La fuerte brisa en el rostro de Aladia no le impide mantener la vista fija en el altar; allí los ve, el Alto Sacerdote leyendo plegarias a los Altos Dioses y acompañado de dos Santas Hijas, una a su derecha y otra a su izquierda, y en frente de ellos vestido con una larga y elegante túnica color rojo, adornada con varias prendas doradas y diamantes y portando su característica corona de Emperador en su largo cabello lacio rubio que recae en sus hombros, su amado Frank Heldenmin la espera. Después de todo su sueño se habían hecho realidad; cuando niña siempre escuchaba con fervor y emoción en los salones del Castillo de Kernnath en Wladverlia las historias contadas por las nanas de apuestos monarcas que salvaban a sus doncellas de dragones feroces y monstruos salvajes, quizás para las jóvenes niñas que le rodeaban estos no eran más que bonitos cuentos con hermosos finales felices, pero la princesa de Wladverlia no solo los escuchaba, los vivía, un galantes príncipe pidiendo a su padre el Rey Lother Valodris la mano de su hija, una familia real con muchos hijos a los cuales querían con rebosante amor, eran las constantes fantasías de la inocente Aladia Valodris.
Frank mira a su futura esposa caminando lentamente al altar, con un semblante de felicidad difícil de disimular, su precioso vestido de seda esmeralda y pequeña corona de pétalos de rosas blancas resalta perfectamente con sus ojos azules y su cabello castaño claro; Frank alza la mirada por un momento y da una vista de reojo a todos los presentes, su hermano menor y fiel amigo, el Príncipe Tomnerd Heldenmin, puede entender perfectamente esa sonrisa sarcástica al fin y al cabo es el mejor en conocer sus mañas, siempre ha estado allí para el incluso recuerda como lo consolaba cuando su padre falleció; el Rey Lother Valodris de Wladverlia, ni siquiera en la boda de su hija el anciano tiene la osadía de sonreír, su largo cabello y barba grisácea dejaban entrever su característico largo rostro tenso y amargado; a su lado su hijo, el príncipe y heredero de Wladverlia, Mordian Valodris, no deja de apreciar la hermosura primaveral de su hermana dirigiéndose al altar, aún recuerda como el día anterior a la ceremonia consiente de la fama promiscua del Emperador lo amenazo con castrarlo personalmente si su hermana derramaba una sola lagrima por su culpa, solo para terminar ocasionando la incontrolable risa del monarca.
Hay más caras de los que el mismo Frank puede recordar; ahora tiene a su futura esposa de frente, la toma tiernamente de las manos mientras ambos se sonríen en lo que el Alto Sacerdote empieza a recitar los rezos de unión, quizás Frank los escuche atentamente o solo piensa en la prostituta que estuvo anoche en su cama, Aladia no los escucha, sus ojos están prendados en el rostro del joven Emperador, cuando finalmente el Alto Sacerdote permite a la pareja besarse un gran estruendo de aplausos retumban en la sala del gran templo sagrado, Aladia siente un inmenso placer al chocar sus delicados labios con los carnosos de Frank, pero no puede evitar sentir como si el sentimiento no fuera mutuo, es más llega hasta sentir brusquedad en aquel beso. Ambos dan media vuelta y con sus brazos derechos alzados y grandes sonrisas en sus rostros agradecen a todos los nobles por su presencia en tan especial unión; aun Aladia no lo puede creer, se acaba de casar con el hombre más poderoso de todo Valdian, el mismísimo Emperador de Indrasil.
La noche ha caído, las llanuras de la prospera ciudad de Scanblord son iluminadas por una menguante luna, las antorchas de fuego anaranjado relumbran por completo los torres del Palacio de Werdarl, Frank lleva a su delicada esposa de la mano por las escaleras rumbo a la alcoba real ubicada en la torre del amanecer, muchas cosas pasan por la cabeza de la nueva Emperatriz, tiene tan solo 17 años aunque siempre la habían educado que debería de ser desposada por un noble mucho antes de llegar a los 20, pero el solo hecho de tener a su amado la hacía sentir segura y desinquietarse; la cama estaba adornada con pieles de león y la habitación era iluminada por dos antorchas en cada extremo del espaldar, varios cráneos de bestias salvajes tales como bisontes y osos colgaban de las ocres paredes, delicadamente Frank cierra la enorme puerta de madera dejando por unos cortos segundos un silencio petrificante en la habitación, Heldenmin se voltea viendo fijamente a su esposa de frente quien algo nerviosa termina bajando el rostro, Frank sigilosamente se le acerca y extiende su mano derecha y acaricia su suave mejilla, este pequeño acto de cariño impulsa a Aladia a alzar lentamente la cabeza sintiendo como los grandes ojos verdes de Frank se clavaban en los suyos, tenía una sonrisa sínica que dejaba al descubierto su casi perfecta dentadura, pocos segundos después su mano derecha rápidamente soltó la mejilla y bajo al hombro de la joven apretándolo, bruscamente Frank la voltea teniendo su espalda de frente y poseído por un gran deseo carnal rasga el hermoso y sedoso vestido esmeralda, por un momento Aladia respira profundamente mientras su Emperador empieza a besarle el perfumado cuello y apretar con ambas manos sus pezones, la empuja a su izquierda en dirección a la cama; Aladia cae con gran fuerza sobre las peludas sabanas, casi desnuda mira a Frank quien rápidamente se empieza a desprender de sus enormes y pesadas prendas reales, Aladia siente como su corazón se acelera, es atacada por una mezcla de sentimientos, temor, amor, nervios y pasión. Después de despojarla de las restantes telas, Frank se acuesta sobre el delgado cuerpo de su consorte, besa sus labios con la misma brusquedad de la ceremonia, los gemidos de la joven no tardarían en llenar la habitación, quizás alguno que otro guardia real que custodiaban los pasillos del Palacio los llegaría a oír; sus ojos estaban húmedos, clavaba sus uñas en los musculosos brazos de Frank quien guiado por el deseo omitía por completo el dolor; no estaba segura si aquello era amor, lo único que deseaba con todo su ser era complacer a su amado Emperador.
