El lobo aulló a la luna
y esta, menguante, sonrió.
Al día siguiente el lobo se olvidó de aullar
y la luna, nueva, ni siquiera apareció.
Al siguiente él volvió a aullar
y ella, creciente, volvió a sonreír.
El lobo, dichoso, aulló y aulló y aulló
hasta que perdió su fuerza.
Ya, la luna, llena,
fue foco de su cama.