La procrastinación es esencialmente una manera de huir de emociones negativas como el estrés y la ansiedad que hemos asociado a alguna tarea. A menudo canalizando nuestra atención a distracciones placenteras que nunca acabamos de disfrutar plenamente porque seguimos pensando en la tarea pospuesta.
El combate a la procrastinación suele ser un camino muy accidentado porque regularmente libramos nuestras primeras batallas contra ella en situaciones en que nos domina la urgencia por erradicarla. En nuestra ansiedad por vencerla nos olvidamos de aquella lección milenaria que nos advierte que no puedes vencer a un enemigo que no conoces.
En ese sentido antes de utilizar cualquier estrategia contra la procrastinación podría ser buena idea dar un paso atrás y detenernos a analizar en que consiste este problema. Bien se dice por ahí que la mitad de resolver un problema es entenderlo.
Los tres componentes de la procrastinación
Si prestamos atención notaremos que la procrastinación consta de tres elementos, una emoción negativa, una intención de buscar tranquilidad y un comportamiento de aplazar las tareas. Detegnamonos en cada uno de estos aspectos.
Respecto de su intención, hay que decir que no es maliciosa, en última instancia la procrastinación busca librarnos de una sensación negativa y llevarnos a un estado de bienestar. Es importante notar esto porque de ninguna manera el problema es querer estar bien. El problema acaso es que la estrategia para ello no es la mejor.
Del aplazamiento de las tareas hay que apuntar que se trata de un asunto subconsciente. Es decir que la efectividad del comportamiento procrastinador depende de que no nos percatemos de que estamos posponiendo una tarea. Si fuéramos conscientes todo el tiempo de que estamos haciendo mal al posponer, la procrastinación no estaría cumpliendo su función momentanea de liberarnos de la emoción negativa.
A continuación, no debemos perder de vista que la causa de la procrastinación es la sensación de malestar emocional que nos produce una tarea. Esta emoción no puede ser algo tan simple como un disgusto, sino que tiene que ser algo lo suficientemente insoportable para que nuestra mente active el comportamiento procrastinador como acto de defensa.
El círculo vicioso y sus agravantes
Finalmente, estos tres elementos confluyen en el círculo vicioso del que tanto nos cuesta salir a los procrastinadores. Primero hay una tarea que nos provoca incomodidad, a continuación, nuestra mente nos distrae para no enfrentar esa situación y volver a un estado de tranquilidad. Pero como la tarea no se completo, la tensión asociada a ella se vuelve más fuerte. En consecuencia, la incomodidad se hace más insoportable y nuestra mente vuelve a recurrir a la procrastinación para librarnos de ella. De esta manera nos introducimos en un bucle infinito que no acabará hasta que terminemos la tarea o desistamos de ella.
Lo que hace tan problemático este vicio, es que el procrastinador ha pasado demasiadas veces por este bucle y dos agravantes se han consolidado. Por un lado, se ha recurrido tantas veces a la procrastinación que su mente la ve como la única estrategia para enfrentar situaciones similares. Por otro la incomodidad causante se ha visto reforzada con sentimientos de culpabilidad, lo que la convierte en una emoción más compleja de lo que pudo haber sido inicialmente.
Tantos agravantes convierten el proceso de trabajo en un aspecto mucho más tortuoso de lo que podría ser para una persona normal. El nivel de complejidad que puede alcanzar este problema variara de persona a persona, pero podemos estar seguros de que, si se ha dejado crecer, más difícil será que las intervenciones simplistas puedan ofrecernos soluciones sostenibles.