“Pero en seguida Jesús les habló, diciendo: ¡Tened ánimo; yo soy, no temáis!”
Mateo 14:27 RVR1960
El hombre enfrenta temor y desasosiego en diversos momentos de su vida. Cuando niños, tememos a la oscuridad. Mientras vamos creciendo, son otras las causas que nos originan miedo, y estas pueden variar dependiendo de las personas. Sin embargo, ante fenómenos desconocidos, abrumadores, o en los que se pone en peligro nuestra vida, es normal que temamos.
En el Evangelio según Mateo, con coincidencia en el de Marcos (Marcos 6:45-51 RVR1960) y Juan (Juan 6:15-24) se narra que Jesús se había quedado orando en un monte, enviando a sus discípulos a adelantarse en una embarcación. Estos, siendo azotados por las olas y el viento, y viendo a una figura acercarse caminando sobre las aguas, tuvieron miedo. Entonces les habló Jesús de Nazaret diciendo: ¡Tengan ánimo; yo soy, no teman! El uso de ‘yo soy’ para los israelitas tenía profunda significación, pues así se había revelado Dios a Moisés. Pero también, una palabra o la presencia de Cristo en cualquier lugar trae calma a los elementos y apacigua cualquier situación, por grave que sea, y eso sucedió en ese momento. Los discípulos de Jesús experimentaron distintas situaciones en que la presencia de Dios fue decisoria para llevar a feliz término situaciones de vida o muerte. Posteriormente a su ascenso, el Espíritu Santo asumió ese rol, trayendo el poder divino a las vidas de los creyentes verdaderamente dedicados al servicio del Dios Vivo.
En la actualidad, también enfrentamos situaciones en las que el miedo, el desasosiego y el desánimo se apodera de nosotros. La furia de la naturaleza, las enfermedades y pandemias, los sucesos que escapan a nuestro control, los conflictos con nuestros semejantes, ataques de los enemigos y hasta la propia muerte nos pueden hacer temer. Pero quienes creemos en Dios tenemos a Alguien que, en el momento más crítico y cuando más necesitamos socorro, se nos revela, calma cualquier tormenta que nos azote y nos dice: ¡Ten ánimo, yo soy, no temas!
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