Así como en la vida hay experiencias que todos hubiésemos querido evitar, hay discos que representan verdaderos dolores de cabeza para sus creadores: son considerados un “faux pas”, un error cometido en una noche de desenfreno sexual, algo más producto de la inquietud del genio que de las expectativas del mercado. Y parece que no hay otra obra en la vasta discografía del rock que sea mejor ejemplo de ello que “Their Satanic Majesties Request”, el sexto álbum de los Rolling Stones que en 1967 tomó por sorpresa tanto a los fans como a la crítica especializada por su incursión en la música de experimentos, viajes espaciales y rituales escapistas por la vía del LSD.
“Majesties”—y en lo sucesivo me referiré al disco con este nombre—es un pastiche de experimentos psicodélicos. Una obra que parece más pensamiento de último minuto que un momento inspirado en la discografía de las piedras rodantes. Una subversión inesperada del canon que llevó a fans y críticos a gritar “¡Herejía!”. Los mismos creadores del experimento se sumaron al rechazo general. En fin, que poniéndolo como queramos ponerlo, no podemos dejar de ver que “Majesties” es un disco que parece ser visto bajo una luz desfavorable por la comunidad del rock.
Pero ¿es en verdad tan malo este disco? ¿No habrá alguna virtud que lo redima? ¿No habrá cambiado algo la opinión de la fanaticada sobre esta obra demoníaca con los años?
UN CAMINO TORTUOSO Y UN GENIO INFERNAL.
Marcada por turbulencias internas y deseos de experimentar con su música, Mick Jagger y compañía tomaron en 1967 una dirección distinta. Luego de la publicación de su quinto álbum “Between the buttons” el 20 de enero de 1967, el grupo empezó a trabajar en un nuevo proyecto.
Fue así como empezaron las sesiones de grabación de “Cosmic Christmas” título original del álbum que luego llamarían “Their Satanic Majesties Request”, una obra en la que el sonido del blues rock distintivo del grupo fue puesto a un lado, en favor de la sicodelia y la vanguardia en su forma más irreverente.
Pero el inicio de este nuevo proyecto estuvo marcado por problemas. Mick Jagger y Keith Richards, envueltos en escándalos por posesión de drogas y problemas con la policía, tuvieron que enfrentar estadías breves en la cárcel y asistir a la corte. Además, cuando la banda debía reunirse para grabar, alguno de sus miembros traía a sus amigos al estudio, creando una atmósfera que dificultaba los ensayos. Bill Wyman dijo que era una lotería saber quién aparecería en el estudio para aportar algo a “Majesties”. Tan problemático fue esto, que el productor y manáger de la banda, Andrew Loog Oldham, molesto por el escándalo de las drogas y el efecto que esto podría tener en su carrera, dejó a la banda pocos meses después de haber empezado a grabar el álbum, y la abandonaría como representante un año después.
Como si todo esto pudiera sonar un poco como la tormenta perfecta, en mayo de 1967, la novia de Brian Jones, Anita Pallenberg, decidió dejarlo por Keith Richards, luego de una pelea de los tres durante un viaje a Marruecos. Las tensiones entre Jones, Jagger y Richards escalaron con el tiempo, y para ese momento, Jones estaba más interesado en tocar instrumentos exóticos que sus guitarras. Su personalidad contradictoria y cambiante, además de su adicción a las drogas y el alcohol complicaban más el cuadro para el músico.
Con los años la influencia de Brian Jones en el grupo que contribuyó a fundar fue cediendo ante el dueto compositivo ascendente de Jagger y Richards. Y quizás pueda también oírse a “Majesties” como ese momento en el que la personalidad musical de Jones se delineó con más claridad frente a la de sus compañeros.
Aunque Jones siguió en The Rolling Stones dos años más antes de morir por efecto de las drogas, era obvio que las semillas de la división se habían sembrado entre sus miembros.
EL RUIDO Y LA SICODELIA.
La vida desordenada y llena de problemas con la ley que llevaban los Stones hizo que la grabación de “Majesties” tuviera múltiples obstáculos. Les tomó cerca de un año grabarlo y mezclarlo.
El alejamiento de Oldham llevó a que los Stones se encargaran de producir el álbum. Y en su afán de experimentar con nuevos sonidos y estilos, la banda estaba dispuesta a probar cuanta tecnología y equipo pudieran ponerle las manos encima.
