unos metros de su país.
“Cada día las condiciones en Venezuela empeoran. Una mañana mi esposo me dijo ‘nos tenemos que ir porque esto no da más’, y con lo que teníamos ahorrado compramos un pasaje para Cúcuta”, relata Gabriela.
Al llegar a Colombia se sentaron en la acera cerca del boulevard. Lo peor, pensaban, ya había pasado. Atravesar toda Venezuela por carretera les tomó días. Imaginaban que llegar al país vecino sería sinónimo de ser acogidos y que existiría ayuda para ellos, pero no fue así. “Toca echarle pichón (hay que hacerlo)”, se dijeron. A partir de entonces durmieron en el suelo y con los días y la ayuda de los lugareños empezaron a vender café.