Los rayos del sol terminarían por alumbrar casi toda la habitación, con lentitud Aladia abre sus pequeños ojos, su cuerpo desnudo yacía sobre las acogedoras sabanas de piel de león, mira a su rededor hasta finalmente darse cuenta que Frank no se encontraba a su lado y en ninguna parte de la espaciosa habitación; en ese momento los recuerdos amargos llegaron, no podía evitar sentirse inútil y utilizada como un objeto sexual, es cierto que su hermano siempre le había comentado del caprichoso, manipulador y seductor Emperador de Indrasil, ¿acaso las nanas siempre le hicieron creer una mentira?, quizás; pero eso no le importaba, Frank Heldenmin era el hombre perfecto para ella, con el que siempre soñó cuando aún era tan solo una niña, estaba completamente segura que sería capaz de cambiar por ella.
Habían pasado tres semanas desde la ceremonia, cuatro como mucho; el torneo en la ciudad de Baddleria estaba a punto de comenzar, el incandescente sol estaba en su cúspide, las gradas del recinto de combate estaban llenas de todo tipo de personas, nobles, burgueses, campesinos e incluso siervos se encontraban ansiosos de presenciar tan entretenido acto; Aladia vestida con un largo vestido blanco de terciopelo y deslumbrantes joyas doradas incluyendo su modesta corona de Emperatriz, se sienta en las primer peldaño con vista al campo, allí el olor era insoportable, una mezcla de excremento de caballo, orina de puercos y el fuerte hedor de los desahuciados plebeyos, eso sin contar las constantes peleas y pedos provocados por la mala cerveza en los peldaños más arriba; a su lado portando elegantes prendas de seda negra y su dorada corona de Emperador llena de diamantes rojos, su amado esposo Frank observa a cada uno de los caballeros preparar sus armaduras y molar sus finas espadas, esto termina ocasionándole algo de nostalgia, recordando como hace solo dos años atrás cuando su padre Klais Heldenmin aún vivía, llego competir en torneos similares, ningún caballero de cuarta era capaz de derribarle en combate, los aplausos hacían un fuerte eco en sus tímpanos, bien se decía que era el febo más deseado por las doncellas de todo el imperio, los grandes litros de vino tinto que consumía hasta embriagarse y eso sin contar el innumerable número de putas con el terminaba por saciarse, se sentía como todo un digno guerrero del antiguo Dominio Rhagoriano, ¿Por qué razón tendría que olvidar y dejar atrás aquellos momentos de verdadera gloria?, cuando su padre paso a mejor vida fue coronado como Emperador de Indrasil, bien sabía que tendría que casarse y traer un heredero, aunque esto sin duda no se encontraba entre sus planes pero no tenía muchas opciones, ¿acaso una de las tantas gordas y feas hijas de los Condes de Wilstorx o Traves que solo al verlas sentía como su miembro viril desfallecía?, así que el joven monarca opto por tomar la opción más simple, una inocente y fantasiosa joven de Wladverlia, hija de un viejo cascarrabias a quien probablemente la muerte le pisaba los talones, esa sería la salida perfecta.
