Voy a rendir un homenaje a una mujer luchadora y emprendedora que a pesar de las adversidades pudo salir airosa de una vida triste y gris.
Un relato de amor y terror.
Estimados lectores, lo dejo a su consideración.
Me lo contó mi madre, es la historia de su familia, de la vida de su abuelita Clara. Es después de muchos años me atrevo a mencionarlo, pues me inquieta narrar estos hechos. Durante la historia omitiré nombres, solo por si acaso.
Cualquier parecido con la realidad es pura coincidencia.
Fuente
Imagen tomada de Pixabay
Sentada bajo la mata de pumalaca evoco mi triste vida. Sí, vestigios tristes que aún quedan en mi poca memoria.
Se entrecruza pasado y presente, de repente siento que me ahogo y que me queda poco tiempo para perdonar. Perdón, jamás perdonare la vida que me tocó, ni a los que me hicieron daño.
Sé que valió la pena. Cuando veo a mis nietos a mí alrededor y oigo a mis lindas nietecitas, pidiéndome que les cuente un cuento con princesas, sapos y monstruos.
De repente ese pasado que quiero olvidar está aquí a mi lado. ¿Sera posible algún día olvidar?
En la distancia me parece oír la voz de mi nana, Toñita, gritando “Clarita, corre que te llama tú Padre”. Acaba de morir mi madre. Qué tristeza me embargaba. Nunca me hubiese imaginado que a una niña de once años le pudiese pasar algo tan terrible. Eso creía en ese entonces, pero dentro de muy poco iba a saber que si existen cosas mucho más terribles.
Creo que tenía once años en aquel entonces.
Solo once años cuando emprendí mi viaje a la locura. Un viaje sin príncipes ni sapos, pero con muchos monstruos.
Mi padre me dijo “arréglate y abrígate”. Me inquieto ante la idea de salir hoy a esta hora, y con tanto frío.
Saqué mi único vestido del escaparate y mis alpargatas. Me senté en el jergón y di una mirada al cuarto.
Me despedí de mis cuatro hermanitos y tres hermanitas. “Ya regreso, nos vemos más tarde”, les dije al salir, sin imaginar que tardaría mucho tiempo en volver a verlos.
Monté en el caballo con Padre, el único que quedaba. No quedaba nada en la hacienda, una ruina total. Cuando murió mi Madre se pudrió hasta la cosecha, y unos hombres se llevaron lo que quedaba.
Al pasar un rato Padre se desvió del camino al pueblo y enfiló hacia la montaña. El frío aire montañoso atacaba mi rostro sin piedad, mientras que la neblina bloqueaba la luz del sol casi en su totalidad, creando un ambiente tenebroso.
Como era solo una niña pequeña, apenas pude soportar aquel entorno aterrador durante el trayecto. Mi corazón palpitaba aceleradamente debido a los nervios que sentí en aquel momento. ¿Adónde me lleva Padre?
Llegamos a un claro en el bosque montañoso. En aquel lugar se encontraban muchos hombres jugando cartas.
Sé que se trata de un juego de apuestas, ya que Madre siempre lloraba por las noches por el juego de cartas de Padre. Él juraba todos los días que no iba a volver a jugar, pero al día siguiente volvía a salir con las cartas.
Padre se quitó su chaqueta y la puso para que me acostara. Me quedé dormida del cansancio. Cuando me desperté, Padre se acercó y me dijo “Te vas a ir con este señor”. Montó su caballo y se fue. En ningún momento volteó a verme. Se alejó para nunca más volver a mi vida.
Aún oigo por las noches el sonido de los cascos de su caballo cuando se alejaba y mis llantos. Ojalá se esté pudriendo en las pailas del infierno.
Lágrimas brotaban de mis ojos. El Señor me dijo que no llorara y que me portara como una mujercita, y después me montó en el lomo de su caballo. Nunca podré olvidar ese olor a rancio, a viejo, ron y tabaco.
Asco.
Un gallo cantaba cuando entré por primera vez a la Hacienda de los Fernández. En la entrada dos lindos chaguaramos daban la bienvenida a los bellos jardines. Se respiraban aires de grandeza.
A partir de este momento emprendería un viaje a la locura, donde mi alma quedaría atrapada entre cuatro paredes. No quiero recordar esos tristes años de mi vida.
Al entrar la cocina de la hacienda, todos se quedaron asombrados y voltearon a verme. El viejo indicó “Felicia, ponle comida a la niña”, y luego salió a grandes zancadas del lugar.
Me senté todavía titilando del frío. Saboreé un café dulcito y sabroso. Nadie se atrevía a preguntarme nada.
Al pasar aproximadamente una hora entró una mestiza que me dijo: “Vente conmigo”, y me llevó por un largo corredor. Me dejó en una habitación con un catre y un escaparate. “Espérame aquí que ya regreso”, me dijo.
