REMEMORAR A LOS FELINOS
De Emiliano Gentil Cumare, no quedaba nada, ni la sombra. Y cada uno de nosotros era expectante de su llegada a la calle Zea. Haber sido huésped, durante años (casi una vida) en la cárcel del Dorado, no era cualquier cosa. Del exreo recuerdo su figura desgarbada, quijotesca, de voz ronca y a veces de una fortaleza que, rememoraba a los felinos; pero ya nadie lo respetaba y hasta los muchachos lo golpeaban y le lazaban piedras; y cuando escuchaba música (ballenato), bailaba y lo hacía hasta el cansancio, quizás fue la música la que lo mantuvo vivo, porque el Dorado, región pantanosa, de fauna peligrosa, de caimanes y serpientes, tenía su propia música, con pautas de silencio y sonidos que tejían un misterio, o anunciaban una muerte. La música que lo acompañaría hasta alcanzar su propia muerte, acuosa, embriagadora como los ditirambos de Dioniso.