En Silos se hace camino sobre la marsteemCreated with Sketch.

in spanish-castellano •  6 years ago 

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El pasado verano, mientras me hallaba vagamundeando por esos pueblos mesetarios, en cuyos sedientos campos el labrador todavía agradece la complaciente vecindad del botijo y hasta la providencial sombra que le proporciona su propia boina calada hasta las cejas, quiso la damisela Providencia –no confundir, por favor, con aquélla otra de Rhode Island, donde el prolífico navegante de las polinesias interiores que fue H.P. Lovecraft, quisiera situar numerosos de sus terroríficos relatos- que siendo hora en la que incluso el ángelus siente cómo su estómago cruje, convirtiéndose el aire de sus intestinos en un inclemente lamento de lobo, decidiera detener mi festiva intermediación entre el mundo rural y mi interesada circunstancia y haciendo caso –que no omiso, ya les prevengo- de los sabios consejos de Maese Rabelais, decidiera dar rienda suelta a esa sabia obligación que es siempre el comer, deteniéndome en fonda –que a pesar de todo, mi España querida sigue siendo también el país de Don Quijote y Sancho- cuyo vino –lo supe a poco se me ofreció la carta- habría de resultar, sin dejarse llevar por el pecado del exceso, de los que ‘hacen siempre buen latín’.
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Satisfechas, pues, con una sabrosa sopa castellana y unos huevos con morcilla de Burgos esas bestias impías a las que yo denomino como ganas de comer y otros, quizás más finos a la hora de echar mano del diccionario, apetito decidí poner en práctica ese buen latín proporcionado por una medida de vino que nunca tuvo intención –ego me absolvo- de rebosar la copa, y poniendo en práctica, además, el verbo ‘andorum’ –que cada día parece venir más a menos, como la lengua muerta de la que procede- me dejé llevar por la gracia de un paseo por los alrededores del lugar.
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Silos, como ya habrán imaginado por el título, aunque haya obviado el nombre de Santo Domingo que le precede, es, además de un pueblo de arcanas raíces, un baluarte donde se hizo fuerte el ‘cristiano viejo’: aquél, por cuyas cepas sanguinas y metafóricas corre un vino que nada tiene de musulmán o de judío, aunque en los oscuros siglos de su nacimiento, el campo sobre el que se levanta fuera abono de viñedos de mil y una variedad de uva. Pero Silos, o mejor si lo prefieren, Santo Domingo de Silos, es un referente, sobre todo si es usted, estimado y espero que no sufrido lector, un amante de ese arte, al que incluso hoy, en algunas guías que siguen el ejemplo de ese modelo de estrellas inventado por Michelín para premiar la calidad de los restaurantes, se califica también por su excelencia: el románico.
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Tal vez no lo hayan intuido, pero el pueblo no surgió como tal, sino más bien como un interesado arrimado a la vera de un monasterio donde se seguía la sagrada regla del ‘ora et labora’; es decir, el imperativo de reza y curra, que se viene manteniendo hasta el día de hoy, donde resulta necesario, a raíz de ese vínculo diabólico entre patronales y sindicatos –les aseguro que no existe en él, ni un ápice del romanticismo interpuesto por Goethe, como intermediario entre el pacto firmado por Fausto y Mefistófeles- donde hasta el más acérrimo partidario de las enmiendas a la Internacional de don Carlos Marx tiene que acudir alguna vez en su vida al poder de la oración, para que su frente pueda seguir manteniendo el privilegio de ser yunta para el arado, tomando por Constitución el único derecho, que no controla ni siquiera el Gobierno, por mucho que se llene la boca al respecto: que no falte.
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Este monasterio –me permitirán, que dejando aparte ya la cuestión del ‘ora et labora’ para Rapel y su bolita de cristal, capaz, según dice, que predecir el futuro, aunque sólo hay que fijarse en Steemit para saber lo negro que se presenta- a cuya vera el pueblo fue creciendo –sobre todo, a partir del siglo X, cuando Almanzor perdió el atambor o su buena estrella y dejó de arrasarlo campaña sí campaña también, falleciendo camino de Medinaceli- todavía conserva, en su claustro original, ese estilo escultórico tan particular, al que los amantes del arte románico –o en su defecto, a los que se supone que entienden del mismo más que el resto- califican de ‘estilo silense’, habiéndose constatado –siquiera sea por la verbigracia del parecido razonable- que de aquí se extendieron por numerosos lugares de la Península, los talleres que fueron dejando su huella a lo largo de unos caminos, que después de todo, servían lo mismo que aquellos otros que tomaba el romero para ir a Roma: llevaban al peregrino a Santiago de Compostela.
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Dejemos a un lado, no obstante, ‘los monstruos ridículos’ de la escultura silense, como los hubiera calificado aquél ‘trueno vestido de Nazareno’, que fue San Bernardo de Claraval, abad de Citeaux y padrino de la Orden del Temple y abriendo el libro de Poemas de Antonio Machado, acerquémonos hasta la pequeña acequia, situada enfrente del monasterio, en las aguas de cuyo pacífico arroyuelo no verán nunca a esos atrevidos surferos australianos que vienen con sus tablas a tomar la ola izquierda a las costas vizcaínas de Mundaka, aunque sí verán, posiblemente, a esas velas henchidas de olvido y viento, que son las hojas que se desprenden de las ramas de los álamos, de igual manera que las lágrimas que caen de los ojos de la Piedad y se deslizan enfáticamente por unas mejillas encendidas de dolor.
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Busquen, en el libro de Machado, aquél inolvidable poema que se titula ‘se hace camino al andar’ y cuando vean en el interior del arroyuelo esas botas de peregrino, igual llegan a la conclusión, como llegó el poeta, dirigiéndose a los caminantes, de que ‘no hay camino, sino estelas en la mar’.
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Aunque si desean ir todavía más allá, como hice yo durante aquél memorable paseo, tal vez encuentren otra respuesta en las páginas cercanas y piensen, al ver las hermosas florecillas que sobresalen de aquél lugar donde antaño quedaron holgadamente protegidos los talones de Aquiles de las flechas del camino, en aquél ‘marinero que hizo un jardín junto al mar...y se metió a jardinero’.
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AVISO: Tanto el texto, como las fotografías que lo acompañan, son de mi exclusiva propiedad intelectual, si bien las referencias al ‘camino’ y al ‘marinero que hizo un jardín junto al mar’, pertenecen a la obra de Antonio Machado.

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[Martial, latin poet]

Ars vtinam more Animvm qve effingere. Posses pulchrior in ter. Ris nvlla tabella foret.
Arte Ojala pudieras representar. el carácter y el espíritu. No habría sobre la tierra. Imagen más bella

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