"Amarás al Señor tu Dios con todo tu corazón, con toda tu alma y con todas tus fuerzas y con toda tu mente, ya tu prójimo como a ti mismo".
Todo está fundamentado en amor. Amor por Dios. Amor por los demás. Estamos hechos para el amor. Sé que para ser feliz en la tierra y luego en el cielo solo hay una forma: aprender a amar . Es muy simple y al mismo tiempo muy complicado.
Jesús nos dijo que "hay más alegría en dar que en recibir" (Hechos 20, 35).
El amor es la clave. Mi habilidad para amar a Dios y tocar su amor. El camino de la felicidad comienza en mi corazón. El mandamiento está muy cerca de ti: en tu corazón y en tu boca. Mi felicidad se juega allí. Ama con todo tu corazón. Ama con toda tu alma... siempre con amor de Dios.
Jesús lo dice claramente: "Respondiste bien; haz esto y vivirás " . Pero.. "¿Y quién es mi prójimo?
¿Cuál es la medida de mi amor... el límite? ¿No quiero amar en exceso?. ¿No estoy dispuesto a amar sin medida?. ¿Un amor localizado, decidido, sin extremos?. ¿Un amor concreto que no me resta de mis comodidades?.
Lucas 10:30-35
Bajaba un hombre de Jerusalén a Jericó, y cayó en manos de unos ladrones. Le quitaron la ropa, lo golpearon y se fueron, dejándolo medio muerto. 31 Resulta que viajaba por el mismo camino un sacerdote quien, al verlo, se desvió y siguió de largo. 32 Así también llegó a aquel lugar un levita y, al verlo, se desvió y siguió de largo. 33 Pero un samaritano que iba de viaje llegó a donde estaba el hombre y, viéndolo, se compadeció de él. 34 Se acercó, le curó las heridas con vino y aceite, y se las vendó. Luego lo montó sobre su propia cabalgadura, lo llevó a un alojamiento y lo cuidó. 35 Al día siguiente, sacó dos monedas de plata y se las dio al dueño del alojamiento. “Cuídemelo —le dijo—, y lo que gaste usted de más, se lo pagaré cuando yo vuelva”.
La parábola del buen samaritano me habla de un hombre extranjero, que está en necesidad y le puede privar de tiempo, dinero, libertad y paz al que se pare a auxiliarlo.
Los tres vieron al hombre al costado del camino. Yo mismo soy el sacerdote, el levita, el samaritano. Los tres vieron al hombre herido. Yo también lo veo, pero en el sacerdote y el levita, el corazón no responde. Se fueron porque vieron solo con sus ojos, no con sus corazones. No estaban dispuestos a amar sin medida. Ese hombre no era su vecino. Él estaba fuera de límites. Actuaron solo con juicio y orgullo, no con la simplicidad de un hombre que mira a otro hombre que necesita ayuda.
Seguramente los dos tenían que hacer cosas importantes, tenían posiciones importantes. Debían realizar misiones buenas y sagradas. Su presencia era necesaria… Muchas veces actuamos de esa manera, no vemos lo que sucede a nuestro alrededor, porque estamos tan concentrados en lo nuestro, nuestros planes, nuestros compromisos… y no dejamos que la compasión cambie nuestros planes. ¡Nos parecemos tanto al levita y al sacerdote!
¡Qué difícil es cambiar nuestros proyectos cuando creemos que somos importantes! ¡Cuánto me cuesta parar frente a un evento inesperado! ¡Cuántas veces Dios está oculto en lo inesperado y no lo encuentro, no paro, paso y no veo su huella!
El levita y el sacerdote no han visto a Dios en un hombre herido. Hablaron de Dios, pero no le dieron el amor de Dios. ¡Cuántas veces hablo de Jesús, pero luego no soy Jesús en mi amor, en mi dedicación!
En cambio, el samaritano, se acercó e hizo más que lo menos que pudo hacer. Esto es conmovedor... No fue necesario hacer mucho, pero demostró más amor que muchos. Él no pidió ayuda, lo hizo él mismo. Él está involucrado. Está manchado con la sangre de las heridas. Está expuesto. Perdió su tiempo por amor. Él amaba con ternura. Él vendó sus heridas. Calmó su dolor y su herida... Es lo mismo que hizo Jesús en nuestras vidas: Nos sanó y nos perdonó.
Este es el amor que quiere Dios en nosotros, que dejemos de pensar siempre en nosotros primero y amemos a nuestro prójimo, ayudemos a nuestro prójimo, sin importar el tiempo que vamos a dedicar o lo que debamos invertir… sólo ayudarlo por amor... Amor sin condición y sin medidas.
Dios se conmueve por mi dolor. Mi tristeza, mi soledad, mi miedo, mi enfermedad, mi vacío, mi desilusión, mi pérdida... tocan su corazón. Mi vida toca su corazón y Él se mueve frente a mí y se acerca… Entonces porque no hacemos lo mismo por nuestro prójimo?