O al menos, uno de los Stones estaba dispuesto a hacer eso. Brian Jones tocó instrumentos tan diversos como mellotrón, flauta, birimbao, vibráfono y saxofón. Su fascinación por músicas de otras culturas es evidente en los arreglos de “Sing This All Together”, una suite basada en percusión exótica y ritmos africanos.
Otro miembro de la banda que dio un aporte sorpresa al disco fue el bajista Bill Wyman. Compuso y cantó el tema “In Another Land” como respuesta a las ausencias prolongadas de sus compañeros en las horas de estudio. “In Another Land” alude a las experiencias con las drogas en las que el grupo se hallaba inmerso.
Entre los músicos invitados y colaboradores estaban el pianista Nicky Hopkins, quien debutó como músico de sesión de los Stones en este disco. Su contribución más notable fue el piano de “She’s a rainbow”, el cual, grabado de manera que asemejara una caja musical, refuerza el aire fantástico y mágico de la pieza.
Por supuesto, hubo músicos de otras bandas británicas haciendo gala de presencia ante las “satánicas majestades”: Ronnie Lane y Steve Marriott de los Small Faces hicieron las voces de fondo en “In another land”. Y John Paul Jones, futuro bajista de Led Zeppelin, compuso los arreglos de cuerda de “She’s a rainbow”.
Mención especial tiene la portada del álbum. Es una imagen lenticular de 3D basada en las fotos del grupo de Michael Cooper. La cubierta muestra a los Stones disfrazados como magos, en un entorno de inspiración psicodélica. Al mover la foto, las caras de los músicos cambian de posición, excepto la de Jagger, que permanece con las manos cruzadas sobre el pecho mirando al espectador. El diseño de la imagen era costoso para la época, por lo que no todas las copias contaron con él, optándose por una fotografía convencional de la sesión de los magos.
LAS IMPRESIONES DE OTROS DE “THEIR SATANIC MAJESTIES REQUEST”.
El disco, como bien es sabido, no cosechó fama entre fans y críticos al momento de su publicación a fines de 1967. Nadie dudó en señalar al experimento como una copia inferior del “Sgt. Pepper’s” de The Beatles. Años después, los mismos Jagger y Richards hicieron comentarios negativos del disco, del cual solo reivindicaron algunas canciones, como “She’s a Rainbow” y “2000 light years from home”, las cuales tocan ocasionalmente en conciertos.
Sin embargo, en tiempos recientes, ha habido una revalorización de “Majesties” por parte de la crítica especializada y de los fans en las redes sociales. Descubrir esto me inquietó y deleitó. Volví a escuchar el álbum mientras redactaba esta reseña. Y aunque sigue siendo un disco irregular, aprecio más y mejor el trabajo que hubo detrás de su producción. Algo que no puedo decir de la fabricación serializada de éxitos de Spotify.
MI IMPRESIÓN DE “MAJESTIES”.
Escuché este “infernal” álbum por primera vez a fines de los años 80 porque estaba en el estante de discos de vinilo de mi padre. Tenía trece años entonces, y recuerdo que lo que primero que me impresionó de él fue el diseño de imagen lenticular de la portada.
El segundo shock fue la música. El sonido de rock primitivo de los Stones estaba enterrado bajo capas de mellotrón, instrumentos orientales y efectos de sonido. Era como si yo estuviera escuchando dos grabaciones distintas de la banda, pero superpuestas con algún brillante truco de edición de los ingenieros de sonido del grupo, Glyn Johns y Eddie Kramer.
Pero con esto no quiero decir que tal mezcla fuera necesariamente “mala”, pues creo que de sus diez canciones “Majesties” tiene tres que merecen estar entre lo mejor del grupo. Y es que incluso en los peores momentos del disco, hay destellos que merecen ser escuchados con mente más amplia, sobre todo a la luz de la música anónima y robótica que hoy nos acecha por todas partes.
Mis temas favoritos son el rock eléctrico y propulsivo de “Citadel”, la magia multicolor de “In another land”, contemporánea con el estilo fantástico de Syd Barrett y la espléndida canción de hadas madrinas de “She’s a rainbow”. Estos tres temas son el pico creativo del álbum. Combinan la energía rock y pop de la banda con el aire místico y soñador de la psicodelia, un cómodo refugio para nuestras estrellas escapistas del rock.
