El aislamiento social es difícil de soportar para cualquiera, pero tórnase una verdadera calamidad cuando coincide con aprensiones e incertidumbres respecto de sí mismo. […]Es esta situación la que en el individuo normal de nuestro tiempo provoca una intensa necesidad de obtener cariño para aliviarse. La consecución de afecto lo hace sentirse menos aislado, menos amenazado por la hostilidad y menos incierto acerca de sí. En esta forma, el amor es sobrevalorado en nuestra cultura, pues responde en ella a una exigencia esencial, convirtiéndose en un verdadero fantasma –como el éxito- y lleva consigo la ilusión de que con él todos los problemas pueden resolverse. Intrínsecamente, el amor no es una ilusión –aunque en nuestra cultura casi siempre sea una pantalla para satisfacer deseos que en nada le atañen-, pero lo hemos transformado en una ilusión al aguardar de él mucho más de lo que acaso podría darnos. A su vez, el valor ideológico que prestamos al amor contribuye a encubrir los factores que engendra nuestra exagerada necesidad de obtenerlo. De este modo, el individuo (seguimos hablando del individuo “normal”) se encuentra preso en el dilema de requerir apreciable cantidad de afecto y de tropezar con las más arduas dificultades al conseguirlo.
Karen Horney, La personalidad neurótica