Elena tenía 26 años de edad, y una escasa experiencia en los campos de la amatoria. Aunque la pasión que exhibía en la cama parecía demostrar una cierta familiaridad por su parte con las prácticas sexuales, ciertos detalles apuntaban justo en la dirección contraria, por lo que al final deduje que su total desinhibición era una simple consecuencia de la tremenda borrachera que llevaba encima. Para empezar, mostró una extrema torpeza a la hora de masturbarme. Por lo visto, nadie le había dicho hasta entonces que en ningún momento hay que coger del glande y tirar hacia abajo, sino más bien del prepucio. La felación que me intento regalar no resultó mucho mas agradable. Cuando empezaba a chupármela me proporcionaba unos momentos iniciales de placer, pero poco a poco el cansancio le hacia cerrar la boca mas de lo oportuno, hasta que ineludiblemente su dentadura acababa rayando mi ya castigado falo. “Ten cuidado con los dientes”, le advertía, pero ello no servia de mucho. Para más inri, en ocasiones me obsequiaba con unos tremendos chupetones durante los cuales llegaba a creer que me iba a dejar totalmente descapullado. “Échame saliva en la punta”, le pedía suplicante, tratando de encontrar un cierto alivio al castigo al que estaba siendo sometido. Pero ella tenía la boca seca por culpa de tanto alcohol como había bebido, por lo que únicamente conseguía escupirme aire. Termine por apartarle la cabeza de mi entrepierna tras sufrir uno de sus violentos chupetones, sin poder reprimir además un grito de dolor. "Vamos a follar", le dije. Mi gozo en un pozo. Tras varios intentos de penetración hube de desistir; por mas que lo intentaba mi rabo acababa en cualquier sitio excepto dentro de su vientre. Además, como lo tenia ya escocido tampoco podía empujar mucho sin sentir que este me ardía dolorosamente. Pensé que tanta dificultad en llevar a cabo la primordial tarea sexual se debía a que mi compañera de juegos nocturnos no estaba lo suficientemente excitada, así que me puse manos a la obra. Primero le relamí los labios menores de la vulva y después le introduje un dedo en la vagina, moviéndolo lentamente en su interior. Cuando le introduje dos dedos a la vez protesto: “Me haces daño”. Entonces ya supe con seguridad que lo único que hasta entonces ella había tenido metido allí entre sus piernas habían sido tampones; quizá ni eso. Intente volver a la carga, pero a esas alturas ya no era capaz de tener una erección total, pues me encontraba cansado, deshidratado y mordido cual perro de pelea. Al final hube de satisfacerme masturbándome de rodillas frente a ella, que no apartaba la vista de mi cipote, esperando el momento de mi éxtasis para ver como eyaculaba. Cuando por fin lo hice, derramando mi simiente sobre sus tetas, toco con la punta del indice uno de los chorretones de semen -con un movimiento rápido fruto del impulso de la curiosidad- y se llevó el dedo a la boca para paladear la caliente substancia. Me acorde entonces de que en algún sitio había leído que el semen de un hombre sabe distinto según los alimentos ingeridos durante su ultima comida. Luego el recién expulsado por mi hubo de saberle a gin-lemon y cacahuetes. Le pregunte si deseaba que le diera placer de alguna forma que no incluyera penetración. Me miro sonrientemente, me tumbo de espaldas, me coloco la ya fláccida minga mirando hacia arriba, extendida sobre mi propio pubis... y se me echo encima, restregadose a continuación toda la zona superior de la vulva con mi rabo. Allí se apaño ella, rozándose el clítoris y botando encima mía con los ojos medio vueltos mientras gemía como una perra chica. Imagine que habría adquirido esa extraña rutina sexual complaciéndose solitariamente con su almohada. De vez en cuando se paraba, recolocaba mi cosa -que inevitablemente acababa resbalándose y ocupando sus posición natural entre mis piernas- y seguía restregándose. Mientras Elena se divertía usándome como si fuera un muñeco, yo respiraba con ansiedad. El ambiente del cuarto estaba ya muy recargado y el calor empezaba a ser insoportable. Para entretenerme, me quedaba mirando su rostro: la contemplación de sus ojos volados me hacia sentir de una forma extraña, como si estuviera muerto y fuera el inerte objeto sexual de una jadeante necrófila. Al rato se corrió, por fin, dejando en mi vello púbico el húmedo rastro de su orgasmo.
