Capítulo 4 | La metamorfosis de Kay

in spanish •  7 years ago 

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—¡Aterrizaje perfecto! —gritó Stella.

Aún no abría los ojos, pero sabía que no estaba muerta.
Los fuertes brazos de Drake me sostuvieron de romperme los huesos en el duro asfalto, recostándome en el sube y baja de su pecho. El aroma de su perfume calaba en mis fosas nasales, mientras aspiraba hasta la última esencia que brotaba de su cuerpo.
Dios mío, me convertí en un perro olfatorio el tiempo que estuve con él.
Lo bueno era que estaba viva y eso era un avance en mi historial de prófuga.
Abrí los ojos cuando Drake me colocó sobre mis pies y fijó la mirada en esos ojos que no dejaron de mirarlo los minutos. Podía perderme sin buscarlo en ese verde tan claro de su mirada, temiendo de mis sensaciones al ser el hermano de mi futuro esposo. No podía siquiera mirarlo como lo hacía o terminaría donde no debía; podía asegurarlo.
Stella colocó una mano sobre mi hombro, me giró y encaró.
—Estoy impresionada.
—También yo —articulé al colocar el cabello tras mi oreja—. Creí que moriría.
—Pues déjame decirte que sigues viva, amiga.
Giré de nuevo hacia Drake y le agradecí por sostenerme.
—Gracias, por todo.
—Cuando quieras —respondió con un ligero movimiento de manos.
Miramos en todas las direcciones y notamos lo desolada que se encontraba la calle.
La mansión reposaba en la cúspide de una colina, alzada sobre el resto del pueblo, siendo lo bastante alta para observar toda la ciudad. Miles de antiguos edificios y el puente principal de la ciudad, se ensalzaba por encima de nuestras cabezas.
Como tres prófugos, bajamos corriendo hasta la avenida principal, sin detenernos a aspirar un poco de oxígeno o atar las trenzas de los zapatos. La ciudad no estaba lejos de nuestra posición inicial, pero la fatiga nos atrapó en pleno descenso.
—¿Por qué no tomamos un taxi? —preguntó Drake con las manos en las rodillas.
—La pregunta real es a dónde vamos —farfullé—. Tengo hambre.
—Yo igual —contestó Stella—. Vayamos a una cafetería a desayunar.
Drake asintió ante el plan de desayuno, por lo que, con rapidez, subimos a un taxi que nos condujo al centro comercial más grande de Londres. Recorrí las vibrantes calles de la ciudad, mientras una estruendosa música resonaba en los parlantes del auto.
Observé como la vida se enaltecía en cada transeúnte que caminaba a paso apresurado por las atestadas calles de la ciudad. Noté lo mucho que extrañaba banalidades como esas, siendo algo más que tacharía de mis pendientes. Antes de llegar al centro comercial, nos detuvimos en un par de semáforos mientras escuchábamos el ruido de los policías, las ambulancias o los vendedores ambulantes.
Una vida como esa era la que Kay buscaba cuando era una niña. La adulta solo buscaba perderse entre la multitud, no ser reconocida o sentenciada a muerte.
Cuando el taxi se detuvo en la entrada principal del centro comercial, Drake salió y abrió la puerta para las chicas. Era todo un caballero, y nunca me cansaría de comentarlo una y otra vez. Y no solo era caballero porque habría las puertas, sino por todo lo que hizo por mí, aun sin saberlo. Cuando la abertura en la puerta me recordó lo que estábamos haciendo, sujeté el brazo de Stella y la aprisioné dentro del auto.
—¿Qué ocurre? —preguntó.
—Hay demasiadas personas, Stella. Me reconocerán.
Mi ingeniosa amiga abrió uno de los compartimientos de su mochila y extrajo un par de gafas oscuras, con bordados dorados que atraían los rayos del sol. Podía ver mi miedo reflejado en el cristal, al tiempo que Stella lo tendió ante mí y esperó que mis sudadas manos lo sujetaran cómo una máscara veneciana en un baile de mentiras.
—Esto lo solucionará —articuló.
—Sé que sueno paranoica, pero no quiero arruinarlo.
—No te preocupes —finiquitó con una sonrisa.
Con las gafas ocultando parte de mi identidad, emergí del auto. Por un segundo me sentí turista explorando mis tierras; una simple desconocida entre tanta vida. Hacía tanto que no salía de la mansión, que no noté lo mucho que todo cambió. Con Drake como nuestro guardaespaldas, subimos las escaleras mecánicas hasta el onceavo piso, donde se encontraba una pizzería abierta las veinticuatro horas, o eso decía el cartel.
