«¡Cuán grande es Tu bondad!» Salmo 31:19
¡Cuánto hay de bueno en nuestra vida! Amigos, familia, salud, felicidad, vivienda, comida en la mesa, oportunidades de gozar de la música, las artes plásticas y la literatura. La Biblia enseña que Dios es el origen de esas bendiciones. «Es don de Dios que todo hombre coma y beba, y goce el bien de toda su labor». «Todo lo que es bueno y perfecto desciende a nosotros de parte de Dios nuestro Padre, quien creó todas las luces de los cielos».
Por maravillosos que sean, esos dones no son sino una pequeña ilustración del amor de Dios. En el ajetreo de la vida cotidiana es fácil pasar por alto la manifestación más sublime de la bondad divina: el obsequio que nos hizo en la persona de Su Hijo Jesucristo. «De tal manera amó Dios al mundo, que ha dado a Su Hijo unigénito, para que todo aquel que en Él cree, no se pierda, mas tenga vida eterna».
Cabe afirmar que Jesús es la bondad de Dios hecha carne. Y ese obsequio deriva en otro: «La dádiva de Dios es vida eterna en Cristo Jesús Señor nuestro».
Dios no tenía por qué enviar a Su Hijo; y Jesús no estaba obligado a entregar Su vida por nosotros. Sin embargo, lo hizo, y gracias a ello podemos obtener el perdón de nuestros pecados y adquirir la certeza de una eternidad en la amorosa presencia de Dios. Sin el sacrificio de Jesús, sin Su sufrimiento en la cruz, sin Su muerte, sin Su resurrección y triunfo sobre el sepulcro, no contaríamos con la promesa de vida eterna.
El presente ejercicio consiste en tomarse unos minutos para agradecerle a Dios el don de la salvación. Agradécele que enviara a Jesús a morir en tu lugar. Dale gracias por los dones del perdón y la redención. Hazlo con tus propias palabras o, si prefieres, con la siguiente oración:
«Te agradezco, mi Dios, que enviaras a Tu Hijo Jesús para que asumiera el castigo que me correspondía recibir a mí por todos mis errores y pecados. Te ruego que mantengas mi corazón, mis pensamientos y mi vida siempre abiertos a Ti, para que nunca olvide Tu bondad».
Dulce Jesús mío,
dulce Redentor,
si pudiera amarte
con Tu mismo amor,
como Tú me quieres
te quisiera yo.
Restituto del Valle Ruiz (1865–1930)
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