La premisa del clásico de Ridley Scott giraba ya sobre la identidad, esto todo el mundo lo sabe. Pero ¿en base a qué? En base a la memoria, a los recuerdos. La obra recién presentada por Villeneuve no traiciona esta esencia, pero abre otras preguntas. Mejor aún, cambia el sentido direccional de la pregunta que se presume como la principal y al sujeto que se la plantea. Pero no el sujeto de una acción cualquiera, no el androide que hace un trabajo para el que está programado, sino aquel ente lleno de subjetividad en contraste con aquellos entes vacíos de ella.
Ante el panorama abierto de un naciente cyberpunk, la película de 1982 se abre paso con las preguntas de una modernidad en sus últimos suspiros. La amante de nuestro protagonista es aquel autómata de La Mettrie que bajo la piel no tiene más que un complejo sistema mecánico, como los animales cartesianos. Nos preguntábamos entonces por el cogito cartesiano, aquello que hace especial a los humanos. Pero ante el avance de la filosofía de la mente, la psicología y las neurociencias, el panorama cambia radicalmente. La obra recién estrenada tiene otro horizonte. Ahora el protagonista mismo es el autómata porque la postmodernidad abandonó al cogito. El Otro no es un androide, es lo virtual. Pasamos del cuerpo como maquina a la conciencia o mente como lo virtual y digital. No vale la pena preguntarnos por lo que nos diferencia de los autómatas, puesto que ahora consideramos que esa diferencia se acorta demasiado. Es más importante preguntarnos: ¿por qué nos consideramos tan especiales y diferentes a los autómatas? Al mismo tiempo, el preguntarnos por ese fenómeno emergente que es la mente, vale más la comparación de lo humano con la Inteligencia Artificial que con el robot.
La pregunta: ¿Quién/Qué soy?
En la primera película se hace esta pregunta alguien que se sabe humano. Pero sólo se hace la pregunta en tanto que su antagonista y su amada se la hacen. No obstante, es claro que él nunca duda realmente de su identidad humana, peor aun, duda de la humanidad de su amada que parece tan llena de subjetividad, un sujeto de deseo. La pregunta no es pues por la identidad de los androides o por la identidad propia y su endeble diferenciación de la programación de un androide, no es si los androides pueden amar, porque para esto ya hay una respuesta en la pareja antagonista, sino si pueden amarnos y si nosotros a su vez podemos amarlos.
Aquí comienzan los tropiezos y las dificultades. El abandono de la idea de consciencia, de ese manoseado Error de Descartes, nos somete a proponernos dos salidas: La primera es que somos aparatos complejos y nuestro mecanismo neuronal lo explica todo, o bien la tesis postestructuralista de que somos un sujeto espejo que sólo refleja estructuras, una tabula rasa. Así que nuestras memorias y el cómo las interpretemos definen ese discurso que nos da identidad. No hay sustancia ni nada innato. A lo mucho maquinas deseantes. Esto último como una respuesta a la interrogante sobre el romance de los personajes en la historia, ¿cómo es que las maquinas pueden desear?
Así, la pregunta que por lo general se piensa clave en el film (¿Qué somos?), no tiene la relevancia considerada puesto que ya tiene una respuesta bien establecida en el discurso del film: somos nuestras memorias. Por lo que no puede haber ninguna diferencia entre el amor de un androide y el de un ser humano. De esta forma la historia de amor se consuma para el protagonista y su objeto de deseo, ese sujeto lleno de memorias.
Esto es reafirmado en la secuela traída hace algunos días. Pero ahora nuestro punto de inicio es distinto. Ahora quien se hace la pregunta no es un ser que se sabe humano, sino un ser que a todas luces se sabe androide. La pregunta sobre su capacidad de amar queda borrada desde los primeros minutos de la cinta, puesto que nos presentan una historia de amor. Pero al tiempo subimos de escalón. La pregunta en esta ocasión se formula así: ¿Puede una inteligencia artificial amar y puedo yo, un androide, a su vez, amarla? Observamos pues cómo es que la cuestión de la identidad en su relación con el amor se aleja completamente de la condición humana. La pregunta ya no tiene relevancia para lo humano, sino para lo artificioso.