Otros temas son más relajados y no sacan mucha garra. “2000 Man”, “The Lantern” y “2000 Light Years From Home” funcionan mejor como fondo para documentales. Son escuchables, pero muy irregulares para que yo los incluya en una lista de reproducción de bandas sicodélicas. En particular, “2000 Man” es la canción que más sorprende por su mensaje. El tema pronostica el estado de nuestra sociedad actual, porque su protagonista ha sido superado por máquinas poderosas e impersonales, rodeado de gente que no lo comprende en absoluto. Sin proponérselo, Mick Jagger toca una vena, la del rock de ciencia ficción, que antecede en casi una década a otras obras conceptuales con temas parecidos, como “2112” de Rush (1976). Este centellazo distópico de los Rolling Stones en la era del flower power debe parecernos más sobrecogedor hoy, en medio del ascenso e influencia de la inteligencia artificial en nuestra realidad cotidiana.
Luego están las que considero las canciones más flojas y olvidables del disco. Aunque muestran a la banda gravitando en torno a la world music, estos temas pierden reproducibilidad por melodías débiles, secciones que no se combinan bien y arreglos inconsistentes. Es posible que estas canciones hayan estado entre las más perjudicadas debido a la ausencia productores expertos y el estado de ánimo de Jones por las drogas y el alcohol. “Sing this all together”, una canción en dos partes, tiene buena melodía, pero colapsa bajo el propio peso de su mundo carnavalesco. “Gomper” es monótona y se hace algo larga: uno tiene la impresión de que Jones y Richards no querían tocar nada que sonara a rock de guitarra. “On with the show” es un collage fiestero e irreverente que subraya el ambiente incierto en el estudio de grabación. La habilidad de Brian Jones como multi-instrumentista es más que evidente y encomiable, pero en estas canciones, los talentos de sus miembros y la energía de la banda se quedan cortos en su intento de propulsar al escucha a su mundo de colores e incienso.
PALABRAS FINALES.
Mi opinión sobre este disco será más o menos equilibrada. Aunque nunca fui fanático incondicional de los Rolling Stones, los estoy escuchando desde niño y soy uno de millones que dan fe de que no es exagerado llamarlos “la banda de rock and roll más grande del mundo”, al menos por la longevidad de su marca. Su huella en el panorama cultural del último medio siglo es innegable. Los Stones nos dejaron grandes hitos del rock, tales como “Sympathy for the devil”, “Honky Tonk Women” y “Jumping Jack Flash”; y un cuarteto de discos referenciales, como los soberbios “Beggars’ Banquet”, “Sticky Fingers”, “Let It Bleed” y “Exile on Main Street”. “Majesties”, empero, no entra en esa lista, por la baja calidad de muchas de sus canciones, grabadas en momento difícil del grupo. Al mismo tiempo, es una obra que exuda audacia irreverente y sigue cautivando a nuevas generaciones, tan divididas como las precedentes en torno a su estatus en el canon stoniano. Yo lo considero como una aventura de fin de semana largo, una suerte de travesura artística, una de esas rarezas musicales que recomiendo a quienes indagan en las páginas más oscuras de la historia del rock.
“Majesties” es pues, el único y sorpresivo intento de los Rolling Stones por insertarse en el entonces emergente movimiento flower power. Es posible que ellos lo vieran como un medio para rendir culto a sus adicciones sin ser perseguidos por la policía. Fuese cual fuese el motivo, el disco fue un fracaso comercial. En términos artísticos fue un desvío abrupto de la ruta principal. Quizás le sirviera de lección a la banda: un año más tarde, volvería a las cimas de las carteleras con el más rockero y básico “Beggars’ Banquet”.
En última instancia, el valor de “Majesties” reside en el deseo de una banda de profesionales de ir más allá de los límites convencionales del blues rock, y llevar a sus integrantes a nuevos lugares y experiencias. Más un grito rebelde que triunfo comercial, “Their Satanic Majesties Request” es testimonio de una era de artistas irreverentes, haciendo música audaz sin dejarse llevar por los titulares o las conveniencias de su época.