Vago no, vagabundo. Y estar sentado sobre el culo todo el puto día no es propio de un vagabundo. De la divinidad, la santidad de la locura -los magos del poder de la palabra la llamarían ‘la supercordura’-. La vida es esta hermandad que nos circunda y nos sostiene en la orfandad de reyes anónimos: escucho lo que tienes para decir y me cambia la existencia.
Beatniks y mods del tercer mundo; maricas en trajes de terciopelo que fuman telarañas por montones; mujeres que desposan gorilas; adictos a telenovelas mejicanas; síndicos del gremio astral de Unare o Macuto; astrónomos del reflejo de los astros en el mar; astrólogos de un periódico para ciegos; hippies que ejercen rango desde comienzos de la edad de acuario en los 60's y nacieron en los 90's; mis amigos en su éxodo, jinetes de las estrellas:
Yo me regocijo de haber nacido en el centro del Universo al final de una era, en los tiempos trascendentales del hombre donde suena el fuego de los triquitraques a las 4 am y se siente el sonido de los grillos como cometas en el aire, pájaros de mil eones (en sus mantras y pregones, el cantar de las trompetas). Reverberan las luces en las calles de tierra, dóblase el zinc y el adobe al calor de la procesión de catanares y la comunión de las favelas y estoy deseando que ojalá donde estés, siempre puedas extender tus manos hacia el crepúsculo, y en la intemperie del suelo y la flor, iniciar con amor la jornada.