Cuando entramos, se encontraba un poco llena y las personas sacaban un número de una enorme pantalla, que al presionar el pedido, te entregaba un ticket. Al pisar la pizzería, algunas personas nos miraron, pero no pasó de eso; simples miradas curiosas por los nuevos ingresos. Lo que menos necesitaba en ese momento era ser reconocida, así que mientras menos me estudiaran, mejor sería para mí.
Nos detuvimos de últimos en la extensa fila y observé cómo las chicas miraban a Drake de una forma poco disimulada. El muy desgraciado era un imán de mujeres, aunque parecía no notarlo. Todas las miradas se concentraban en su masa de músculos y los enormes ojos de gato. Casi babeaban sobre su pizza por él, mientras Drake miraba en todas las direcciones al mismo tiempo, sin detenerse en nadie o siquiera notar como las mujeres extraían sus espejos de los bolsos para arreglarse el cabello.
—¿Que desea la princesa? —preguntó Drake al acercarnos a la barra.
—Lo que sea. Lo importante es quitarme este frenesí.
Él me entregó una de sus sempiternas sonrisas y ordenó una pizza grande con tres sodas. Los múltiples empleados se dividían las tareas; uno sujetaba el papel del pedido y lo entregaba a otro de ellos. El oscuro muchacho se perdió tras una pared de colores que separaba la cocina del mostrador y surgió un par de unos minutos después con la orden.
Buscamos la mesa más retirada existente y nos sentamos unos frente a otros. La bandeja contenía tres platos de plástico, junto a sus respectivos cubiertos y servilletas.
Saqué uno de los platos de plástico y, con la ayuda de una servilleta, retiré un trozo de pizza del círculo principal, reposándolo en la escudilla. Con la ayuda del tenedor y el pequeño cuchillo, corté una porción de la humeante pizza. Al pinchar un trozo con el tenedor e insertarlo en mi boca, los sabores explotaron en mis papilas gustativas como fuegos artificiales un cuatro de julio. Fue magnífico sentir el queso derretirse, el espesor de la salsa, el sabor de los champiñones y la textura de la masa.
—¿Qué estás haciendo?
Abrí los ojos de pronto, notando como Stella me miraba. Para ella era como si un chimpancé estuviera bailando con un tutu en un zoológico. No entendía por qué ambas personas me observaban de una forma graciosa desde su lado de la mesa.
Bajé la mirada al plato y noté cómo era la única que tenía cubiertos en sus manos y una servilleta en sus piernas. El resto comía normal; o lo normal que era comer una pizza en un centro comercial a la vista pública. La única elegante y con modales era yo.
Toda mi vida estudié en casa, recité en el salón oval, aprendí a nadar en la piscina del jardín. Vi el mundo a través de la ventana, descubriendo que existía mucho más que el cristal de la mansión. La última vez que salí, siete años atrás, Stella estaba conmigo. Éramos niñas que no sabían cómo comer de forma coloquial. Nos educaron para ser princesas, en todos los sentidos. Quizá Stella cambió sus modales, pero yo seguía siendo la mujer de porcelana que no tocaba la comida. Tantos años después, ella encajaba en ese mundo del que fui privada, convirtiéndome en el extraterrestre.
No sabía cómo debía comportarse una adolescente normal en un centro comercial o cómo debía comer y pasear por una plaza local. Necesitaba que ellos me instruyeran; requería que me mostraran que el mundo podía ser más grande que una fotografía.
Estaba cansada de las fachadas de niña recatada.
—¿Qué hago para comerla? —pregunté.
Stella inició la lección al sujetar el trozo de pizza con los dedos, sin importarle la cantidad de gérmenes que tenía esparciéndose en sus manos. Creó una especie de canoa con la pizza y mordió la parte más puntiaguda del trozo.
—Así —finiquitó al masticar el pan con sus maxilares.
Traté de imitarla, pero la grasa que expedía la masa se adhería a mis dedos, sin mencionar la calidez o la cantidad de bacterias que teníamos en las manos. Era antigénico en todos los aspectos, pero quería encajar como ellos. Sujetándolo como me enseñó, le di un pequeño mordisco a la parte puntiaguda. Fue liberador no utilizar cubiertos por una vez en la vida, aun cuando volví a la época prehistórica.
