“De manera que si un miembro padece, todos los miembros se duelen con él, y si un miembro recibe honra, todos los miembros con él se gozan.”
1 Corintios 12:26 RVR1960
La unidad entre los habitantes es uno de los sueños más anhelados de cualquier sociedad. Sucede que, dependiendo de los intereses y motivaciones, las personas se agrupan por afinidad, pero aun dentro de estas colectividades suele suceder que no existe unidad, pues cada cuál vela por sus propios beneficios. De este modo, entre partidos políticos, clubes sociales, asociaciones, organizaciones y todo tipo de sociedades formales e informales existe desunión, aunque tengan hasta reglamentos para evitarla.
Tristemente, la iglesia no escapa a esto. Al venir de diferentes estratos sociales, diversas experiencias de vida, y complejos escenarios familiares, arrastramos viejas costumbres al iniciar en una congregación. A veces se mantiene el egoísmo, hay tendencias a mantenerse retraído y mostrarse a la defensiva ante personas nuevas, de las que no sabemos que esperar. Puede suceder que los que llevan ya tiempo en los caminos de Dios también tengan sus sospechas, o miedos que los nuevos puedan reemplazarlos. De esto también se aprovechan los demonios para sembrar división en la iglesia. Sin embargo, Pablo habla de que nuestras diferencias nos hacen necesarios y útiles los unos a los otros, de la misma manera en que sucede con las partes de un cuerpo humano. Agrega: De manera que si un miembro padece, todos los miembros se duelen con él, y si un miembro recibe honra, todos los miembros con él se gozan. Y en esto vemos la verdadera unidad. No existe un yo, sino un interés colectivo enfocado en Cristo y en los miembros de la iglesia, en el que los problemas de uno se convierten en el desvelo de todos, mientras que los méritos de uno se torna la alegría del resto. Lograríamos entender que nuestra iglesia es tan fuerte como nuestro integrante más débil, y que cualquier cosa que suceda a uno afecta a los demás.
La iglesia no debe estar dividida, ni cada quien mirando sus propios intereses, sino todos puestos en función de Cristo y apoyándonos los unos a los otros. Si fuésemos capaces de lograr eso, podríamos verdaderamente ganar almas para Dios y evitar que otros regresaran al mundo. ¡El Señor te bendiga!
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