Sin duda la cuestión se nos antoja paralela a la que nos solemos hacer cuando idealizamos a otra persona en el acto de amar. En esta ocasión partiendo desde el punto de vista de un personaje masculino. Se trata, por tanto, de la idealización masculina de la mujer.
Repasando un poco, nos encontramos en la primera película con la cuestión de la identidad humana que se desdibuja mediante la adquisición artificial de memorias. En la segunda película esto queda completamente rebasado o, si se quiere, supuesto desde que el protagonista mismo es un androide. En la primera película, se ignora el endeble hilo de identidad femenina para que el protagonista y su amada puedan reunirse al final. Por su parte, en la segunda, el problema es mucho más profundo al establecerse la identidad femenina de ese amor cortés como completamente virtual.
Así, en ambas ocasiones la identidad del objeto de deseo masculino es lo artificioso. La identidad de su amada es siempre construida. Pero en Blade Runner 2049 se da un giro más al proponernos que también el sujeto masculino de deseo es un artificio. Parece que el discurso de la película se inclina más por una lectura estructuralista.
Sin embargo, se juega con esta idea. En esta ocasión no tenemos a un ser humano preguntándose por la posibilidad de ser androide, sino a un androide preguntándose por la posibilidad de ser humano o un híbrido. La mera posibilidad de esto es soporte para lo que se plantea desde la primera película: que no hay ninguna diferencia entre el humano y el androide. El argumento para esto es un recuerdo real, no construido, del protagonista. Dejando para un momento posterior la pregunta de que si ese recuerdo, aun siendo real, le pertenece o le pertenece a alguien más. Nuestro protagonista no se ve sorprendido, puesto que su ser híbrido entre humano y androide lo explica todo, desde sus capacidades sobre humanas hasta lo que vendría a ser el segundo argumento para su conjetura: a saber, que ha podido saltar la barrera de la programación y puede ahora cuestionarse acerca de la tarea para la que fue asignado y revelarse contra esta.
A partir de este momento pasamos a la ilusión humana de la relevancia. La razón por la que el ser humano se siente distinto al droide es debido a su sentir especial dentro de un plan trascendental, un papel privilegiado en un plan superior. Experiencia teológica a la que tiene acceso nuestro protagonista desde el momento en el que se sabe a sí mismo un hijo de hombre y de androide, el siguiente paso clave en la evolución de los seres conscientes. Sentir que es acrecentado por su esposa inteligencia artificial, la cual está diseñada para decirle a su dueño todo aquello que este quiere escuchar. Ella le dice: “siempre supe que eras especial”. No estamos hablando ya, solamente de la identidad en base a memorias, sino a la identidad en tanto que nuestra existencia misma se vea ubicada en un plan superior y sirva para este. También es el momento en que Joi le da un nombre propio a nuestro protagonista, Joe, en contraste a su código de serie de androide. Pero también es importante hacerse otra pregunta: ¿se sabe, en verdad, que eres especial? O ¿es simplemente algo que queremos escuchar?
Por supuesto la mujer idealizada representada en esta inteligencia artificial llamada Joi, que es diseñada para cumplir las funciones de una esposa completamente entregada a su pareja, encuentra su contra-parte en la mujer real representada por una prostituta. Dos representaciones completamente contrarias del deseo femenino.
Es a partir de esto que se nos entrega una de las escenas más significantes de todo el film, en donde, en el intento de cumplir la fantasía de su esposo, es decir, nuestro protagonista, y en el intento de ser real para él, Joi se yuxtapone con la mujer real representada por la prostituta. Representando así la manera en que el hombre recubre a la mujer real de su idealización. Lo que deviene en el acto sexual como un acto masturbatorio, en el que el hombre no le hace el amor más que a su fantasía y puede estar con una mujer en tanto que ella represente su idealización.