Después de unos minutos los fuertes sonidos de las trompetas se escucharon llamando la atención de todos los presentes; el torneo había dado inicio, cuatro valerosos caballeros saldrían en fila recta por las largas puertas, llevaban sus plateadas y esbeltas armaduras, con largas capas rojas y espadas en la mano derecha con los nombres de los Altos Dioses grabados en su manco, sus constantes pisadas en la espesa grama retumbaban en los odios de los asistentes siendo silenciados en el momento que se colocan de rodillas ante las pequeñas estatuas de los Altos Dioses de la Nueva Fe orando a estos en voz susurrante; la misma Aladia los sigues desde su amueblado y cómodo asiento, cerrando sus ojos y orando en completo silencio a la Madre Sagrada; cuando niña siempre la habían educado en la sagrada Nueva Fe, de vez en cuando una de sus nanas le leía pequeños fragmentos de Los Altos Sacramentos a los cuales nunca presto la suficiente atención, estaba más interesa en jugar con las hijas de las sirvientas en los espaciosos jardines reales, corretear los largos pasillos del Castillo de Kernnath junto a su hermano mayor y de sentarse en el brillante trono de Wladverlia cuando la sala real quedaba solitaria.
Con cada segundo de rezos Frank se impacienta cada vez más, siempre se había preguntado si los Dioses eran reales ya que nunca había presenciado un milagro por parte de ellos, y si realmente existían estas deidades entonces ¿Dónde estaba el bendito dios de las putas y el placer?; en ese momento los caballeros se colocan de pie y dos se retiran a sus respectivas tiendas a las afueras del recinto quedando solo dos de ellos listos para enfrentarse, se hacen una mutua reverencia y dan dos pasos atrás desenvainando sus espadas, todo la atención está fijada en ellos, Frank reconoce a ambos; el más robusto, con una profunda cicatriz que atraviesa su ojo derecho, una corta barba desaliñada y con semblante de siempre estar furioso era Dicanus de Venilius, muchas historias se contaban de este sangriento mercenario, una de ellas decía que era hijo de un poderoso burgués que lo confino a vivir en los oscuros y podridos calabozos de su mansión donde alimentándose de ratas, cucarachas y sus propias pulgas el chico terminaría por convertirse en un salvaje animal devorando las tripas de su progenitor cuando tuvo la oportunidad de escapar, otros afirmaban que durante un ataque de embriagues aplasto los cráneos de sus cinco hijos y devoro sus pequeños sesos crudos lo que termino valiéndole el destierro de su ciudad, cruzando al norte de las peligrosas montañas hirvientes llegaría a Scanblord donde se volvería en el mercenario favorito de muchos nobles; el otro caballero con cabello castaño oscuro largo, una plateada y llamativa armadura con la figura de un cisne grabada en ella era el mismísimo Sir Garred Forrell, hijo del Conde de Traves, Jonner Forrell quien es recordado por ser el lame culo del Emperador Maldito y el primer imbécil que le juro completa fidelidad a Klais Heldenmin cuando le derroco, solo por eso el monarca le recompenso nombrándole Conde de las ricas y apacibles tierras de Traves, en cuanto a su hijo Garred lo conocía desde niños, no era más que un estúpido muchacho que lo único que le interesaba era llamar la atención compitiendo con Frank por conquistar a las mejores hijas de los nobles.
La canción de la trompeta da inicio al enfrentamiento, cubriéndose con su escudo Garred intenta golpear con su espada al contrincante quien fácilmente esquiva el ataque y con su enorme espada empieza a golpear el escudo de Garred, por un momento el hijo del Conde pierde el equilibrio estando a punto de desmoronarse, pero inmediatamente consigue mantenerse de pie y repetidas veces golpea su espada contra la de Dicanus, el rechinante ruido del hierro contra hierro es lo único que puede oírse junto a los cortos suspiros de algunos anfitriones, después de varios fallidos ataques la espada de Garred se incrusta en el escudo del Destripador quien aprovecha la ocasión soltando de su escudo y golpeando su fuerte, pesada y deforme frente contra la respingada nariz del joven Forrell quien cae de espaldas mientras la sangre le salpica el rostro, llega a escucharse el grito de alguna moza en las gradas, la misma Aladia asustada toma la mano derecha de su marido fuertemente, este libera una leve carcajada; algo inconsciente Garred llega a observar su espada a solo unos centímetros de su brazo izquierdo, también percibe como Dicanus se le aproxima por lo que intenta tomar su arma y continuar el enfrentamiento pero ya era tarde, el Destripador pisa con furia su mano estirada sobre el manco y coloca el filo de su gran espada sobre el cuello de Forrell, el duelo había terminado, algunos aplausos se escucharon en las gradas acompañado de uno que otro insulto o abucheo. Sin medir palabra Dicanus envaina su espada en frente del derrotado y se marcha a su tienda mientras Forrell no hace más que sentirse furioso e impotente ante la derrota empujando a su escudero que trataba de ayudar a levantarlo.
