En el patio de un manicomio se acercó un loco a otro loco para contarle al oído: -Algunas veces he llegado a pensar que unos, si no todos, en el silencio nocturno previo al sueño, se inventan conversaciones con gente ya conocida…
Se apartó el loco unos segundos oteando en derredor para prever que nadie más escuchase. Prosiguió casi en susurros a aquel otro, de semejante o peor condición, que le prestaba completo cuidado a pesar de su mirada perdida: -Diálogos, confrontaciones, respuestas inventadas, reacciones también inventadas. Modificaciones arbitrarias de un encuentro que ocurrió, cotidiano tal vez, o de otro que, por el contrario nunca aconteció, extemporáneo si se quiere. En ambos casos le confieso que en efecto el cerebro fantasea, no sólo con la contienda sino con una argumentación reflexiva y desafiante. Claro que esto es una suerte de soberbia: el fantasma de las palabras jamás mencionadas, que se recrea en un instante absurdo, tan sólo pensado, nunca comentado. Así alguna persona fuera de este recinto de la demencia tal vez haya puesto palabras en la boca de mi rostro imaginado, antes de dormir. ¿Discutiríamos entonces?, ¿pelearíamos?, quizá sólo conversaríamos.
El otro loco, luego de escuchar todo aquello, preguntó: -¿Y qué le dijo usted?-. Y el primer loco respondió: -Figúrese que no recuerdo, pero creo que la última vez hubo gritos y golpes.