Joi parece completamente enamorada de su esposo. Más aun, se nos muestra completamente llena de subjetividad al verla experimentar por primera vez el tacto de la lluvia. ¿Es esta aparente subjetividad parte de su programación como inteligencia artificial? ¿Es justa la comparación de la mente humana con la computadora?
Cuando nuestro protagonista se ve obligado a escapar tras revelarse de sus órdenes, tiene que llevar a Joi con él, en un único dispositivo. Ahora este dispositivo es todo de lo que tiene para conservarla a su lado. Él muestra su temor a perderla, que la existencia de su amada este limitada a un único cuerpo concreto y material. En palabras de Joi, este paso es clave para que ella se haga real, el miedo a perderla le hace igual a otra chica real más. Pasamos de su existencia espectral, virtual, holográfica y fantasmagórica a una existencia material concreta, que es lo mismo a decir que se pasa de lo ideal a lo Real. Es más seguro para el varón conservar la idealización de su amada para siempre, es decir, vivir en su fantasía, que afrontar la perdida de esta idealización en algo tan fugaz y frágil como la realidad de subjetividad femenina.
No es coincidencia entonces que, a partir de este punto, el argumento de la película nos lleve directo a un escenario desértico, se llega al desierto de lo Real (Baudrillard, Zizek). Pero no es cualquier desierto, se trata nada menos que del desierto de Las Vegas. Y el escenario está lleno de espectros destruidos, fantasías en decadencia, recordándonos sin duda al cuento de Borges y el prologo de Baudrillard en Cultura y simulacro, en donde podemos imaginar el mapa destruido y echo girones sobre el desierto de lo Real, en lo que podemos considerar la crisis de las representaciones. Vemos estatuas de mujeres destruidas, quizá representando el recién abandono de la idealidad del protagonista por su amada, evidenciando la destrucción de estas formas idealizadas, su rigidez e, irónicamente, su fragilidad. Y tiene que ser el desierto de Las Vegas, en donde es construido sobre la arena un mundo fantasioso y una ciudad llena de vitrinas al pasado y a otras culturas. Simulacros de décadas pasadas, simulacros de pirámides y culturas lejanas. Tal como se nos muestra en el espectáculo de hologramas de Elvis Presley. Todo este fragmento del film tiene como fin evidenciar todos los simulacros. Pero este mundo de fantasías que representaba Las Vegas, está ya desecho sobre el desierto de lo Real, no es otra cosa más que ruinas.
Tampoco es coincidencia que en este desierto el protagonista vaya a encontrarse con su padre. Mucho menos que sienta nostalgia por no poder conocer a la madre. En el desierto de lo Real, el protagonista cree al fin tener acceso a una realidad de la cual puede estar seguro, cree encontrarse al fin con su identidad verdadera. Pero el culmen de este violento irrumpimiento de lo Real en las fantasías llega cuando el enemigo ataca. Ahí es cuando se devela el aspecto más siniestro de ese irrumpimiento. El protagonista pierde por completo a su amada como consecuencia de aceptar su modo Real, es decir, pierde su fantasía, dejando como imposible cualquier manifestación del amor cortés. El amor cortés sólo funciona mediante simulacros, mediante artificios. En un último momento de su vida virtual, Joi le grita desesperadamente “¡Te amo!”, desapareciendo por completo inmediatamente después. Nuestro protagonista queda despojado en el suelo, inconsciente, mientras el enemigo captura a su padre.
