“No digas: Yo me vengaré; espera a Jehová, y él te salvará.”
Proverbios 20:22 RVR1960
Ante un acto de injusticia, un daño o agravio inmerecido, es difícil no reaccionar. Pero si esto constituye un perjuicio permanente, como la pérdida de un bien, algo que genere secuelas físicas o psicológicas, mutile u ocasione la muerte de un familiar, hace que se sienta la sangre hervir y las ansias de retribución y ganas de ocasionar igual o mayor daño pueden nublarnos la mente. Saber que, si la ley actúa, la persona recibirá una condena que siempre será considerada inferior a lo que se debería tener que pagar, habrán atenuantes, y podría ser liberado antes de tiempo por buena conducta, hace que sea tan difícil de aceptarse.
Pero tomar la justicia por nuestras manos, que es lo que uno siente deseos de hacer, solamente genera una cadena de violencia que cada vez escala más, puede involucrar a varios miembros de las familias, si no a todos, y puede durar por generaciones. Y un acto de venganza puede hacer que se pierda la libertad, quizás llevándonos a la misma condición que desencadenó el deseo de retribución. Para los cristianos, por otra parte, es algo totalmente fuera de cuestión. Desde el Antiguo Testamento tenemos pasajes como este: No digas: Yo me vengaré; espera a Jehová, y él te salvará. El nuestro es un Dios justo, que defiende a Sus hijos y aun nosotros tenemos que rendir cuentas por nuestros malos actos. ¡Cuánto más los que practican la maldad!
Buscar venganza podría ocasionar que terminemos siendo pecadores nosotros. Dios quiere que mostremos amor por los demás, no odio; y en Él tenemos juez celoso que defenderá nuestra causa, cuyo amor no conoce fronteras, pero cuyo sentido de justicia trasciende nuestras expectativas. Dejemos las cosas a Dios, y perdonemos aun a los que nos ofenden con misericordia, pues su trato será con el Altísimo. ¡El Señor te bendiga!
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