Los chef de la mansión hacían pizza una vez al año si mi madre lo ordenaba, y la comíamos con cubiertos. Por eso era una rareza fuera de la zona de confort.
—¿No habías comido pizza antes? —preguntó Drake.
—Sí, pero con elegancia.
Sonaba algo loca al decirlo en voz alta, aún más, al considerar que la mayoría de las personas no lo hacían como nosotras. Quizá debían estudiar mi cerebro al morir.
—Entonces nunca has comido una verdadera pizza —confirmó él.
Stella masticaba un trozo de pizza cuando el teléfono de Drake sonó, lo obligó a limpiar sus manos en una servilleta y atender la llamada. Él se disculpó y alejó de la mesa, dándole gran importancia a esa llamada recibida. Nosotras observamos la escena pero la ignoramos por completo; nos limitamos a comer un poco más de pizza.
—¿Cuándo me contarás de tu viaje? —inquirí.
Stella bebió un poco de soda y tragó el bocado en su boca.
—Esta noche. Me iré pasado mañana.
Sus palabras me detuvieron, sobre todo, por el tono tan ligero que adoptó al decirlo. Stella acababa de llegar de nuevo en mi vida como para alejarse tan pronto.
—¿Cómo que te vas?
—Solo vine a tu boda, Kay.
—Pero no quiero que te vayas —mascullé al apartar la pizza de mis manos.
—Las mejores cosas de la vida son efímeras —articuló como toda una experta en despedidas—. Ahora come. Tenemos muchas cosas que hacer.
Stella cambió de tema en un pestañeo y regresó su atención a la pizza; al parecer era más importante. Tragué las palabras en mi boca y me lancé a la segunda rebana. Poco tiempo después, Drake regresó a la mesa, pero algo en su semblante cambió.
—¿Qué ocurre? —inquirí al pensar lo peor—. ¿Nos descubrieron?
—No, es otro asunto. No importa.
Guardó el teléfono y continuó su pizza.
Algo malo ocurrió con esa llamada y Drake no quería decirlo. Incluso pensé que si lo forzaba un poco me diría que ocurría, pero no lo conocía lo suficiente para atacarlo a preguntas personales. Quizá, si era el destino, él mismo me contaría.
—¿A dónde vamos ahora? —preguntó él.
—Bueno —contestó Stella con rapidez, poco tiempo después de limpiar los bordes de sus labios con la servilleta—. Tú pagaste la pizza, así que yo invito el postre.
Cuando ordenamos, Stella sacó el dinero para cancelar el pedido, pero Drake no permitió que pagara. Era todo un caballero, con las letras bien puestas. Él comentó que mientas estuviera con nosotras, no permitiría que gastáramos nuestro dinero. ¿Qué podía decirles? Me encantaba ese hombre, aun cuando era prohibido.
Me embargaba esos tiempos juntos, pero ninguno conocía nada de la ciudad, siendo unos simpes turistas que debían preguntar hasta el más mínimo detalle para llegar a una tienda de antigüedades o una simple heladería. Éramos turistas en nuestras tierras.
Al terminar, limpiamos la bandeja e ingerimos el resto de las sodas. En ningún momento retiré las gafas de mis ojos, pero sí noté como algunas personas se observaban o cuchicheaban sobre la chica rara que no permitía que le vieran los ojos. Me llegué a sentir un poco fuera de confort, pero no era ni más ni menos que ellos.
Stella se apoyó en mi hombro y comentó:
—Vayamos de compras. ¡Estamos en un centro comercial!
Entramos a una tienda elegante; esas donde las luces se atenúan al cambio de horas, los maniquíes son fabricados con materiales antialérgicos, los empleados visten de vestido y corbatas, y te permiten probarte la ropa cuantas veces quieras.
Drake fue a la sección de caballeros y nosotras corrimos a la sección de zapatos. Unos tacones Gucci negros, eran la mayor tentación de la tienda. Lo fino del tacón, el adorno frontal y la elegancia que aportaría a su dueña, era magnífico.
Stella comentó que pidiera mi talla, a lo cual me rehusé. Mo permitiría que me comprara esos carísimos zapatos, aun cuando su rostro de pitbull me intimidaba. Esas lámparas avellanas me doblegaban y recordaban hermosos momentos juntas.
—Lucirías hermosa, Kay —agregó—. Considéralo mi regalo de bodas.
