Tenemos entonces que en su proceso de ser hombre, o en “humanizarse”, se da una relación de la persona con la realidad toda, con las cosas que rodean al sujeto, y por ende, con los otros seres humanos que participan de esta misma experiencia. Esta relación permite descubrir el sentido de la existencia y los valores inherentes a ella, siendo la realidad de Dios el valor supremo, lo único que puede saciar el ansia de felicidad eterna e interminable que anida en lo más profundo del corazón humano.
Pues bien, todo lo que venimos describiendo es la realidad misma de la cultura. Ella (la cultura y en ese sentido como cultivo del hombre) es lo que hace al hombre ser más hombre, es decir que lo humaniza de manera positiva, como diría el Beato Juan Pablo II, y por lo mismo, un factor de crecimiento y de plenitud.
«La cultura es aquello a través de lo cual el hombre, en cuanto hombre, se hace más hombre, es más, accede más al ser» (Juan Pablo II, El hombre, la cultura y la ciencia a la luz del mensaje de Cristo, Discurso a la Unesco, París 2 de junio de 1980, 7).
Para San Agustín de Hipona la cultura es aquello que tiene que ver, entonces, con la manera en que el hombre vive como hombre de verdad, y ello supone todos los elementos que hemos venido destacando: el lenguaje, los valores que orientan la existencia, la transformación del medio que permite al ser humano vivir de una manera digna. En este aspecto, no es casuali- dad que la moderna expresión “cultura” remita en su origen a las dos actividades que distinguen al hombre de las bestias: el cultivo de la tierra y el culto. Pero hay un aspecto fundamental que conviene resaltar y que es precisamente el conocimiento, que en cierto sentido es como el fundamento e inicio de todo proceso cultural. Conociendo es como el hombre se relaciona con la realidad, adquiere dominio sobre las cosas y descubre el camino de su plena humanización.
Ahora bien, se conoce de dos maneras, y esto permite a San Agustín de Hipona, dar un paso más en la descripción de lo que significa la cultura en su sentido más preciso: «Dos caminos hay que nos llevan al conoci- miento: la autoridad y la razón. La autoridad precede en el orden del tiempo, pero en realidad tiene preferencia la razón. Porque una cosa es lo que se prefiere en el orden ejecutivo y otra lo que se aprecia más en el orden de la intención. Así pues, si bien a la multitud ignorante parece más saludable la autoridad de los buenos, la razón es preferida por los doctos»
. Con la frase y referencia latina de: «Ad dicendum item necessario dupliciter ducimur, auctoritate atque ratione. Tempore auctoritas, re autem ratio prior est. Aliud est enim quod in agendo anteponitur, aliud quod pluris in appetendo aes- timatur. Itaque, quanquam bonorum auctoritas imperitae multitudini videatur esse salubrior, ratio vero aptior eruditis» (El orden, II, 9, 26).