Pero esta crisis de las fantasías aun no está completa, habíamos dicho que la identidad misma del protagonista es artificiosa. Horas más tarde, el protagonista es rescatado por un grupo rebelde en el que se encuentra la prostituta con la que Joi había llevado a cabo la fantasía de su esposo. Es aquí cuando nuestro protagonista recibe la noticia que terminará por romper su fantasía de una identidad como hijo hibrido entre humano y androide. Se entera que ese recuerdo que contiene y le da identidad, si bien es “real”, no le pertenece. Dándose cuenta de que es tan sólo un androide más y rompiendo por completo su fantasía de identidad. Dejando claro, al mismo tiempo, que nuestra identidad es también un discurso que interiorizamos y desde el cual codificamos nuestros recuerdos y nuestra biografía. En otras palabras, lo Real no es algo a lo que se tenga acceso una vez abandonadas nuestras fantasías, se hace uso de la analogía de la cebolla. Tras una serie de capas no se devela nada, no hay sustancias.
Tras esto, se encuentra con un holograma publicitario de la inteligencia artificial Joi. La ve en su totalidad como un simulacro y una ficción. El eslogan del producto es: “Diseñada para decir todo lo que quiere oír”. Se da cuenta de esta manera de su idealización y, probablemente, recuerda las últimas palabras que ella le dedicó antes de desaparecer, por lo que seguramente se pregunta: ¿se puede estar seguro de que tú fantasía te ama? O ¿es simplemente algo que queremos escuchar y está programada para decir? ¿Dicho amor jamás fue real? ¿El amor cortés nunca es real?
Una lección un poco más optimista nos la da su padre que, al ser capturado, recibe la oferta de volver a tener una réplica idéntica del androide que era su esposa. Pero si en el pasado ella se convirtió en un amor real para él, ahora incluso otro androide más no es suficiente, pues sabe que no se trata más que de una fantasía, prefiriendo así el recuerdo de un amor real que el de conservar la fantasía de una idealización. Abriéndonos también la posibilidad de preguntarnos si a pesar de enamorarnos de algo artificial, de algo ficticio, podemos aprender a amar una particularidad trascendente de nuestro ser amado.
Pero las cosas ya no pueden volver a ser como antes. El protagonista no puede ya abandonar la idea de liberarse de su determinación de androide. Y ahora experimenta la pérdida de su identidad idealizada. Sin embargo, podemos continuar con la idea planteada desde el inicio de que no hay diferencia entre el androide y el humano, o que si hay alguna diferencia, esta no está sustentada más que en algún discurso de trascendencia. No se trata entonces del dilema de dejar de ser androide para ser algo más humano, puesto que entre ambas cosas no hay distinción, sino simplemente de salir de una programación. Lo que al nivel de un discurso metanarrativo, nos señala que los seres humanos estamos en gran medida programados. Así, siguen estando abiertas todas las preguntas ¿Joi pudo en algún momento haber adquirido identidad Real? ¿Su amor era real? En otras palabras ¿en qué medida somos lo que los demás idealizan de nosotros o la idea fija de lo que un ser humano tiene que ser? Y ¿hasta qué punto nuestra identidad es artificio, es decir, aquello que han construido de nosotros? También se les escapa la humanidad adquirida por el protagonista autómata, o si se quiere, la humanidad que a pesar de todo tenemos nosotros como autómatas. Somos al mismo tiempo algo virtual, un androide programado y un ser humano enfrentándose con lo Real mismo del humano. Es esta la conclusión que defienden de manera metanarrativa, seguramente no consciente, los guionistas y el director. El mundo futurista de este universo, es el mundo caótico y descentrado de la postmodernidad, considerado en nuestros días como sinónimo del futuro distópico al que apela siempre el romanticismo del cyberpunk, en donde las bases de nuestras identidades, del amor cortés y de los paradigmas arquetípicos de la idealización del caballero y la dama parecen difuminarse como lágrimas en la lluvia.
Espero que hayas disfrutado y, sobre todo, que tengas algo nuevo en lo que pensar.
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Buen análisis para compartir
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Muy buen artículo! Es Interesante leer cualquier opinion sobre esta saga.
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Muchas gracias y gracias por leer!
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