El enigma de Baphomet (138). Martín llega a Benavente.

in spainsh •  7 years ago 

Tenía a Gelvira cerca, a diez o quince leguas, y ya no quise correr riesgos. No me quedó más remedio que pagar el peaje. No obstante, me quedé con la cara de los infanzones y del fraile. A los otros dos se las tapaban las celadas. Quizás, más adelante, podía verme a solas con alguno de ellos. Para cerciorarme y grabarme sus semblantes, me entretuve en preguntarles, simulando camaradería, por una posada cercana, porque estaba molido. Aquella tarde me dolían todos los huesos. También les pregunté si en Benavente había guarnicionería para comprar una montura para ensillar a Blanco y riendas con freno.
Antes de llegar a la posada compré los aparejos pero no se los puse todavía, solamente se los cargué encima de cualquier manera antes de desechar el cabestro y los ramales tan incómodos.
.

Captura de pantalla 2018-02-02 a las 10.26.23.png

En las afueras de la villa, al lado del río, contraté una cama en una posada del tiempo de los romanos con una inscripción en la losa de la entrada muy semejante a la que me cubría al salir de Jerez con un nombre de una mujer muerta. Sin duda, había sido la tapa de una tumba. Me entretuve en leerla antes de contratar la cama. Me dolía la cabeza mientras intentaba descifrar la leyenda: “DIIS MANIBUS... SABINA HO...ORATA” y unos números que ya no se leían porque estaban machacados. Cené una sopa y media trucha; y caí redondo hasta el día siguiente con el sol en lo alto a media mañana.
.

Captura de pantalla 2018-01-25 a las 19.31.38.png

Me despertó la mesonera asustada. Me decía que es que no rebullía. ¿A ver si estaba muerto? —se preguntaba—. Desde hacía horas me tenía preparado un buen cuenco de leche.
Me decía:
—Tiene que esperar un poco, porque los dulces han de estar en su punto al sacarlos del horno, si no, no están tan buenos.
Hacía mucho tiempo que no comía unos dulces tan ricos.
—De qué están hechos —le pregunté.
—De almendras bien picadinas mezcladas con azúcar, y después se revuelve todo con harina y huevos y... hala... al horno con ellos. Que se queden bien dorados poco a poco sin dejar que se quemen.
—Pues parece usted muy buena cocinera. ¿Los ha inventado usted? —le dije por hacerle de su oficio algo agradable.
—¡Ay, hijo! Si te digo quién me los enseñó a hacer no te lo vas a creer. Porque las sopas y las truchas y todo eso, ya mi abuela me lo enseñaba de niña, pero los dulces... Pero... si antes, aquí, no había ni almendras ni azúcar. Y ahora, porque lo traen los arrieros, que en estas huertas no se crían. Pues me los enseñó a hacer un moro, date cuenta, para el día de su bautizo, que se cambió el nombre y se puso Fernando. Ya ves qué cosas. Salen tan ricos que todas las vecinas vienen a preguntarme y ya los están copiando para las fiestas.
Cuando vio que le daba conversación y confianza, y que la escuchaba atentamente, se atrevió a preguntarme:
—¡Ay hijo! ¿Y esa herida en la cara? ¿Quién te la hizo?
Yo dudé un momento, pero me salió de dentro contestarle:
—Fue en la guerra. Bueno, fue un moro como el suyo, pero que perseguía cristianos en Asia y yo los defendía.
—¡Por Dios! ¡Entonces, tú eres templario, coña!
—No, señora mía. Luché con los templarios pero yo no soy templario. Me puse nervioso al decirle esto y por un momento me arrepentí de haberle dado confianza.
—¡Ay por Dios...! ¡Qué lastima! ¡Un hombrachón como tú...! ¡Tan guapo...! ¡Y con esa herida en la cara! ¡Me cagüen la madre que los parió!
En los gestos y en las maneras, aquella mesonera me recordaba a mi madre.
Después de pagarle las monedas, salí al río a recoger a Blanco, que lo tenía atado a un árbol. Antes le dije al despedirla:
—Aunque no soy templario es mejor que no diga a nadie que me ha conocido.
—Claro, hijo, claro. Te entiendo, te entiendo. Palabra de benaventana, que no diré ni esta boca es mía. Mucho lloré cuando vi llevarlos a la hoguera. ¡Pobres hombres! Toma.
Me devolvió las monedas diciendo:
—No te cobro nada. Que buena falta te hará de ahora en adelante. Marcha con Dios, hijo.
Cuando me despedía, se entrecortó la respiración como si hubiera querido decirme algo y se hubiera arrepentido en el último momento. Para volver atrás, se me ocurrió decirle:
—Algún familiar suyo ha sido templario. Seguro.
—No, hijo, no. Pero el año pasado por estas fechas vivimos aquí un horror, que no quiero ni recordarlo. Es que la gente es muy mala. Lo que fueron los templarios... y en lo que han quedado. Es que ya no se ve ni uno. Yo creo que los han matado a todos.
—¿Qué pasó?
—¡Ay, hijo! No quiero ni recordarlo porque se me pone la carne de gallina. Venía una tropa de ellos galopando, y nosotros creíamos que era como siempre cuando pasaban a la guerra, con sus capas, guapotes todos, en formaciones con la bandera en alto. Pero, ¡qué va...! Venían persiguiéndolos y uno de los que los perseguían era de aquí del pueblo, que todos lo conocemos, y se unió a los guardias del rey para matar templarios. Nada le habían hecho, pero él siempre tenía en la boca lo mismo: “Me cagüen los templarios”. Pero nadie quiere hablar de eso.
—¿Por qué? ¡Cuénteme!

Authors get paid when people like you upvote their post.
If you enjoyed what you read here, create your account today and start earning FREE STEEM!
Sort Order:  

Beautiful post.

Gracias

¡Sí! Por favor, señora. Cuéntenos los horrores de la guerra.

Ya se están preparando. Mañana seguirá.