—Me obsequiaste el vestido con el que me casaré. Stella, ese regalo supera la cantidad magnánima que puedo aceptarte. —Crucé los brazos—. Es suficiente.
Suspiró una bocanada de aire, sujetó mi muñeca y me condujo a las sillas de espera. Inspiró profundo, canalizó las palabras que soltaría en unos segundos y susurró:
—Kay, no sé cuándo volveré —soltó casi inaudible—.Quiero llevarme la mejor imagen de ti. Quiero recordarte como la niña que me regaló su abrigo el día que nos conocimos bajo la lluvia. Quiero que vuelvas a ser esa pequeña niña que me obligó a subir a un caballo y casi quebrarme todos los huesos del cuerpo.
Se formó un nudo en mi garganta, remontándome a esos años cuando solo nos preocupábamos por las banalidades de esa edad. Ojalá hubiésemos vuelto a esos años, cuando nos tendíamos en el jardín a buscar figuras en las nubes o contar las luciérnagas en las noches que nos escapábamos de la cama y corríamos al exterior.
Yo también quería recordar a esa niña, pero el peso del anillo en mi dedo anular me concentraba a un solo lugar. Quería volar con ella, pero mis alas fueron quebradas.
—¿Por qué no volverás? —Tuve miedo al instante que las palabras salieron de mi boca, pero siempre me dijeron que el miedo es un impedimento para conocer la verdad, afrontar la realidad o solo salir de tu aclimatada zona de confort.
—Estuve estudiando periodismo en Australia los últimos años. Un par de meses atrás, me ofrecieron un trabajo en Afganistán como reportera de guerra, y lo acepté.
Mi corazón se contrajo al escucharla soltar esa verdad. No creía que Stella fuera la clase de mujer que fotografiaba soldados en medio de un tiroteo, pero algo en su personalidad me susurraba que algo en ella había cambiado. Quizá me cegué por la sorpresa de su llegada, pero deseaba con todas las fuerzas de mi corazón, que Stella siguiera siendo la misma chiquilla de antes. No quería que la mataran en medio de la nada, fotografiando algo que no necesitaba ninguna clase de recuerdo.
—Espero regresar a casa, pero si eso no ocurre, quiero irme con la mejor versión de ti —confesó con dolor en su voz—. Eres fuerte, Kay. Sé que lucharás hasta el final, aunque te mientas a ti misma y continúes bajo el dominio de tu madre.
Una lágrima rodó por mi mejilla, imposible de detener. Esa mujer era mi mejor y única amiga. Stella era la mujer a la que le hubiese confiado mi vida con las manos atadas y una cinta en los ojos. Ella era la única persona que conocía lo mejor y peor de mí, siendo inadmisible perderla de una forma tan cruel como esa.
—Eres mi mejor amiga —mascullé entre lágrimas.
Stella levantó un poco las gafas y secó las lágrimas, regresándolas a su lugar.
—No llores, bella. Esto no es un adiós. No esta ni cerca de ser un adiós. —Movió un poco los ojos y verificó si alguien nos observaba—. Por eso no quería contarte.
Luché por evitar el derramamiento de lágrimas, siendo imposible detenerlas una vez abandonaran mis ojos. La opresión en el pecho y el nudo en la garganta, me obligaban a controlar mis palabras y el temblor que poco a poco afloraba en mi piel.
—Prométeme que volverás —mascullé.
—No puedo prometerte algo que no controlo. Solo te diré algo: deseo volver, más que nada en la vida. Y lucharé para regresar con las personas que amo. Solo espero que ese deseo se haga realidad, Kay. Es lo único que me mantiene fuerte.
La abracé como si fuera la última vez, infundiéndole la fe y esperanza que yo no albergaba. Quería llorar, desahogarme en su hombro, pero eso haría más fuerte la despedida y no quería convertirme en esa clase de amiga. Ella necesitaba la Kay fuerte, no la débil que se asustaba por algo tan tonto como ser fotógrafa de guerra.
Pasé las manos por mi rostro, limpié el residuo de las lágrimas y quité los lentes de mis ojos, permitiendo que Stella sacara un pañuelo de su mochila y limpiara ese dolor que aún permanecía en el centro de mi pecho. Una vez lista, me coloqué de nuevo los lentes, respiré profundo y emití algo mejor que pérdidas y desgracias.
—Cuando te vayas, mantenme al tanto de tu paradero. Quiero saber de ti.
