Llegas a este hermoso lugar, cuando apenas el sol es un farolillo que se eleva perezoso por encima de las copas de los pinos y abetos más altos. Llegas cargado de frustraciones. Pero apenas comienzas a identificarte con el lugar, te apaciguas. Te olvidas de todo. El agua fluye, cantando su eterna canción, echando siempre de menos al mar.
Mientras contemplas la corriente, ves que en tu mente hay una hoja en blanco e imaginas unas manos de marino que comienzan a hacer con ella un elegante barquito de papel. Ves un muelle, y unos porteadores que llevan oscuros paquetes sobre sus anchos hombros y los depositan en lo más profundo de la bodega. Cada paquete tiene su correspondiente etiqueta: estrés, cansancio, ira, rencor, olvido, frustración, desengaño...
Cuando la bodega está llena, ves el barquito zarpar. Lo ves alejarse y perderse en dirección al horizonte. Va hacia el Oeste, siempre al Oeste, enfilando su frágil proa hacia ese lugar donde terminan siempre naufragando los sueños y las quimeras.
Cuando ya no ves la vela del palo mayor y le dices adiós, sólo piensas una cosa, antes de continuar tu camino: agua que no has de beber, déjala correr.
[Fuente Sanza, Burgos: 9 de abril de 2017]
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