Un conjunto de distinciones generales relativas al cambio se refiere al modo de ser o “categoría” que está implicado en el cambio. Hablando con propiedad quien sufre el cambio es siempre un individuo perteneciente a la categoría de “sustancia”; es decir, un ser fundamental. De hecho, toda sustancia es en sí misma una especie de principio, dado que toda realidad que no es una sustancia se encuadra bajo alguna categoría de “accidente”. Esto significa que no existe más que como una adición y modificación de una sustancia. Y la constitución esencial de una sustancia, como individuo de un tipo específico, es el primer principio del movimiento y el cambio que le pertenece; es precisamente la “naturaleza” de la sustancia. Pero el cambio al que una sustancia es sometida, y la forma que esta adquiere o pierde, puede ser sustancial o accidental. Es decir, el cambio puede ser respecto de alguna forma y modo de ser accidental en la cosa, por ejemplo su tamaño o cualidad o lugar; o puede ser el comienzo o la cesación de la misma existencia de la cosa como un individuo de cierto tipo, a través de la adquisición o pérdida de su “forma sustancial”.
Tales análisis generales de los fenómenos naturales son fundamentales para todo lo que sigue, pero, al mismo tiempo, son sólo el inicio. Los estudios más específicos brindan también mayor información. Esto es así porque las naturalezas o tipos específicos son irreductiblemente diversos —no sólo en cuanto al número o a la cantidad de ejemplos que se pueden proponer, sino también en sí mismos, en sus “fórmulas”. Cada una de esas naturalezas es un principio por derecho propio. Los fenómenos naturales no se pueden reducir a una fórmula única o a un único tipo de cosas, o incluso a unos pocos. Por ejemplo, los fenómenos vitales —los organismos y sus actividades propias— no pueden, para Tomás, explicarse por completo en términos de seres no-vivientes. Es cierto que su materia tiene disposiciones en común con la de las cosas no-vivas, pero dependen sobre todo de sus formas, que les son propias, y que dan sus propias determinaciones a la materia. Las formas de los seres vivos, tienen incluso un nombre especial: “almas”. Y las diferentes especies de vivientes tienen diferentes tipos de almas. El número de especies es sumamente elevado.
La irreductibilidad de las especies naturales se encuentra conectada con una idea mencionada anteriormente, la idea de la materia prima como pura potencia. En tiempos de Tomás esta idea provocó disputas entre los teólogos. Aristóteles introduce la expresión “materia prima” para referirse a la “primera” realidad de la que están hechas las demás cosas. Con “primera” se quiere significar que no está hecha de otra cosa [Metafísica, IX.7, 1049a24-26].
Sería el sustrato fundamental y último subyacente al cambio físico. Es evidente que tal realidad no puede en sí misma llegar a ser o dejar de existir por un cambio físico. Si lo hiciera, alguna otra cosa subyacería a aquel cambio y sería la verdadera materia prima. La materia prima debe ser ingenerable e incorruptible. Esto no quiere decir que no pueda ser creada. El cambio físico es el paso de un ser a otro. La creación es “a partir de la nada.” Sin embargo, decir que funciona como el primer sustrato del cambio no es decir lo que sea en sí misma. ¿Es algún tipo de cuerpo? Esto querría decir que se trata de algún tipo de sustancia, con su propia forma esencial y actualidad —una forma, por tanto, anterior a cualquier forma que pueda ser recibida o perderse a través del cambio. Según Aristóteles, Tales atribuye esta función al agua, Heráclito la atribuyó a fuego [Metafísica, I.3, 983b6-984a12].
Ahora, puesto que lo que sea que funcione como materia prima es ingenerable e incorruptible, si ella misma es una especie de sustancia, entonces, todos los cambios físicos, y todas las formas que se adquieren o se pierden a través de ellos, deben ser meramente accidentales. No habría cambios sustanciales. Y la naturaleza esencial de todas las cosas físicas, su naturaleza sustancial, será la naturaleza de la materia prima.
Todas las demás características de las cosas físicas serían reducibles a ella. Esto sería válido incluso si hubiera más de un tipo de cuerpo que sirviera como materia prima. Estos diversos tipos podrían mezclarse entre sí o estar dispuestos de distintas maneras, pero nunca llegarían a ser o dejarían de existir, y todas sus mezclas y arreglos sólo serían accidentales. Aristóteles nos dice que así es como Empédocles considera a los cuatro elementos, tierra, agua, aire y fuego [Metafísica, I.3, 984a7-11]. Del mismo modo, Demócrito postulaba la existencia de una multitud de pequeños cuerpos, de gran movilidad e indivisibles —“atómicos”, en el sentido original de la palabra— como el sustrato primario de todos los cambios. Para él las sustancias reales son los átomos [Metafísica, VII.13, 1039a7-11]. También en estas posturas, la naturaleza de la materia prima es la naturaleza esencial del todo físico, y todos los fenómenos físicos son reducibles a ella.
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