Cuando las trompetas empiezan a sonar nuevamente los otros dos caballeros entran al campo, las nubes empezaban a cubrir el sol acercándose así el atardecer, los contrincantes se hacen una mutua reverencia y retroceden dos pasos atrás mientras desenvaina sus espadas, sin embargo había algo distinto en este combate al anterior; con cabello rubio grueso, grandes ojos azules y un largo rostro era el valiente y audaz caballero Sir Luther Landery; era sumamente admirado en la corte del Emperador, ya que según se contaba en una ocasión llego a liquidar a treinta Lobizones invasores en las cercanías del bosque de los gritos únicamente con su inseparable espada Corazón de Acero, muchas de las apuestas lo colocaban como campeón debido a que había ganado seguido los dos torneos anteriores; en cambio el otro caballero traía un deslumbrante yelmo que cubría todo su rostro negándose rotundamente a revelar su identidad, traía un fina y delgada espada la cual Frank no dejaba de considerar familiar.
El combate da inicio, apretando fuertemente su espada en su mano derecha y en su brazo izquierdo porta su enorme escudo con la figura de un oso de invierno grabado en él, Luther intenta atacar al misterioso caballero, solo llegando a rozar su armadura en el tercer ataque, al detenerse un momento para observar la pequeña grieta el caballero alza su fina y ligera espada golpeándola con la gruesa y pesada de Landery; al esquivar un ataque Luther aprovecha golpeando el resistente yelmo del caballero con su escudo, ocasionando que este algo aturdido diera unos cuantos pasos hacia atrás mientras recobraba el conocimiento, pero Luther no estaba dispuesto a esperarlo y nuevamente se abalanza sobre él, esta vez golpeándolo con su espada pero sin ocasionarle ningún tipo de herida, el caballero cae con gran impulso sobre la grama, Luther alza su espada para atacarle pero inmediatamente el competidor misterioso vuelve en si tomando su fina espada y consigue chocarla contra la de Sir Landery; en ese momento las gradas es invadida por varios suspiros, el mismo Frank no puede creer que alguien pueda detener un golpe de Sir Luther Landery.
El misterioso caballero con su espada en mano se levanta y tomando su circular escudo consigue derrumbar a Landery y tirar su gran espada a varios metros de su mano, colocando su delgada pieza de hierro en su cuello el Caballero había ganado el combate, esta vez lo aplausos y gritos sonaron aún más fuerte y muchos se habían levantado de sus asientos con ambos brazos levantados, Landery se pone de pie aceptando la derrota, hace una reverencia ante el caballero para después retirarse, el caballero se detiene por un momento a escuchar los enorgullecedores aplausos; cuando se voltea llegando a ver la enorme figura del Destripador atravesando las altas puertas del recinto acercándosele para el combate final, por alguna extraña razón el cielo se tornó algo grisáceo empezando a llover, el sol había desaparecido y las dos lunas ya podían apreciarse a simple vista. Dicanus se detiene en frente del caballero, se hacen una mutua reverencia y dan dos pasos hacia atrás mientras desenvainan sus espadas. Esto no es nada nuevo para Aladia, en su vida como princesa había asistido a muchos torneos en Wladverlia, sabía perfectamente que como Emperatriz debería de adornar la cabeza del campeón con una esbelta corona de plata, el solo hecho de pensar en tener que llegar a tocar la deforme frente del Destripador le atemorizaba pero también le inquietaba el caballero misterioso quien si ganaba obviamente tendría que desprenderse de su yelmo revelando su identidad para poder ser coronado como campeón del torneo.
Con su característico semblante de ira Dicanus lanza un estremecedor grito mientras se lanza contra el caballero, este aunque era atacado por lógicos nervios velozmente se hace a un lado esquivándolo; había un silencio total en el recinto siendo rotos por los roncos gritos de Dicanus y los golpes entre las piezas de hierro, el caballero cubre su rostro con su escudo cuando la enorme espada del Destripador se dirigía a su cabeza, tomando fuerzas el misterioso combatiente intenta golpear al gigante con su espada pero este lo esquiva e inmediatamente le golpea el yelmo con su armado antebrazo; los corazones de los asistentes empezaron a latir de manera que pareciese que fuesen a salir de sus pechos, las manos de Aladia estaban sudorosas y había decidió cerrar los ojos, mientras Frank colocaba su puño en la barbilla estando su atención clavada en el combate. Las fuertes gotas de agua golpeaban las plateadas armaduras, en el momento en que Dicanus sacudía su cabeza mojada el caballero se levanta con muy poco esfuerzo de la ya empapada grama, se libera de su escudo depositando su confianza únicamente en su fina espada que ya la había dado una victoria con anterioridad, ya impotente, con su espada en ambas manos el Destripador corre en dirección a su contrincante, este de manera inmediata levanta la suya volviendo así los fuertes estruendos del hierro contra hierro, la espada del misterioso caballero conseguiría atravesar la pierna derecha de Dicanus quien herido tambaleo hasta caerse