Los franceses tienen su manera de hacer las cosas. La estética de su cine y de su televisión es el reflejo de una cultura que ha tenido gran influencia en el pensamiento del mundo moderno. En muchos sentidos, el mundo actual le debe a Francia la sensibilidad con la que mira el funcionamiento político y cultural de la mayoría de los países occidentales. Estados Unidos construyó, para bien o para mal, el imperio de los “enlatados” y el cine comercial; Francia ha mantenido su reino del arte en su estado más puro. De la mano de esta esencia es que apareció Au Service de la France (“Un servicio muy especial”), una disparatada serie de humor, que desnuda la megalomanía burocrática de un país cuya esencia imperialista no ha sido suficientemente considerada de este lado del Atlántico.
La forma en la que los creadores nos presentan esta mordaz versión de la Francia imperial es el ingreso –sin explicaciones- del joven André Merlaux al servicio secreto francés. Es la década de los 60 y el mundo se debate entre la Guerra Fría y los movimientos independentistas de las colonias europeas. En este escenario, André Merlaux deberá descubrir cómo funciona la administración de los servicios de inteligencia de la “nación más grande del mundo”. Su aventura consiste en adecuarse a un laberinto inexplicable de oficinas –literalmente- en la que se tortura informantes de los que no se sabe nada; escritorios en los que suenan teléfonos que nadie quiere contestar; recepciones en la que representantes de delegaciones extranjeras esperan un turno que nunca llegará, pues nadie está dispuesto a recibirlos. Los agentes con más experiencia están tan adecuados a este funcionamiento que cada acción descabellada les resulta natural y su lógica burocrática encuentra extraño y odioso el sentido común.
Au Service de la France es una serie sobre un gobierno francés completamente desconectado de la realidad y cegado por el funcionamiento de una maquinaria administrativa que explotaba y oprimía a sus colonias africanas hasta hacer de ellas una caricatura pintoresca. A través del humor negro más descarnado se nos presenta la inestabilidad política y social de una administración que en su delirio de grandeza no sólo sostiene que ha ganado la Segunda Guerra Mundial, sino que además se considera la dueña del destino de África y de los demás países bajo su influencia.
Como ya se dejó entrever, toda esta ideología gubernamental se sostiene y fundamenta en sus funcionarios, burócratas de todos niveles para quienes el papeleo, los procedimientos, el protocolo constituye una religión que da orden y sentido a su vida. Paradójicamente, y como una clara necesidad de la esencia humorística de la serie, la torpeza y estrechez de miras de estos funcionarios explica el perverso funcionamiento de un estado represivo y retrógrado, que tortura prisioneros políticos, ignora peticiones de independencia y celebra animadas fiestas de oficina diarias, todo en el mismo edificio y prácticamente al mismo tiempo.
Podemos considerar que esta serie es una crítica al sistema imperialista de la Francia de Charles de Gaulle, y no estaríamos equivocados. Sin embargo, lo más importante es la propia visión francesa de una conducta y una ideología muy alejadas de la romántica imagen del país que legó al mundo la Declaración de los Derechos del Hombre y del Ciudadano. Por supuesto, aderezados con la dosis suficiente de humor, para dejar ver su alto contenido político y hacer reír sin complejos.