—Te molestaré tanto, que mis emails te llegarán como spam.
Esa era mi amiga: la chica que hacía bromas sobre emails y formas de morir.
—Ahora pruébate esos hermosos zapatos.
—Esta bien —confirmé asintiendo.
Stella fue en busca de la vendedora, mientras mis ojos escaneaban el lugar en busca de algo donde detenerlos y contemplar la magnificencia del momento. Mis ojos viajaron por toda la tienda hasta toparse con Drake; lo encontré eligiendo un suéter azul de cashmere. Me acerqué en sigilo y recosté la espalda de uno de los pilares.
Era algo tan tonto como elegir una prenda, pero para él consistía en descubrir la física cuántica del universo. Lo movía en sus manos y estudiaba las probabilidades de lucir como un hombre fuerte con algo tan suave y de un sutil color.
—Resaltará tus ojos —comenté en voz alta para asustarlo—. Una por tantas.
—¿Venganza?
—Jamás —afirmé al humedecer mis labios—. ¿Lo comprarás?
—No lo decido aún. Creo que el cashmere no es lo mío. —Lo dobló y colocó en la pequeña pila, antes de regresar su mirada a mí.
—El color es lindo. Te quedará bien.
Cerró un poco el ojo derecho y movió las cejas en señal de incógnita.
—¿Usted cree, Princesa?
—Creí que habíamos dejado los usted.
Metió una mano en el bolsillo del pantalón.
—Recuérdeme, porque yo lo olvidé.
Emití una ligera sonrisa al acercarme a los suéteres. Sentí la suavidad que emanaba esa delicada tela mientras la recorría con la punta de mis dedos. Podía sentir como la mirada de Drake no se alejaba de mi cuerpo y estudiaba mis movimientos. Elevé mi rostro y choqué con esas lámparas verdes antes de extraer una pequeña sonrisa.
—Suave —susurré con la fija mirada en él.
De pronto sentí como Stella me sujetó del codo y giró sobre mis talones.
—Aquí estás. ¡Pruébatelos!
Stella me arrastró hasta los asientos principales, arrancó las botas de mis pies e introdujo el zapato como si fuera Cenicienta cuando el calzado encajó en mi pie de forma perfecta. Caminé un poco antes de quitarlo y entregárselo a la cajera; supongo que buscaba algo que lo devolviera, pero no lo encontré. ¡Eran perfectos! Me colocaba de nuevo las botas, cuando divisé a Drake acercarse a mí con una bolsa en su mano.
Le sonreí aun sin conocer el contenido de la bolsa.
—No te burles —protestó con una sonrisa.
El resto de las horas transcurrieron entre cada una de las tiendas del inmenso centro comercial y perdimos por completo la noción del tiempo. Tocando el mediodía, entramos a un restaurante de comida china y decidimos almorzar Sushi.
—¿Pescado crudo? —refutó Stella al cruzar el umbral—. ¿Por qué?
—Es muy nutritivo —comentó Drake.
—Y delicioso —añadí.
Stella sacó la lengua en un tonto gesto asqueado y quitó imaginarios escalofríos de su cuerpo. Se negaba a comer lo mismo que nosotros, lo que nos condujo a un debate de sitios donde podíamos satisfacer el voraz apetito que los tres poseíamos. Al final, Drake comentó que podía comer arroz chino y Stella lo aceptó como último recurso.
No me quité las gafas en todas las horas transcurridas, y podía sentir como mi piel comenzaba arder alrededor de los cristales. El calor dentro del lugar se intensificaba al pasar las horas, creando una ola de vapor alrededor de nosotros. Por lo que, cuando Drake ordenó la comida y procedimos a sentarnos, quité los lentes de mis ojos.
—¿Estás segura? —preguntó Stella.
—Sí. Me quedará una enorme quemadura por el vapor si no las quito.
Todos permanecimos en silencio hasta el arribo de la comida, antes de atacar los alimentos como leones en medio de la selva. Stella sujetó los dos palillos chinos, pero desconocía la forma correcta de utilizarlos. Reímos tanto, que optó por pedirle al encargado un cubierto. Nos burlamos hasta terminar la comida, poco antes de seguir.
El lugar era inmenso y un total laberinto. Escaleras mecánicas y no mecánicas llenaban los pasillos, aunado a diversas tiendas en cada vuelta de esquina. Stela compró unos jeans gastados, un cinturón de vaquera, las converse que hacían un ridículo juego y una nueva mochila para sus siguientes aventuras. Adicional a eso, me compró un vestido veraniego verde agua con sus respectivos tacones.