Pasé horas esperando, y cuando la mestiza regresó venía acompañada de una señora muy linda, parecía un ángel. Me bañaron, vistieron y peinaron.
“Eres muy linda”, me dijo la señora. “¿Cuántos años tienes?”
“No lo sé”, le contesté. Ella me miró fijamente durante un momento. “Debes tener como doce años”, concluyó la mujer.
Hubo un pequeño silencio después de eso, hasta que la mujer me preguntó de nuevo “¿Ya mataste el chivo?”.
La miré un poco extrañada, pues no entendí del todo la pregunta. “No señora yo no he visto ningún chivo.”
Cuando dije eso las criadas se reían a mí alrededor. Todas salieron y me dejaron con Cecilia.
Cecilia era una mestiza que estaba a cargo de las aves; gallinas, pollos, gallos, periquitos y tucanes. También cuidaba de la Loreta, una cotorra que vivía en la hacienda.
Los días de luna Loreta se ponía histérica y gritaba “¡Cuidado, ahí viene el loco!”. Desde que llegué a aquel lugar siempre sentí curiosidad por esta frase.
Los días se hicieron meses viviendo en la Hacienda Fernández. Me pusieron a trabajar en la cocina bajo el cargo de Felicia y Cecilia. Un día la linda señora con la que hablé el día de mi llegada me llamó y me dijo con una voz seria:
“Siéntate, voy a hablar contigo”.
“Mi hijo Manuel te va a visitar en la noche. Pórtate como toda una mujercita y no llores”.
Transcurrió ese día y en la noche me dice Cecilia: “Quédate tranquilita en la noche. Pase lo que pase no llores, ya que al amito Manuel no le gusta que lloren”.
Cerca de las siete de la noche sentí que abrieron la puerta del cuarto. Lo vi por primera vez y desde ese día lo odiaré hasta el día de mi muerte.
Era joven, alto, con unos ojos verdosos, con una mirada extraviada. Se quedó parado viéndome, pero como si no me viera. Al rato, se abalanzó sobre mí y me empujó en la cama. Me destrozó el vestido, el cuerpo y el alma. Sentí que el mundo se hundía, y yo con él.
Lloré como nunca lo había hecho en mi vida, lo que lo puso furioso y me golpeó hasta el cansancio. Me desmayé. Cuando abrí los ojos ya no estaba. A lo lejos cantaba un gallo.
Cecilia y Felicia entraron, y me miraron fijamente sin decir palabras. Recogieron los restos de mi vestido y lavaron mis lágrimas.
Pasé días sin poder caminar, y sin comer. Pasaba la noche aterrada esperando que se abriera la puerta.
Una tarde cuando recolectábamos café, Cecilia me contó la historia de la familia Fernández. El amito Manuel es un loco furioso como su abuelo Fernando. El amo, gracias a Dios, no heredó la tara.
“Si no sacan del cuarto al amito Manuel te hubiese matado. Se pone furioso cuando las niñas lloran.”
“La mayor parte del tiempo lo tienen encerrado. Cuando la luna está llena se pone peor. Lo mantienen amarrado en el cuarto de atrás. Sus gritos se oyen hasta en la lejanía.” Cecilia me contó todo esto como si estuviese contando una historia de miedo, pero lo que lo hacía más terrorífico era que lo más probable es que fuera cierto.
“Prepárate que aún viene lo peor, lo más seguro estas preñada”. Me dijo ella, su voz llevando un tono de pena por mí.
“¿Qué es eso? ¿Me voy a morir? Quiero ver a mis hermanitos y hablar con mi padre.”
“No seas loca” me dijo ella. “Tu padre te perdió en el juego de cartas. No costaste ni un centavo. Además, ¿tú sabes de dónde eres?”
Antes de que pudiera responderle, de gritarle lo que pensaba y de desahogar las emociones que se habían acumulado en mi pecho, Cecilia me dijo de modo cortante: “No, tranquilízate. Luego hablamos, ahí viene el capataz”.
A los pocos meses comenzó a crecerme la pancita. Para mí fue como una bendición, pues desde ese momento el loco no visito mi cuarto.
Decían que habían traído a otras niñas con las cual se divertía todas las noches.
Dormía aterrada oyendo los gritos del otro lado del patio. Todavía oigo en las noches esos gritos.
Cuando nació el bebé me lo quitaron de mis brazos y se lo llevaron. No lo volví a ver. A los pocos días apareció el loco de nuevo en mi cuarto. Pensé ‘Oh, no otra vez’.
Esta vez no lloré, y le pedí a Dios que me creciera la pancita.
Nunca supe qué hacían con los bebes, y no me atrevía preguntarle a Cecilia. Una noche de luna nos escapamos Cecilia y yo para averiguar qué era lo que pasaba en el cuartico.