Así pues, la primera noche fue poco placentera, y así lo evidenciaba un enrojecido glande al que miraba con lastima. "¡Pobrecillo! ¡Pero mira que te han hecho!", pensé al repasar su lamentable estado. Le pedí a Elena que trajera algún lubricante en la próxima cita con la excusa de facilitar la penetración, aunque en realidad lo quería mas bien para protegerme el miembro viril de las "heridas de guerra" que pudiera sufrir en la próxima batalla sexual que me tocaría librar con ella.
Afortunadamente, las cosas fueron bastante mejor la segunda vez que nos vimos. Sabiendo ya a lo que me exponía, me preocupe mucho de excitarla con toda clase de lametones por los calientes rincones y recovecos de su entero cuerpo. Además, en ningún momento le permití que me tocara el aparato: lo necesitaba intacto y vigoroso, y no machacado por la torpeza de su inexperiencia. Una vez le hube comido el coño, además de salivárselo generosamente, ella se aplico sobre la abertura vaginal una crema en tubo que, tal como le pedí, había traído. Probé a abrirla un poco metiendole dos dedos a la vez, y como en aquella ocasión no se quejara creí que ya estaba preparada. No obstante, cuando me dispuse a entrar a matar me paró, cogió de nuevo el bote y me untó todo el glande con la crema. Ya en el momento de la estocada mi rabo pudo entrar sin dificultad en su vagina... pero solo la punta. Hasta que conseguí metérselo hasta el fondo paso un rato largo durante el cual me pareció estar cavando la tierra con la punta del cipote. Mientras tanto, ella gemía y me miraba con ojos de cordero degollado. Yo no la miraba a ella, sino que vigilaba visualmente la penetración en si, como cuidando de que no se me rompiera en el intento alguna parte de la polla. Poco a poco los músculos de su vagina se fueron relajando y destensando, así que cuando por fin note que mi pene se deslizaba allí dentro sin sentir muchas molestias tome ritmo y acabe. Elena no llegó al orgasmo, y sin embargo estaba exultante, contenta por haber practicado su primer coito. Sabia que me iba a tocar volver a hacer de muñeco para que se satisficiera, así que me eche un cigarrillo antes... Mientras fumaba relajadamente, solamente para saciar mi curiosidad cogí el bote de crema que había traído. Quería saber que tipo de lubricante había usado. En un primer vistazo, pude leer una desconcertante frase: "Aplíquese dos veces al día", y, tontamente, pensé: "¡Joder! ¿Y que pasa si queremos echar un solo polvo al día?". Después leí la marca: Cumlaude. Una sonrisa se dibujo en mi rostro ante lo ridículo del nombre. Automáticamente, se me vino a la mente la imagen de algún majadero metido a director de marketing, y creí intuir el pomposo eslogan que habría ideado para acompañar la estúpida marca del producto: «Lubricante Cumlaude. Para que cada coito le haga merecedor de ser premiado con los mas altos honores». Finalmente, recibí tal bofetada en mi orgullo varonil que quedó sumido en el más puro resentimiento. Ocurrió justo cuando vi la descripción del producto: "Hidratante vaginal de uso externo"; la nena me había untado en el capullo uno de esos potingues que usan las mujeres para aliviarse los picores del chumino. Creo que me puse pálido. "La próxima vez tráete crema Nivea o vaselina, ¿vale?", le ordené secamente, casi con un tono amenazante. "Vale", me contestó con un cierto rubor.