Drake solo compró una sudadera de un equipo de béisbol extranjero y fue el encargado de llevar cada una de nuestras bolsas, por gusto propio, nadie lo obligó. Horas más tardes decidimos marcharnos del lugar, pero fuimos detenidos por Stella y su famélica necesidad de un postre de despedida. Ella se dirigió a una pastelería al final del pasillo, mientras Drake y yo continuamos caminando.
Tiendas de ropa, juguetes, zapatos, ropa interior o incluso sombreros y bufandas, se erguían a ambos lados. Pero una tienda diferente captó mi atención.
—¡Espera! —le grité al detenerme.
Era una joyería antigua, con vitrina de impoluto cristal. El vidrio permitía una amplia vista al interior, observando sin impedimentos las prendas expuestas. Anillos, collares, pulseras, gargantillas, relojes, pendientes de diferentes tipos, colores, tamaños y precios, se exhibían en las mesas. Pero un collar reluciente de oro blanco, con un dije rojo en forma de mariposa, era la atracción principal. El lugar de exhibición era una base de cuatro soportes iguales, que daba vuelta sobre una plataforma girante.
Su color sin igual era atractivo a la vista, y la forma en que la luz artificial bañaba la joya, le brindaba una hipnosis total al comprador. Mis ojos la atraparon desde el instante que entré, sin observar nada más. Algo en ella me atraía de una forma no antes experimentada. Era una atracción magnética, increíble y especial.
—¿Puedo ayudarla? —preguntó un hombre canoso de unos setenta y cinco años, parado al otro lado de la mesa.
Quise decirle que era la princesa de Inglaterra y era mí deber portar esa joya en mi cuello, pero en cambio fijé la mirada en la presea y emití:
—No. Gracias.
Podía exigirle en ese preciso momento que la descolgara de la base y colgara en mi cuello, pero no me caracterizaba por ser una chiquilla quisquillosa y berrinchuda que lograba lo que quería. Quizá si hubiese cargado dinero en mi bolsillo, habría pagado el precio que fuera para ostentar esa presea en mi cuello. En cambio, le sonreí de forma amable y recibí a cambio la misma sonrisa.
—Vámonos.
Giré y salí del lugar, con Drake siguiendo mis pasos. Me sentí vacía al abandonar la tienda, como si esa joya hubiese estado en mi cuello y fuese empeñada en ese lugar para saldar una antigua deuda; era algo imposible de explicar, pero me ahogaba. De igual forma no le presté atención a esos indicios del destino que la vida me dejaba entender.
Stella nos esperaba con el postre en una mesa aledaña, justo al morder mis labios cuando vislumbré la glaseada tentación que se alzaba sobre una mesa de metal.
—¡Qué delicia! —vociferé, atrapando un par de furtivas miradas.
Justo en ese momento recordé que no llevaba las gafas. Las tomé de la camisa de forma vivaz y las coloqué de nuevo en mi rostro. Nos sentamos alrededor de las calorías y escuchamos como Stella le entregaba un Mousse de chocolate con crema batida y fresas a Drake, y a mí me deslizaba un delicioso Tiramisú con muchísima crema. Stella optó por una porción de fresas con chocolate y crema batida, súper calórica.
Durante esas horas olvidé quién era y lo que pasaría en un par de días. Olvidé mi corona y posición social. Olvidé que mi madre debía estar enloquecida buscándome o gritándole a los guardias por dejarme salir. Seguro movió toda la armada, ejército aéreo o la flota naval para encontrarme y ofreció recompensa por mi cabeza.
—¿Estás pensando en volver? —preguntó Stella.
—Sí. No quiero que esto acabe.
—Todo lo bueno llega a su fin —articuló Drake—. Hay que regresar.
En su voz noté el doble sentido de sus cortantes palabras, siendo bastante obvio que ocultaba algo. Lo sabía desde el momento que regresó a la mesa con esa mirada de ira, dolor y algo de frustración. Tenía un sexto sentido para las mentiras, aun cuando intentan cubrirlas con risas o esos hermosos ojos verdes. ¡Diablos! Debía concentrarme en algo más que en el hermano de mi prometido o en ese aroma que me enloquecía como colegiala ingenua. Alejé esas telarañas de mi cabeza y me enfoqué en Stella.