de rodillas, muchos en las gradas exclamarían que los dioses habían guiado la filosa arma; el caballero corre hacia el gigante pateándole su robusto y feo rostro, el Destripador cae sin haber derramado sangre pero perdiendo el combate cuando el caballero coloca su hoja en su grueso cuello; los incontables aplausos y fuertes gritos podían escucharse hasta a las afueras del recinto, lentamente el caballero se acerca a la primera grada donde los monarcas le esperan de pie mientras le aplauden, finalmente el combatiente misterioso se arrodilla en dirección a la Emperatriz al tiempo que se desprende de su muy golpeado yelmo mostrándose como el príncipe Tomnerd Heldenmin; sus grandes ojos verdes veían a la hermosa monarca de manera picara, en ese momento los aplausos de Frank y Aladia cesaron; no era la primera vez que la joven veía esa mirada por parte del príncipe, ya la había visto anteriormente en el banquete de bodas acompañada de una sonrisa similar y en su bienvenida al Palacio de Werdarl donde cortésmente la escolto al gran salón; no era solo eso, por más que lo ha intentado Aladia con conseguía borrar el recuerdo de como hace solo cuatro días atrás Tom aprovechando la ocasión en los solitarios pasillos le habría ofrecido olvidarse del fornicador compulsivo de su hermano y huir con él a cualquier ciudad de las arenosas tierras de Arabarh, más allá del mar fronterizo; propuesta que Aladia ni siquiera consideraba, amaba demasiado a Frank, nunca pensaría siquiera en abandonarlo. La Emperatriz toma la corona entre sus pequeñas manos, estaba fría y poseía un plateado llamativo, estando recta se acerca al arrodillado Tomnerd y lentamente coloca la corona entre sus deslizantes ondulados cabellos rubios; Tom levanta el rostro y toma la mano de Aladia besándola de manera seductora, la Emperatriz se incomoda pero consigue mantener la compostura al notar todos los presentes que le miran.
La noche finalmente había caído, un gran banquete se celebraba en la sala principal del Castillo de Hemsiter, el olor de la carne cocinarse, el del pan negro recién salido del horno y de las uvas fermentadas inundaban la sala de muros marfil decorada con varias antorchas encendidas y cinco estandartes con la imagen de un águila en fondo verde, símbolo del condado de Wilstorx, gobernado por Gerddark Wadkler; un anciano regordete que no hace más que ahogarse en vino y putas a la espera de su inevitable muerte. Frank y Aladia recibieron el honor de sentarse en el estrado desde donde veían a todos los nobles comer en sus respectivas mesas, habían servido un jugoso plato de liebre con vinagre rosado junto a una rebosante copa de vino tinto, Aladia observaba como su esposo masticaba la jugosa carne dejando caer algunas gotas de vinagre en sus vestiduras, veía a los nobles atragantarse con la carne y beber varios litros de vino como si fuesen bestias de los montes; a veces se preguntaba cuál era la diferencia entre ellos y los bárbaros Narkengs de las norteñas tierras de Rondrack; ella siquiera había probado un bocado, solo algunos tragos del fuerte vino, no dejaba de extrañar aquellos deliciosos y dulces pasteles de fresas con miel y el aroma de la sopa de raíces en los fríos inviernos de Wladverlia.
En ese momento los guardias abrirían las puertas de la sala dejando entrar a varias mujeres con vestidos de chiffon yendo de mesa por mesa bailándole de manera seductora a los hombres nobles quienes entre carcajadas derramaban sus copas de vino sobre los senos de estas prostitutas, dos de ellas corren hasta el Emperador quien las mira sonriente desde el asiento del estrado omitiendo la mirada furiosa de Aladia, una de ellas se sienta sobre sus piernas; tenía el cabello rubio ondulado y su vestido rosa dejaba al descubierto uno de sus senos el cual Frank empezó a apretar con deseo mientras le besaba la boca de manera desenfrenada, la otra mujer besaba y mordiscaba su cuello al tiempo que llevaba su mano entre sus piernas, tenía el cabello negro desaliñado y un rasgado vestido verde. Aladia no soportaba tan grotesco espectáculo, ver a su esposo fornicar a su lado ocasionaba que la sangre le hirviera, guiada por la ira se levanta de su asiento y llena de impotencia toma su copa de vino lanzándola al rostro de Heldenmin. En ese momento las risas y los bailes cesaron y un silencio atemorizante se expandió en la sala, todos quedaron sorprendidos por la actitud de la Emperatriz, incluso el mismo Tomnerd quien la observaba sentado desde la última mesa; había cometido un terrible error, estallando en cólera Frank se levanta de su asiento y sin medir palabra abofetea fuertemente el rostro a Aladia, quien cae al frio suelo mientras las derramadas gotas de sangre de su pequeña nariz se mezclaban con sus saladas lágrimas, una risa silenciosa se escucharía entre la multitud. Se voltea y mira el ceño fruncido del hombre que tanto ha idolatrado, Frank clava sus ojos verdes en los suyos al tiempo que le recrimina:
— “¡Escucha bien zorra wladverliana, solo estas aquí para abrir las piernas y cerrar la maldita boca, no te metas entre mí y mis putas o hare que tu hueca cabeza ruede por las escaleras del Palacio Real!”
