Sabía que era un error pensar de más en él, era una lucha interna que llevaba día con día. Sin embargo, aquella mañana lo vi acercarse, se veía tan impecable como de costumbre, traté de no mirarle y seguir por mi camino sin tener que hablarle; él no permitió que aquello sucediera y cuando menos lo esperé estaba frente a mí. Las palabras se atoraban en mi garganta, solo podía perderme en los orbes marrones que no dejaban de observarme, su mirada era ansiosa y aún así solo pude sonreír.
Era la tercera vez que la vida se encargaba de demostrarme que no podía controlar todo lo que quisiera, por más que intentaba no darle importancia, por más que evitaba su trato y recurría al rechazo y a la indiferencia hacia él siempre había un detalle que me hacía perder todas las ganas de querer apartarlo. Hoy fue su mirada, su actitud y su silencio los que capturaron mi atención.
Era alguien que me afectaba de tal manera que jamás creí posible, descontrolaba todas mis emociones y me hacía estallar en ilusiones. Me motivó a querer mejorar y a que tal vez todo aquello que soñaba con él se pudiera hacer realidad.
Le di paso tan solo con aquella tímida sonrisa, sin mostrar apuro me rodeó y me hizo pasar antes que él, sentía su caminar seguir cada uno de mis pasos, mi cuerpo reaccionaba automáticamente a su cercanía y sentía los nervios en cada poro de mi piel. Anhelaba darme vuelta, saludarlo y hablarle como si siquiera fuésemos amigos; pero era imposible, era tan prohibido, tan irracional e ilógico que solo me permito observarle y quererle a los lejos por ser mi mayor tentación. Aquella tentación a la que nunca, por más que quisiera, podría ceder.
—Yulitza Nieto.
Nota: imagen extraída de yeraltndannotalarblog.