Disfrutamos los postres y abandonamos el lugar al sol alcanzar su punto final. El atardecer se remontaba en las colinas y las nubes ocultaban los últimos rayos de sol, cerrando con broche de oro una de las mejores aventuras de los últimos años.
Tomamos un taxi de regreso y le pedimos que nos dejara en la avenida principal, justo donde subimos al primero en la mañana. En ese momento, cuando descendimos del taxi, no corrimos. Estábamos cansados y, a esas alturas, lo que ocurriría sería inevitable. Si nos descubrieron sufriríamos el castigo, pero no me arrepentiría ni un segundo de todo lo vivido. Me sentí plena, y eso nadie lo cambiaría.
—¿Irán a mi sepelio? —pregunté al colgar mi brazo en el cuello de Stella.
—Por supuesto. Aunque no sé cuál de los tres morirá primero.
Reímos de forma estruendosa, sin más que de subir la cúspide paso a paso. Stella fue la primera en saltar de regreso, repitiendo todo el proceso. Una vez dentro, Drake recogió sus pertenencias bajo el árbol y seguimos el camino, excepto que entramos por la puerta de servicio. Giré la manilla, miré en todas las direcciones y caminamos lo más sigilosos posibles. Recorrimos un par de pasos a las escaleras, cuando el susurro de una chiquilla estuvo a punto me sacarme el corazón por la boca.
—Princesa ―llamó Tessa—. Gracias a Dios que se encuentra bien.
—Estamos bien —susurré sin antes verificar si se encontraba sola en el amplio pasillo—. ¿Todo en orden? ¿Mi madre sabe que salí?
—No. —Miró atrás unos segundos e hizo señas para seguirla.
La perseguimos hasta mi habitación, justo cuando un bulto en la cama casi termina de sacarme el alma del cuerpo. Lo que sea que fuera, estaba arropada hasta la cabeza, inmóvil, con una ligera respiración que elevaba la sábana. Todos entramos en un estado de shock y lo primero que pasó por mi mente fue que Tessa había asesinado a mi madre.
Mi corazón galopaba como caballo desbocado, cuando Tessa se acercó al cuerpo inerte y susurró algo sobre el cubrecama, seguido de un ligero movimiento bajo las finas sábanas de cientos de hilos. Para mi sorpresa y la de todos los presentes, Mandí, la segunda mucama que se encargaba de mis asuntos cuando Tessa no podía, estaba tumbada en mi cama, de lado, con el cabello desordenado.
Ella, al notar mi presencia, se levantó de prisa, a tropezones, e hizo la reverencia. Estaba tan catatónica por la sorpresa, que desordenó aún más su cabello.
—Princesa.
—Hola —articulé con los nervios de punta. Era mucha información para asimilar en tan poco tiempo, aunque eso no evitó mis preguntas—. ¿Qué haces en mi cama?
—Yo puedo explicarlo —refutó Tessa al acercarse lo suficiente.
El aire se tornó tenso, cargado de misterio.
—Después que usted y la Srta. Stella me pidieron que les diera un tiempo a solas, fui a la cocina. Regresé diez minutos más tarde y toqué su puerta reiteradas veces. Al ver que no respondía, abrí pero no la encontré en ninguna parte de la habitación. Fui hasta la habitación de la Srta. Stella y tampoco estaba.
Absorbió unas bocanadas de aire, inspirada.
—Mi primer pensamiento fue que algo malo les había ocurrido, así que le pregunté a Shaw si las había visto. Él me dijo que no, pero me ayudó a buscarlas. Tiempo después volví a entrar en sus habitaciones, revisé una vez más, y noté cosas que se había escapado de mis ojos. Fue ahí cuando vi el vestido en el suelo y supe que habían salido.
Todos la escuchábamos. Esperábamos el momento en el que nos contara por qué había alguien en mi cama, por qué tanta mentira y cómo era posible que nadie preguntara por mí a tan solo horas de la horca. La historia aun no llegaba a ese punto y ya sentía como mis uñas clamaban ser mordidas para apagar esa ansiedad.
—Supuse que ambas habían escapado de la mansión, así que cuando bajé a servir el desayuno y su madre preguntó por ustedes, los tres, les dije que la Princesa y la Srta. Stella estaban resfriadas y que el Sr. Drake había salido un par de horas.
Una vez terminado, volvimos a respirar. Lo ideado por Tessa era una falacia convincente, aunque jamás creí que ese pequeño cerebro creara mentiras tan reales.