La mañana siguiente partirían de regreso al Palacio de Werdarl, en Scanblord, en todo el viaje la pareja no se intercambiaron ninguna palabra; Frank no hacía más que fantasear con aquellas putas con las que estuvo la noche anterior en una de la amobladas alcobas del Castillo, seguramente la rubia provenía de Tanevas en los Reinos del Sur, no cabía duda alguna que sabía cómo complacer a un hombre, tiene el fresco recuerdo de como jugaba con su corona al morder sus labios; la otra mujer tenía un cuerpo excitante en el cual disfruto derramando su vino y bebiendo de las gotas que caían de su espalda; no sentía remordimiento alguno por su esposa al haberla avergonzado entre tantos Condes y Marqueses, ella solo servía para darle un heredero y complacer sus deseos sexuales. Aladia no hacía más que pensar; sus ojos estaban enrojecidos por las lágrimas, los gritos y palabras se habían atorado en su garganta, aquellos cuentos tan deleitantes de apuestos reyes y princesas no eran más que una maldita mentira contada por aquellas perras nanas de Wladverlia; los siguientes días fueron peores, Frank se acostaba con cualquier mujerzuela en sus narices, ya hasta sentía repugnancia por aquella cama que tantos recuerdos amargos le han ocasionado; al asomarse por las altas ventanas de los largos pasillos no dejaba de preguntarse si sufriría mucho al chocar su cuerpo contra los afiladas rocas que rodeaban el Palacio; pero algo dentro de ella le decía que no todo estaba perdido, aún podía tener al bondadoso, cariñoso, amable y amoroso Emperador que siempre añoro.
Las dos lunas podían verse a simple vista en el vasto cielo nocturno, Aladia había cerrado las puertas de la alcoba real al tiempo que soltaba un suspiro, entre sus manos llevaba un libro negro con un sello en su portada que solo un seguidor del ciervo cornudo conocería muy bien, la habitación solo era iluminada por dos velas rojas en cada extremo de la cama, colocándose de rodillas Aladia empieza a hojear las páginas del antiguo y polvoriento libro, sabía perfectamente que la hechicería había sido prohibida en todo Valdian después de aquella oscura y siniestra guerra cuyo nombre y acontecimientos prefiere olvidar y si tan solamente era descubierta por algún guardia o peor aún, por el mismo Frank, terminaría sufriendo un destino que ni siquiera quería imaginar; en voz baja recitaba los versos del libro en un idioma que ni ella misma conocía y le costaba pronunciar, con cada palabra que salía de su boca las pequeñas llamas que emanaban las velas se avivaban aún más, por un momento las lunas terminaron por ser ocultas por un gran nube gris, los truenos caían sobre las furiosas aguas de que rodeaban el Palacio iluminando por unos segundos la helada habitación con una luz blanca, tomando un pequeño puñal de entre sus vestiduras sin dejar de recitar los oscuras palabras del libro, corta verticalmente las palmas de sus manos y aprieta las abiertas heridas con sus uñas, la sangre derramada mancharía por completo su vestido rosa de seda, extiende sus brazos empapados con su sangre y alza su cabeza con los ojos cerrados, una siniestra sonrisa se pintó en su cara al tiempo que una brisa escalofriante apagaba las llamas de las velas rojas.
Los rechinantes gritos de un bebe recién nacido retumbaban en los oídos de Frank mientras corría a la habitación de su querida esposa, tan solo habían pasado un año desde que se había unido con la mujer de mayor hermosura que habitaba en Valdian y ahora después de tanto esperar le ha dado un digno heredero; al abrir las puertas de la alcoba después de hacer a un lado a una de las parteras que le impedía el paso, Heldenmin mira a Aladia recostada en su cama acompañada de dos parteras, un Alto Sacerdote y un pequeño bebe que no dejaba de llorar, de cabellos rubios y grandes ojos verdes cubierto con telas blancas descansaba en su brazos, la felicidad lo invadió no pudiendo evitar derramar algunas lágrimas, el Emperador lentamente se acerca a la cama colocándose de rodillas acariciando la mejilla de su esposa quien en gratitud le sonríe mostrándole al fruto de su amor, su pequeño hijo; Salvur Heldenmin, Príncipe de Rhagoria y heredero del trono de Indrasil.
