Como cada día, él llegaba al gimnasio minutos después de que ella comenzara su rutina de entrenamientos, y como siempre, sus miradas se cruzaban y encontraban desde el momento mismo en que él se asomara a la entrada. Este juego se venia repitiendo a diario, por al menos 3 meses, sin embargo ellos nunca se dijeron algo mas que el “Hola” educado de dos personas que frecuentan un mismo lugar.
Ella era una mujer de al menos 30 años, o eso aparentaba. Alta, delgada, con una figura moldeada por los ejercicios y una delicadeza innata al andar. No era dueña de una belleza extraordinaria, pero si de un encanto único que atrapaba la mirada de todos los que la rodeaban; él no era la excepción.
Él era un hombre muy atractivo; alto, delgado, músculos definidos y una barba saliente que arrancaba suspiros. Normalmente llegaba a entrenar con unos amigos, pero esta vez había llegado solo.
Definitivamente este no era un día igual al resto; él, luego de dejar sus cosas en el armario, caminó hacia donde ella corría en la bicicleta estática y al llegar, con una sonrisa picara preguntó “Te molesta que corra contigo?” ; ella sonrío y respondió con calma “siempre todo es mas divertido en compañía”.
La charla surgió de manera natural mientras corrían, y continuó a la par que iban de un ejercicio a otro, haciéndose compañía durante todo el entrenamiento. Los intercambios de sonrisas eran frecuentes, la química entre ellos era evidente y las dos horas de rutina pasaron velozmente.
Ya listos para ir a sus casas no querían despedirse, sabían que al día siguiente les esperaba ese edificio y todo podría repetirse; sin embargo, ninguno de los dos quería decir el “hasta mañana” , ambos querían ir un poco mas allá y descubrir hasta donde llegaban.
Ella sintió como el corazón se aceleraba cuando le escuchó decir “te acerco a casa?” ; él esperaba su respuesta junto al auto, mirándola y sonriendo.
“Vivo a tan solo tres calles de aquí” , respondió sintiendo en el fondo de su ser, el tener el edificio tan cerca. Unas cuadras mas significaban ahora, mas tiempo a su lado.
“Aunque vivieras en la esquina, me encantaría acompañarte” , el abrió la puerta del auto y con un gesto de la mano libre, la invito a subir. Ella dudo un instante, al fin y al cabo era alguien a quien acababa de conocer y demasiadas veces le hablaron de no subir al vehículo de un extraño.
¿Pero era él un extraño?, llevaba meses viéndolo entrenar a su par, ir y venir en su mismo horario, pasar tiempo con el mismo entrenador que a ella preparaba; ademas, habían hablado por casi dos horas y él se veía demasiado agradable. Sonrió y subió lentamente ayudada de él que le sostuvo la mano.
“Ahora debes guiarme” susurró, “a no ser que en lugar de ir a tu casa, quieras ir a tomar algo conmigo a la mía” . Le tomó la mano que ella apoyaba en su muslo, la acercó a sus labios y dio un beso suave a sus dedos.
Definitivamente él pudo sentir como ella se estremecía y rápidamente liberó su mano posándola nuevamente donde estaba. “Perdona, no quería molestarte. Llevaba mucho tiempo sin sentirme tan a gusto con alguien”. Ella simplemente le tomó la mano con una y acarició los dedos atrapados con la otra, hizo una breve pausa y luego respondió “acepto tu invitación, aun no quiero ir a casa”.
Durante todo el camino ella guardaba en la mente la duda de si estaba haciendo lo correcto, y para callar su conciencia no paraba de hablar. Él nunca le soltó la mano, y eso le brindaba confianza para seguir.
“Llegamos” dijo él sonriendo. El edificio en el que vivía era uno de los mas nuevos de la ciudad; no estaba lejos del gimnasio ni de su casa, así que ella pensó que si algo no le gustaba caminaba y problema resuelto. Como todo un caballero le abrió la puerta, y tomándola de la mano, la ayudo a salir del auto; sin soltarla la guió para subir a su apartamento mientras se ponían de acuerdo en que película ver y que vino tomar.
Apenas entraron al salón ella recorrió el lugar con la mirada, no había nada de mas, los pocos muebles estaban muy bien elegidos para lograr un ambiente cálido y confortable. Un ventanal enorme les permitía ver la ciudad, solo al mirar a través de él, ella tomó conciencia de la altura en la que se encontraban.
Él dejó su bolso junto a la puerta y tomó el de ella para acomodarlo junto al suyo. Con un gesto de la mano la dirigió a un rincón donde estaba el pequeño bar; mientras ella se acomodaba en uno de los taburetes, él le pedía elija el vino de su predilección enseñándole lo que había a disposición. Ella no sabia mucho de vinos y no quería quedar en evidencia, así que sonriendo dijo “prefiero que elijas tú”. Sonriendo el tomó uno y respondió “entonces este es el elegido”.
Cada uno con su copa en mano se dirigió al sofá, él llevaba consigo la botella y una sonrisa picara que acompañaba a las bromas sobre la película que decidieron ver, era una de terror. Con la televisión ya encendida, bajó las luces en su estado mas tenue y ya sentados juntos comenzaron las escenas a verse en la pantalla.
