La alimentación y la emoción están estrechamente relacionados. El estado emocional y psicológico en el que nos encontremos en un momento dado, condicionará nuestra conducta alimentaria, sobre todo, si no contamos con supervisión externa de confianza.
Así, mientras es más fácil llevar una dieta equilibrada cuando nos sentimos equilibrados mentalmente, en el momento en el que se nos presenta un desequilibrio, nuestro cerebro se deja embaucar por la ansiedad y reclama grandes dosis de comida, alimentos poco saludable o la combinación de ambos.
Por tanto, habrá que ser cuidadosos con el vínculo entre la psique, la emoción, las relaciones sociales y familiares con la nutrición para asegurar un desarrollo saludable. En caso contrario, cada vez abundarán más los casos de anorexia y bulimia ya que las exigencias estéticas bombardean constantemente a los jóvenes, de forma que les obligan a sucumbir a los parámetros o son excluidos automáticamente.
En cuanto a la obesidad, su tratamiento no debe limitarse al médico, sino que un abordaje psicológico será primordial para el éxito de la recuperación integral del paciente. Adaptarse a la nueva identidad como persona no obesa también debe hacerse con supervisión psicológica.
Los especialistas y el sentido común recomiendan una dieta variada que incluya alimentos sanos pero también alimentos que nos gusten aunque no sean los más saludables. Si bien, su consumo deberá ser esporádico.
Por tanto, el secreto es potenciar una ingesta moderada en cuanto a cantidades, procurando siempre seleccionar productos de calidad dentro de las posibilidades personales de cada persona o núcleo familiar.
Es preciso tomar en consideración las preferencias hacia ciertos alimentos está muy condicionada por sus propiedades diversas pero también por la experiencia previa a la que van unidos, ya sea de tipo social o personal. Los alimentos no son más que estímulos condicionados que nos evoca sensaciones de placer o disgusto dependiendo de la experiencia a la que vayan asociados.
Es natural pensar que las estrategias aplicar en este ámbito serán mucho más eficaces si se plantean de modo individual que si se establecen pautas generales. Esto es especialmente relevante en las en los casos más agudos de dificultad o trastorno de algún tipo relacionado con la nutrición.
De nuevo, la educación sobre nutrición desde edades tempranas aparece como factor principal de prevención. Implementar hábitos saludables de alimentación desde el mismo nacimiento reducirá la resistencia de los niños hacia ciertos alimentos como las verduras y las frutas, tan necesarios para mantener una salud de hierro.
Además, según vayan creciendo y desarrollando irán poco a poco tomando conciencia de las propiedades de cada grupo de alimentos y las funciones que ejercen en los distintos sistemas del cuerpo humano. Conocer y saber son dos elementos tremendamente potentes para modular el comportamiento así que habrá que dispersar esa información tan pronto como sea posible y tan lejos como se pueda.
Por último, es preciso recordar que un trastorno de alimentación suele llevar asociado otro tipo de disfunciones normalmente de tipo emocional que se encuentran enmascaradas. Muchas veces una vez solucionado el problema de fondo se corrige simultáneamente el trastorno de alimentación.
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