Todo Scanblord estaba de festejo por el nacimiento del hijo de Indrasil; Aladia rebosaba de felicidad, todo lo que siempre deseo con gran fervor se había hecho realidad; pero Tom no puede evitar sentirse destrozado, amaba a Aladia desde el día que el mismo Rey Lother la presento a Frank en la sala real del Castillo de Kernnath, recuerda perfectamente aquel hermoso vestido azul de terciopelo que tenía al bajar las escaleras; en ese preciso instante el tiempo se había detenido para él, aquellos ojos celestes en los que era capaz de visualizar el esplendor de un cielo diurno plagado de nubes blancas y escuchar el cantar de varios canarios azules revoloteando sobre él; era como la mismísima reencarnación de la diosa Inzeya, igual de bella y agraciada; nunca pudo soportar el hecho de saber que aquella hermosa joven se uniría junto al puto desgraciado de su hermano, intento calmar su dolor en los burdeles de Vitrone pero solo conseguía ver el rostro de Aladia en lugar del de las putas; no soportaba más esta situación solo quería conversar unos segundos con Aladia y sin más al llegar al Palacio se dirigió a su aposento; el sudor le corría la frente y las manos le temblaban, el sombrío silencio de los pasillos de piedra gris era roto por el sonido que expandía su armadura al caminar, a unos cuantos pasos de su puerta pudo notar que esta estaba entreabierta, varias dudas le atacaron, para nada deseaba ser descortés pero necesitaba charlar con Aladia para poder calmarse a sí mismo; cuando esta frente a la puerta percibe como una tenebrosa oscuridad emana de ella, acompañada de palabras susurrantes que no llegaba a entender pero que si consiguen erizar los vellos de sus brazos, al asomarse le costó un poco distinguir la figura que se encontraba rodeada de seis velas negras y bebía de forma apacible una copa dorada llena de sangre, finalmente pudo notar que se trataba de la misma joven que tanto ama. El terror lo invade, sus pulmones han dejado de expulsar aire por unos momentos, igual con su sangre ha dejado de correr por sus venas por unos segundos; lentamente se aleja de la alcoba sin dejar de rezar a los Altos Dioses.
Los días han pasado; el sol se oculta detrás del horizonte, siendo esa la vista que Aladia tiene desde la ventana de su alcoba mientras sus doncellas la ayudan a vestirse con un llamativo vestido de terciopelo rojo adornado con lentejuelas doradas, su cabeza no deja de dar vueltas ¿porque quería Frank que se presentase de inmediato en la sala del trono?, ¿acaso habrá hecho algo mal?, aun así se prepara para presentarse ante su marido; mira por unos momentos la pequeña criatura que descansa en su cuna a solo unos centímetros de su derecha, en ese momento unos suaves golpes tocan a la puerta llamando la atención de la emperatriz y las doncellas; Aladia da la orden de pasar al tiempo que la puerta se abre siendo nada menos que Sir Garred, su rostro esta serio y se muestra algo nervioso, hace una reverencia para después pedirle que le acompañe ante el Emperador, dice entre algunos tartamudeos; Aladia asienta con la cabeza y le pide a sus doncellas que cuiden de su bebe. En el camino hasta la sala Garred no pronuncia una sola palabra, puede ver como su frente tiene algunas gotas de sudor y su mano derecha tiembla, Aladia ha empezado a ponerse nerviosa, puede sentir como todas las miradas de los guardias que custodian los pasillos se clavan en su espalda o al menos eso llega a percibir. Las lunas ya pueden observarse desde las ventanas cuando Aladia y Garred están en frente de la alta puerta de la sala del trono, la emperatriz nunca ha dejado de admirar su belleza, sus varios grabados en oro de grifos y dragones rodeando las figuras de los Altos Dioses sobre la fuerte madera siempre le ha parecido impresionante; dos guardias abren las enormes puertas dejando ver la figura de Frank Heldenmin con su dorada corona de diamantes rojos, sentado sobre el magnífico trono de oro macizo que descansa sobre los blancos peldaños de mármol; Aladia lanza una mirada a Garred al tiempo que levanta su vestido y camina de manera pausada ante su marido, a medida que avanzaba observaba las largas columnas blancas que se encuentran tanto del lado izquierdo como del derecho de la sala de muros escarlatas y entre ellos las largas ventanas verde esmeralda con el símbolo de la Nueva Fe; el corazón de la emperatriz late de manera descontrolada al ver a Tomnerd justo a la izquierda del trono lanzándole una mirada sínica, los doce miembros de la guardia de hierro de armaduras plateadas y capas doradas rodean toda la sala con sus manos en los mancos de sus espadas envainadas, incluso el Alto Sacerdote del gran templo sagrado se encuentra presente, cuando menos lo piensa Aladia está en frente de los peldaños que llevan ante el trono de Frank; se detiene y se arrodilla, Heldenmin le ordena levantarse con una voz un tanto fuerte y brusca. Inmediatamente el Emperador le hace ver a Aladia el motivo de su presencia; Tomnerd le ha acusado de hechicería para mantener al Emperador Frank Heldenmin a su merced; Aladia esta asombrada, pero con todos sus esfuerzos intenta tragarse los nervios