El suspenso crecía a la par que las escenas pasaban; los comentarios, risas y silencios de asombro iban y venían mientras el vino en la botella se acababa. El asesino mostró la cara en la TV y ella de un salto cayó sobre el pecho de su acompañante, tapándose con las manos la cara para no seguir viendo; él la rodeo con un brazo y con la mano libre le tomó el mentón, elevó levemente su rostro como para poder mirarla a los ojos, pero su atención se centró en sus labios y entonces no pudo evitarlo y suavemente posó los suyos en los de ella. Luego de ese beso tímido, vinieron otros; la película seguía en la pantalla pero ellos dos lo olvidaron para fundirse en abrazos, caricias y besos que poco a poco subían de intensidad y calor.
Pronto la ropa estorbaba, sus manos buscaban el calor de la piel y se escabullían en los rincones que las prendas permitían. Los labios de uno buscaban con desesperación los del otro, sus lenguas bailaban juntas entre beso y beso; y, cada tanto los dientes marcaban su presencia con mordiscos que comenzaban en los labios y acababan en el cuello.
En medio del frenesí, uno iba despojando al otro de todo lo que se interponía entre ellos; y, antes de que pudieran tomar conciencia de ello, ambos estaban desnudos en el sofá con los cuerpos pegados y entrelazados, fundiéndose en uno solo.
Ella solo quería sentirlo en su interior, él quería descubrir cada rincón de su cuerpo antes de hacerla suya. Primero las manos y luego los labios la recorrieron lentamente mientras ella se perdía en gemidos y gritos que a él le servían de guía para reconocer que tomaba el camino correcto. Pronto el descubrió sus puntos mas sensibles y jugaba con eso, le encantaba mirarla retorcerse de placer sin poder controlarse; su jadeos lo excitaban aun mas y provocarlos eran para él una verdadera delicia. Cuando ya no pudo resistir las ansias, se acomodó sobre ella y de manera natural un cuerpo encajó con el otro. Ella gimió al sentir como lentamente se hacían uno, él acompañó sus gemidos y empezó una danza única, especial, intima y apasionada.
Se miraban fijamente mientras el ritmo era lento, los besos y las mordidas les obligaron a cerrar los ojos y poco a poco la fricción se volvió mas rápida, mas angustiosa, mas desesperada; como una estampida él arremetió con ella, quien convulsionando por la pasión dejó escapar un grito diferente, uno que le permitió a él rendirse totalmente al placer y dejar en ella todo su ser.
Se acomodó junto a ella y se quedaron frente a frente mirándose en silencio, con la respiración agitada y los cuerpos, aun temblorosos, bañados en sudor. Sonrieron y él con dulzura le acomodó el pelo que lo tenia alborotado, así como todo el resto del cuerpo. “Gracias” susurró ella con una sonrisa y él besó tiernamente sus labios. Quizás por el vino o quizás por el cansancio, ambos quedaron sumergidos en un profundo sueño.
Ella despertó en medio de la noche atrapada en sus brazos, le mordió despacio el mentón y él sin poder abrir bien los ojos susurró “¿Quieres más?”. Ella sin decir palabra alguna mordió ahora su labio superior y entonces el juego comenzó de vuelta.
Los besos dieron paso a las caricias, y esta vez las manos ya conocían la reacción de la piel al sentir el roce de los dedos. Los escalofríos y los jadeos llegaron antes, ambos cuerpos sabían lo que venia y eso aumentaba el calor. Esta vez lo hicieron todo diferente, pero la pasión los aprisionó igual y nuevamente el salón fue testigo de sus gritos, sus gemidos y el estremecimiento de sus cuerpos al caer dominados por el éxtasis total.
Cuando la calma llegó, él se puso de pie y la cargó en sus brazos para llevarla al dormitorio. A ciegas con la luz apagada la acomodo en la cama, se acostó a su lado y con una manta cubrió sus cuerpos. “Un poco de descanso nos vendrá bien, y mucho mejor aquí que allá”, besó sus labios y cerró los ojos mientras ella giró un poco para recostarse de lado y poder mirarlo.
Ella volvió a despertar antes, vio entre las cortinas como la luz empezaba a asomarse y con mucho cuidado se levantó para no despertarlo. Tomó una breve ducha, se vistió con calma y luego se sentó al borde de la cama para observarlo dormir por un momento. Suspiró y se puso de pie nuevamente para esta vez dirigirse a la cocina donde calentó agua y preparó un té que llevó hasta la mesa de luz apostada juntó a el lado que él ocupaba en la cama. Besó con dulzura su frente y luego se marchó rumbó a su casa.
Esa tarde él no llegó al gimnasio; su cuerpo sin vida fue encontrado en su apartamento esa mañana por la señora que normalmente le ayudaba con el arreglo. Las autoridades aun no saben si se trata de un suicidio o un error involuntario, pero una taza de té envenenada puso fin a su vida.
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