—Al instante quiso verla —prosiguió Tessa su extenso monólogo, aunque me sorprendió escuchar que mi madre, la mujer que se alejaba cuando alguien estornudaba a un metro de distancia, quería estar conmigo cuando tenía un resfriado—. Su madre quería saber si eso pospondría la boda con el Sr. Dominic.
Debí suponerlo.
Mi madre nunca pensaba en nadie que no fuera ella, y suspender la boda a tan pocos días sería la comidilla de la prensa, sus amigos de alcurnia y todas las personas del país. Solo quería saber si su hija se arrastraría enferma al altar o dejaría que ella mostrara el rostro a un mar de personas que quedarían en el limbo.
Regresé la atención a la historia de Tessa y ella continuó.
—Le dije que nos estábamos encargando de quitarle el resfriado y que estaría perfecta para la boda. Eso la tranquilizó un poco, manteniendo la mentira. Más tarde quiso verla, así que le pedí a Mandí que me ayudara metiéndose en su cama y fingiendo ser usted. —Arrugaba su delantal y bajaba la mirada al contar la historia—. ¿Estuvo mal lo que hicimos, Princesa? Le juro que no volverá a ocurrir.
Me acerqué y coloqué una mano sobre su hombro, maravillada por el ingenio creativo que todos tuvieron para sostener la mentira. Era impresionante que todo les resultara tal como lo planearon. Le sonreí en un momento de alegría, creyendo en una parte intrínseca de mí ser que podía contar con ellas si algún día decidía arriesgarme a otra escapada fuera de la mansión.
Aunque, en la parte más profunda, sabía que no ocurriría.
—Por supuesto que no, Tessa. Me has salvado la vida. La de todos, en realidad. No sabría decir qué hubiese ocurrido si no lo hubieras hecho. —Les mostré mi mejor sonrisa en señal de agradecimiento, antes de pronunciarlo—. Gracias a ambas.
—Sí, gracias —añadió Stella.
Drake se limitó a asentir con la cabeza y mostrar esos perfectos dientes de príncipe que me dejaban hipnotizada… aunque no eran sus dientes, eran la forma en la que se formaba un hoyuelo en su mejilla, sus ojos se achinaban y se veía feliz…. ¡Concéntrate!
—No fue nada —connotó Mandí con las manos en su espalda—. Si no le molesta, Alteza, quitaremos las sábanas y colocaremos nuevas.
—Esta bien
Mientras ellas arreglaban el desastre, tanto Stella como Drake, se despidieron y dirigieron a sus respectivas habitaciones. Cuando su presencia abandonó el espacio, me sentí dejada de lado, sola en un vasto mundo al que no pertenecía. Esa grata compañía extrajo más de una sonrisa y comencé a extrañarlos en tan solo segundos.
Con ayuda de Tessa, guardé las compras en la parte alta del armario y lo alejé de las despectivas miradas de mi madre. Ella era como un perro antibombas: olfateaba todo.
—¿Se divirtió, Princesa?
—Como nunca, Tessa —confesé al fijar la mirada en aquel mundo que se alzaba más allá de la ventana—. Como nunca.
Toqué la parte atrás de mi cuello, cansada por el exhausto día. Solo quería tomar una ducha y relajarme en las mullidas almohadas hasta el siguiente día. Mi estómago se encontraba lleno de comida y nervios, así que no necesitaba nada más para pasar la noche. Solo quería pensar que esa aventura se repetiría, pero no fue así.
Mis escapadas se habían terminaron, para siempre.

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¡Oh por Dios! Demasiado hermoso, quisiera que se escapara con Drake :3 tengo mal presentimiento con Stella :c siento que romperás mi corazón Aime. Quisiera otro capítulo 💜👐

Siento que se avecina una gran rivalidad entre hermanos, ay no, espero que no sea así, si no que tristeza, va a ver mucho odio y rencor pero veremos que nos espera y nos escribes Aime... Gracias por actualizar

Este post lo voy a describir en una sola palabra "Excelente" @aimeyajure. Saludos ; )

Divino ♥

Me encanta leer las teorías de nuevos lectores.

Sigo sufriendo por no poder hacer spoiler 😭

Aime, déjame hacer spoiler 😭💔

muy bueno mi amiga, felicitaciones, colocale otra imagen para el próximo y perfecto , saludos...