y no tartamudear exclamando que las acusaciones del príncipe son rotundamente falsas que ella jamás hozaría usar semejante practica contra su alteza; Tom libera una leve sonrisa mientras Frank la mira a su esposa con desprecio, ahora si el miedo se ha apoderado de la emperatriz, no había visto esa aterradora mirada desde el torneo de Baddleria; casi sin percatarse Sir Landery sale de un rincón de la sala con libro negro en sus manos y evitando ver a la emperatriz coloca el libro lentamente a los pies del trono y se coloca al lado derecho del mismo, Aladia ya no puede contener el suficiente aire en sus pulmones, su terror y miedo puede verse a través de sus pequeños ojos azules, sin muchas opciones se arrodilla a los pies de Frank y aprieta su túnica entre sollozos excusándose que todo lo ha hecho por amor a su majestad; el tiempo se detiene para Heldenmin, mira aquellas mejillas llenas de lágrimas, mejillas que acaricio con ternura y beso con pasión en más de una ocasión, esos labios que le hicieron olvidar los demás que le rodeaban, y todo gracias a esa maldita hechicería. Solo en el momento en el que la sangre de su boca rota se derramaba por los peldaños fue que Aladia puedo darse cuenta de la fuerte patada que Frank le acababa de propinar en su rostro, el Emperador se levanta furioso del trono, su ojos parecían que fuesen a salirse de sus cuencas y su piel estaba tan roja como los diamantes de su corona y con gritos que inundaron toda la sala en cuestión de segundos ordeno que la perra de su esposa fuese flagelada en la plaza del amanecer a las afueras del Palacio; inmediatamente dos guardias de hierro tomaban de ambos brazos a una Aladia que no dejada de suplicar piedad a su marido al tiempo que forcejeaba por liberarse arrastrándola a las afueras de la sala; Tom no puede creer lo que está sucediendo, mira con temor el rostro furioso de su hermano y sabe que no hay marcha atrás, solo quería que se decepcionara de Aladia y ahora acaba de condenar a muerte a la mujer a quien tanto amor le abría profesado.
Los fuertes gritos de Aladia erizan los pelos de todos los plebeyos y campesinos presentes alrededor de la rectangular plaza, atónicos ante semejante crueldad; las lunas crecientes del cielo nocturno iluminan junto a las cuatro antorchas de fuego anaranjado toda la plaza del amanecer incluyendo la enrome estatua de Baddler I “El Poderoso” cuyos pies son manchados con la escandalosa sangre que la emperatriz derrama de su desnudada y destrozada espalda por los innumerables azotes que ha recibido, sus manos están amarradas a dos mástiles de madera, uno a su derecha y otro a su izquierda y la paja amontonada a sus desnudos pies, sus lágrimas se han vuelto sangre y han derramado su maquillaje; Frank observa desde las escaleras de la plaza que daban al camino real el cual conduce al palacio, acompañado de su guardia de hierro. En ese momento los azotes se detuvieron y el verdugo hizo acto de presencia con una antorcha en mano mientras los soldados acomodan la paja sobre los pies de Aladia; Tom sabe lo que viene e intenta desenvainar su espada mientras baja los peldaños pero una mano se coloca sobre la suya y Sir Landery le susurra al oído que no hiciese que los matasen a ambos; el verdugo arroja la antorcha a los pies de la monarca, el fuego rápidamente se extiende por todo su cuerpo, quemando su carne y las telas de terciopelo, sus gritos son insoportables y muchos de los presentes se han llevado las manos a los ojos horrorizados mientras otros rezan a los altos dioses entre lágrimas; Tom cae de rodillas al darse de cuenta de lo que ocasionado. Pero ver a su esposa echa cenizas no han calmado en lo absoluto la cólera de Frank, su machismo no deja de recordarle que todo este tiempo fue utilizado por una vil ramera wladverliana, no quiere tener nada que haya provenido de esa zorra; da media vuelta y retoma al palacio de Werdarl con su ceño fruncido acompañado por su guardia.
Las doncellas de Aladia aún están en la habitación cuidando al inofensivo bebe que no para de llorar, en ese momento Frank empuja las puertas que causan un fuerte estruendo al chocar contra las paredes, Heldenmin les ordena que se retirasen de la habitación con una ira mal disimulada; las doncellas se mantienen en silencio mientras rodean la cuna del bebe, Frank respira profundamente acercándose de manera sosegada a ellas para susúrrales si quieren ser desolladas vivas, una de ella llega a visualizar un puñal entre las vestiduras del Emperador quedando totalmente inmóvil al momento que los guardias entran en la habitación y las arrastran entre quejas y gritos a las afueras del aposento. Cuando ha quedado a solas Frank mira aquella pequeña criatura que solloza en su cuna, sus cabellos rubios y sus grandes ojos verdes son una clara demostración que es su primogénito, un digno heredero; se ve tan frágil e inocente, incapaz de siquiera asesinar una mariposa; pero eso no borrar el hecho de que sea fruto de una maldición, con su cólera desatada y la ira que hierve la sangre en sus venas levanta el puñal…
… El niño dejo de llorar.
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