fortaleza está en la vida comunitaria y su superación no-agresiva, ni su decadencia-pasiva.
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