La noche estaba hermosa. Caminamos hacia los corrales cuando de repente comenzaron los gritos. Al asomarnos por la pequeña ventana nos quedamos frías del terror al ver al animal.
Pues ciertamente era un animal. Estaba en cuatro patas, la baba se salía por su boca, y tenía los ojos desorbitados. Estaba completamente sucio e incluso desde afuera se sentía la hediondez. Lo tenían amarrado con cadenas.
En ese momento tomé mi decisión. Tenía que huir. Tenía que escapar lejos donde esa familia de locos para no me encontraran jamás.
Los días de julio se hicieron calurosos y las noches muy frías.
Recuerdo que fue en estos días cuando llegó un capataz de una finca cercana a llevar forraje para los caballos. Cuando lo vi me ruboricé toda.
Al salir de la cocina se me acercó y me dijo “Tú te vas conmigo. Espérame que voy a regresar por ti”. Cecilia lo echó de la cocina y me advirtió que tenga cuidado, que el patrón no me dejaría escapar.
Desde ese día me quedé esperando. Contaba los días. Me sentaba en las tardes a la orilla del camino esperando verlo llegar.
Aunque se tratase un completo desconocido. ¿Qué podía ser peor que quedarme atrapada allí?
Cecilia insistía que no podía irme. Que no llegaría muy lejos. “Estás loca, Clarita, te van a matar”.
Otra tragedia aconteció la noche de mi partida. El capataz apareció en ese preciso momento y empezó a disparar.
Cecilia, quien estaba en el sitio despidiéndose de mi fue herida letalmente de una bala. Corrí llorando y me subí al caballo sin mirar atrás. Desde ese momento vivimos en zozobra, esperando que nos encontraran. El muchacho y yo éramos prófugos de la justicia Fernández. Más adelante me enteré de que su nombre era Rafael.
Llegamos a Carupano un mes después de emprender la huida. Llegamos sin nada, con una mano adelante y otra detrás.
A los nueve meses nació Santos.
Un compadre de Rafael encontró a mi familia. Bueno, lo poco que quedaba de mi familia. De mis 9 hermanos y hermanas solo quedaban 5. Padre había muerto. De mis cuatro hermanos varones solo quedaba Pedro, y cuatro hermanitas; Carmen, Aurora, Atanasia y Elena.
Cinco bocas más que alimentar, me decía todos los días Rafael.
Rafael era mujeriego. Cada vez que yo paría un muchacho, al otro lado del pueblo nacía otro.
Un caluroso día de Agosto los Fernández mataron a Rafael. Sobreviví porque estaba amamantando a María de Los Ángeles, y los emisarios me dijeron que huyera.
Escape a una población conocida como Casanay con mis hijos y mis hermanos. Pasé horas en la plaza del pueblo sin tener adonde ir.
Luego de un tiempo me dirigí hacia Irapa. Casi dos meses duró el viaje.
Me establecí en ese lindo pueblo del estado Sucre. Trabajaba de día y de noche. Lavaba, planchaba, y cosía. Yo sola me las arreglé para levantar a mis hermanos y a mis siete muchachitos.
Hace muchos años me enteré que el loco había escapado. Vivía aterrada imaginando que lo volvería a ver.
Gracias a Dios no fue así pues murió de malaria. Ese es otro que está en las pailas del infierno junto a mi Padre.
“Despierta abuelita Clarita, te traje unas lindas flores que corté en el jardín. Son tus preferidas.”
Me levanto poco a poco, pidiéndole permiso a un pié para mover el otro. Siento sus manitas tibiecitas junto a la mía y sé que valió la pena arriesgarme.
“Que ocurrencias tienes Berta, cuando yo tenía tu edad también creía que el cielo se podía alcanzar con las manos”.
Con solo diez años, u once, no lo recuerdo bien, solo sé que emprendí un viaje a la locura…
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Oh Dios, pero que historia tan buena eh! Me ha gustado, lo mejor es que es diferente a las demás cada una es única, no sabes lo emocionado que estoy cada vez que leo una entrada, es una experiencia nueva para mi leer cada una de sus creaciones.
Mis felicitaciones y suerte en este concurso.
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Gracias @roadstories. Un abrazo.
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🎉🎉¡¡Tu post ha sido compartido a nuestros 900 seguidores!!🎉🎉
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Muy bueno @mafalda2018 sumergida en la historia que parece tan real de una época muy dura para sobrevivir.
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Enhorabuena!! Por un momento, por tu forma de escribir en primera persona, pensé que era una historia personal. Que triste historia!! me alegro que no te haya sucedido. Si embargo, este horror sucede por todo el mundo. Un abrazo 🤗
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@mafalda2018 que bueno. Felicitaciones no había pasado por aquí que emoción. ¡Que alegría!
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